SABRÁS QUE PINTO EL VERDE CON LA MIRADA

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A veces me sueño corriendo por un campo de trigo.

Llueve.

El cielo se niega a pintar un gris revelador. La luz prefiere dormir bajo un mantel blanco. Voy con los auriculares puestos y escucho Have you ever seen the rain. Me pienso con el pecho en una línea perfecta, sin fisura alguna.

Llevo 26 años mendigando aprobación por las calles, buscando despojos en las esquinas y fumando como si no hubiera mañana. Odiando a la cerveza mientras me la bebo y mi mente sueña con un lambrusco frío.

Cuando has recibido más balas que caricias cuesta largo tiempo volver a confiar en alguien. Es un juego de montañas rusas al que me gusta jugar, aun sabiendo que puedo perder.

Que nada es seguro, que no existe red.

Como poeta que soy, no puedo evitar enamorarme de las pequeñas cosas, de las sutilezas más imperceptibles. Y las personas. Tan diversas, complejas e inseguras. Llenas de máscaras absurdas, de miedos locos y de sueños vacíos.

¡Qué interesantes son, por Dios!

En mi viaje de mendigo, escribo con la pluma a aquellos que parecen predispuestos a arrancarme todas las criaturas que soy para quedarse con la que soy realmente.

Cuando estamos en la misma frecuencia, o me enamoro o hago un amigo para toda la vida. No soy partidaria de hacer ninguna de las dos cosas fruentemente. Eso sí, cuando ocurre no hay vuelta atrás. Entraré en tu vida, como un torbellino y creerás que esa energía que tengo es eterna.

Dos cigarros y tres cafés más allá, descubrirás que soy el polo opuesto a lo que aparento ser; bajo mi cabeza rapada se esconde mucho más de lo que intuirás a primera vista. Sabrás que pinto el verde con la mirada y mis tatuajes te llevarán a mi epicentro dónde aprenderás que suelo morir de dudas cada día.

Pero te quedas.

Y yo moriré de nuevo, alucinando por el cariño, respeto y confianza que me regalas.

Y no, no escaparás de mis manos protectoras, de mi predisposición absoluta a ayudarte y a ser actor importante en tu existencia. Ya soy tu devoto y lo seré hasta que el tiempo nos azote, hasta que la distancia a la que jamás quisimos llegar asome la cabeza.

Quién sabe.

Quizá decidas quedarte y demuestres una vez más que los tienes cuadrados por seguir andando conmigo.

O no.

Y te irás. Con miedo en la carne y batallas en la cabeza. Con interrogantes que no conocen el verbo comprender. Para ti, seré todas las criaturas que muestro. Seré mentira en tus ojos, en tus labios, en tus abrazos de invierno.

Seré espejismo. Tapiarás con cemento a mi dualidad e ignorarás los secretos de mis versos escritos.

Dirás adiós con rabia, disparando al corazón del silencio. Se desangrará poco a poco, a horas, minutos y segundos. Discretamente. Seré el polvo del desierto y saldré de tu vida como entre, a través del viento, del aire sin ser ya, ese torbellino.

Y quizás, sólo quizás, un día alguien se acerque, te pronuncie mi nombre y dibujes una sonrisa tímida. O un gesto de indiferencia. Para que se dé lo primero, habrás barnizado tus heridas y controlado los puñetazos de tu garganta. Para lo segundo sólo hace falta que seas como la mayoría de gente: los del terror a los intensos.

Sabrás que pinto el verde con la miradaWhere stories live. Discover now