Acto único

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Las serpenteantes aguas del extenso río Ifigenia retribuían el tenue resplandor de la fatídica luna llena; así, el amplio ecosistema, constituido de animales que reinaron en un pasado perdido, sonreía ante la presencia del viejo marino; en antaño se presenció miles de tierras ocultas, desde el cegador ocaso de los atardeceres de Igniukin hasta el horror de Oztaeron, «¿cuántos dioses más, tierra maldita, en tus hórridos interiores, sepultas?». La extensa memoria del marino, casi infinita, evocaba el maldito camino, en donde el mismo Lefteris pisó con sus desnudos pies, y sonreía ante el futuro de la raza que compartía su tez. El aullido de los ancestros de Lazleni acallaba el excéntrico bramido de los gules, «entre tantos sabios por venir, ninguno podrá jamás predecir aquello que yo he de descubrir», meditaba al observar, en el horizonte, las sombras de los infinitos abedules. La acallada ventisca, como el fino hálito de un hombre a punto de perecer, sólo podía enmudecer todo huelgo por haber, pues su horror descubría los años de búsqueda de los nueve objetos, uno el cual encontró en terrenos dominados por uniforme arenisca y sus senderos tallados por cientos de esqueletos. En otra ocasión, el viandante de Londres, recordó con recelo aquella lucha contra el temible monstruo del Puente, el engendro maldito sólo comparado con el toro de Minos encerrado en el laberinto; así, aún después, continúo su dominio de forma ausente. Doce años en el galeón surcando las execrables aguas; su corazón opacado de viejos amores; Amelia, Crislidia, Sunthana y Peregrina; caras hermosas, dulces y perfectas, ojos que apresan y sonrisas que hielan; tantos recuerdos desatendidos por muros obrados en oníricas fraguas; pasiones adormecidas por súbitos rencores; esperando, aún en el porvenir, esa hermosa mujer de virtud divina, donde sus amores sean sus búsquedas predilectas; tales anhelos, en su melancolía, le consuelan. Efluvios de tensa bruma crispaban sus humanos sentires; sólo descubierta, cada centímetro de arrugada piel, cada cicatriz, cuenta su propia historia. La fuerte corriente advertía insospechados porvenires; como por encima de la arabesca puerta, el tallado dintel, insinuaba el predeterminado desliz, un gran peso que se cargará por siempre en su memoria. El marinero, el silencioso marinero, conocido en el susodicho pasado como el Viajero de la Medianoche, sonreía al recordar que sus aventuras estaban transcritas en gruesos libros; sus grandezas desaparecieron bajo impulsos de derroches; el alma entonces encontró finalmente sus desequilibrios. El tañido de la campana, después de tantos años, hizo su prometida aparición. Supo, entonces, que vendría por él los extraños; su semblante exiguo de concreta expresión. Inesperada se concernía la presencia de los seres diabólicos, mas, sabía bien que tarde o temprano toda su existencia se resumiría en un acontecimiento simbólico. Así, haría de cualquiera divagar en quimeras el tenso crujir del galeón cuando los alados engendros del más allá postraron sus filosas pezuñas en las débiles maderas. Gritos desesperados del resto de la tripulación; empero semejantes demonios advertían una única intención: llevar al Viajero de la Medianoche ante los dioses que en un pasado de forma presuntuosa retó; esa noche, como era de esperarse, el marinero desapareció. Allá, en los crepusculares cielos de infinitos grises se escuchó, el cortar del aire de las escamosas alas de los extraños, y del viejo sabio, un último alarido de iracundo agravio. El silencio eterno correspondió, y la llama púrpura de los ojos del acallado marinero finalmente se extinguió. Nunca se supo más, ni de sus amores ni sus aventuras. «Su pseudónimo no deberá mencionarse jamás, pues todo ser bien sabe que no se debe de retar a los dioses; de lo contrario aguardarán para toda la vida espantosos horrores, y la única memoria que perdurará serán estos últimos en ocultas escrituras...»

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⏰ Última actualización: Dec 14, 2017 ⏰

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El Viajero de la MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora