Capítulo 5 - Primer día

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Suena una ruidosa alarma que me despierta. ¿Ya son las siete y media? Pues me he quedado con sueño.

Me incorporo y bajo de la litera. Me quito los pantalones rojos y la camiseta gris que uso para dormir y me pongo el albornoz –es lo único que tengo de color blanco– y las chanclas. Cojo mis cosas para ir a las duchas, no sin antes acariciar a Winston, que todavía duerme acurrucado en su manta.

Lo de no tener mi propia ducha me molestó al principio, ya que me daba un poco de vergüenza tener que estar desnuda delante de todas las chicas del complejo. Me he ido habituando poco a poco y a estas alturas me es totalmente indiferente.

Tardo menos de dos minutos y voy a secarme el pelo a los espejos. Esto de tener el pelo corto es genial, ya que lo seco en nada y me dejo el tupé hecho con el cepillo. Después de hacerme el peinado perfecto con un poco de cera, me lavo los dientes y me pinto los ojos. Todas las chicas por aquí se maquillan, así que por qué yo no voy a hacerlo. A ellas les gusta hacerse una raya gruesa y larga sobre las pestañas y pintarse los labios. Yo solo me arreglo las cejas un poco y me difumino lápiz negro en los párpados. No quiero gastar muchos puntos en maquillaje de todas formas.

–¡Alicia! –exclama una chica que conozco de las comidas–. Que te vaya bien el primer día.

–¡Gracias! –Iba a llamarla por su nombre, pero la verdad es que no lo recuerdo. Ella me sonríe, y yo le sonrío de vuelta.

Vuelvo a mi cuarto para ponerme el uniforme a toda prisa y voy al comedor. Hay varios comedores en todo el complejo. Este solo lo usamos para desayunar, ya que todos los dormitorios se encuentran en la misma estación remodelada. Me sirvo un café y tres pastelitos, que son la especialidad de los cocineros de aquí: una delicia blandita con sabor a coco. Y mira que el coco en sí no me gusta nada.

Llevo la bandeja a mi mesa habitual y me reuno con mis antiguas compañeras de habitación (Ángela, Laia y Erika) y algunos miembros de Sombra que he conocido durante el entrenamiento. Mis tres compañeras han acabado su instrucción al mismo tiempo que yo, pero no creo que las vea mucho por el Barrio. Por lo que me cuentan, han asignado a Laia a una de las tiendas de ropa y han puesto a Ángela y Erika a patrullar juntas la zona 4, una zona comercial y de bares. Yo me encargaré de la zona 1, que está llena de viviendas.

–Tienes suerte de patrullar la zona 1 –dice Ángela mientras corta un panecillo–. Erika y yo estaremos todo el puto día separando a la gente en peleas de bar.

–Y yo me aburriré mientras. –Me encojo de hombros.

–A mí me gusta lo que hago yo –dice Laia. Es la más presumida del grupo. Me recuerda a Tatiana–. En realidad era lo que quería hacer. Mi madre tenía una tienda de ropa.

Erika, como siempre, no dice mucho. Se limita a escuchar y asentir.

Seguimos charlando mientras acabamos el desayuno y vemos las noticias. Todos las miran entusiasmados y comentan lo que explican de la guerra, centrándose sobre todo en Asia, que es donde está peor la cosa ahora mismo: que unos han pedido una tregua, que los otros no se lo quieren dar, que ha aparecido un nuevo grupo terrorista en África... Chorradas. Ya no sé si creérmelo.

Veo que Eduard está sentado dos mesas más allá. Tampoco parece que a él le interesen mucho las noticias tampoco. Está hablando con Niels, pero no miran la pantalla. Vete a saber de qué hablan estos dos. ¿Por qué se llevan tan bien? Ni que estuviesen enamorados.

Cuando acaban las noticias, todos se levantan y se ponen en marcha para ir a trabajar. Mi primer impulso es quedarme sentada y esperar a que se marchen para recoger las bandejas, tal y como tengo por costumbre hacer, pero Ángela me dice:

El Barrio de la JusticiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora