Sobre La Soledad

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Es en medio de la soledad que las palabras, irónicamente, son las únicas que te escuchan.
No voy a pretender que todo el tiempo disfruto de ella, porque a veces cala como un frío en medio de un páramo yermo, vacío y petrificado; una isla flotando en un cosmos que puede verse hermoso pero, al mismo tiempo, encapsulado y pequeño.
Ya no voy a fingir. Quiero disfrutarla, pero en parte por resignación. Quiero disfrutarla porque pesa, porque cada noche, al llegar a casa, hay tantas historias y ningún oído.
Me es indispensable apreciarla, puesto que tarde o temprano llega cuando otros se van, en silencioso desfile.
Me resulta necesario adorarla, pues solos vivimos y solos nos vamos.

E inevitablemente, el remanente es el mismo hombre triste que toca un instrumento invisible con sabor a gaitas y agua.
Un hombre triste, cuyos años se cuentan de a cientos en sus ojos, frutos de vidas constantes, pasadas, futuras e imposibles.
La pipa en sus cuarteados labios exhala palabras por siempre calladas y pensamientos nunca dichos, causa del herrumbre llenando su corazón.
La estatua viviente de vez en cuando abría los brazos, por si alguna vez el gesto le era devuelto. Pero nunca permitió que el límite de sus hombros fuera sobrepasado, ya que se vuelve peligroso cruzar más allá del mar tempestuoso de los anhelos y los secretos, el mar de los suspiros y el mar de los niños.

InterrogatorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora