A su corta edad ya había conquistado decenas de planetas, tantas civilizaciones aplastadas ante su fuerza militar perdiéndose en el olvido como si jamás hubieran existido, sin dejar huella. Jonathan no sentía nada cuando los habitantes le suplicaban con obsequios o promesas de lealtad con tal de permitirles continuar con vida. No, jamás se arrepentía de sus acciones o de las órdenes que hacia cumplir con premura absurda.
Él era el último hijo de un antiguo linaje de reyes guerreros que se deleitaban con la sumisión y con la destrucción de cualquier forma de vida. Por mil años había sido así y aun después de otros mil la tradición persistiría; justamente ahora el fiero capitán marchaba con rumbo a un lejano sistema solar que refugiaba un desafortunado planeta azul próspero y rico.
Como solía hacer fue John el primero en adentrarse en la atmósfera oxigenada para indagar y contemplar lo que pronto sería un panteón ardiente lleno de escombros y cadáveres.
Grandes montañas, extensos pastizales, profundos océanos, cielos limpios y millones de habitantes ignorantes a su sádico final. Nada parecía diferente a otros sitios que ya antes había pisado; lucían como cualquier otra raza semi desarrollada sin relevancia para los propósitos de sus padres.
Hastiado de la misma obra se dispuso a abandonar la Tierra para comenzar la poco fortuita invasión, en la labor estaba cuando lo vio. Una exquisita creación que destacaba por sobre la ardiente arena de aquel medio oriente inhóspito y árido.
El muchacho tenía la piel dorada por el sol como si se hubiera bañado en oro líquido antonjandole probarla, sus cabellos perfectamente recortados eran oscuros como el espacio virgen que jamás ha albergado ni una sola estrella, su cuerpo perfecto se constituía de las medidas de un artista al plasmar su más grande obra y por último esas dos esmeraldas altivas que supervisaban el horizonte.
Jon nunca había visto cuadro tan delicioso, a sus dieciocho años de edad las pasiones del deseo se habían mantenido profundas como yacimientos secretos sin ninguna válvula capaz de avivarlo; hasta ahora.
Tanto fue su anhelo por el muchacho del desierto que el ataque dio inicio sin la ceremonia de presentación donde John acostumbraba divertirse sembrando pánico alrededor. Las bombas cayeron, los soldados atacaron y la guerra comenzó. Durante aquella batalla se mantuvo al pendiente de ese chico de ropas de algodón y brazaletes preciosos.
John mató a la prometida, a los sirvientes más allegados y cuando poco le faltaba para hacer lo mismo con la madre aquel exótico demonio lo enfrentó con espada en mano.
No podía estar más excitado y ansioso que nunca.
El objeto de su obsesión había resultado ser el heredero de un clan de asesinos, entrenado en el arte de la guerra, despojado de los sentimientos inútiles que los corazones solían cultivar, educado como el arma perfecta.
Su pelea resultó épica. Aquel humano era ágil con la espada y su gente astuta como las sombras, pero él era un Dios, sin mencionar que no tenía permitido perder bajo ninguna circunstancia, y logró contener la ira burbujeante que bullía dentro de esas árabes venas.
"Humíllate frente a mi, entrégame eso que a nadie le has otorgado y que cuidas con esmero porque así es como te enseñaron que debía ser, doblegate ante mis deseos, sigue mi palabra como si fuera una ley divina imposible de desobedecer y entonces perdonaré a este mundo"
Jon sonrió lleno de satisfacción al comprobar el dilema que planteaba con su trato. Aquel muchacho era la concepción metamorfizada de la arrogancia y si existía placer más exquisito que anhelara John en su vida era el de montar aquel engendramiento del concepto.
Sus ojos rojos brillaron de emoción cuando escuchó el estruendo metálico de la espada de su contrincante al besar el suelo de su propio palacio; lentamente el asesino fue bajando la cabeza en señal de derrota, pudo notar el ligero temblor que estremecía a ese cuerpo que pronto mancharía de su propiedad, estremecimiento producto de la frustración de estar hincando una rodilla contra las baldosas de mármol pulida.
"Tu nombre"
"Damian Al' Ghul"
"Dije... tu nombre"
Demandó saboreando las sílabas que expulsaba esa armónica lexía; aquella voz de gorrión que en algún futuro le cantaría solo a él, que lo arrullaría por las noches ahuyentando a los demonios porque Damian era uno al que obligaría a obedecerle.
"Damian su fiel sirviente mi señor"
"Mucho mejor"
No existió mejor victoria que la de poseerlo en su mismo imperio, frente a su propia gente y madre. Hacerlo suyo sin consideración del orgullo mancillado que jamás volvería a sanar como antes porque a diferencia de los huesos que se rompen para volverse más resistentes los principios y dignidad de un hombre jamás resanan sino que se pierden como las hojas anaranjadas del otoño que se pudren en la suciedad de las alcantarillas.
Damian soporto un trato compasivo cuando se hallaron en la intimidad de una alcoba privada sin embargo su carácter trémulo lo hacía volverse un mar agresivo y voraz, aquel que hunde navíos con una única ola espantosa; primero luchando con los puños y luego, cuando comprobó que estos eran inservibles, con la daga venenosa que era su lengua. Lanzando ataques certeros en puntos bajos que solo llenaban de cólera al soberano de Krypton.
Pero no importaba cuánto se esforzara Damian, ahora era de su propiedad, un trofeo que adornaría su lecho cada noche a partir del momento que lo humilló hasta el final de sus días.
Porque ese era el don y maldición de su raza. Para que la dinastía El siguiera prosperando los miembros de la casa debían encontrar a su gorrión; aquel ser que los estremeciera de pies a cabezas, que les robara la cordura y por sobre todo que los hiciera perdonar un mundo entero con tal de poseerlo.
Esa fina ave que solo tenía dos caminos que acatar: aceptar su cautiverio perpetuo en una jaula de oro o tener que sufrir el dolor y pena de perder sus alas. Sin posibilidad de volar no existía el riesgo de huir, Damian conocía ambos senderos.
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Petirrojo
Fanfiction"A su corta edad ya había conquistado decenas de planetas, tantas civilizaciones aplastadas ante su fuerza militar perdiéndose en el olvido como si jamás hubieran existido, sin dejar huella. Jonathan no sentía nada cuando los habitantes le suplicaba...