La verde pradera se extendía en un sinfin hasta el horizonte, dejando ver solo un cúmulo de cabezas adornadas con sombreros carbonizados. La vestimenta rudimentaria, como si de un traje de convicto se tratara, era el negro. Negro adornando gargantas de delicadas damas y otras algo mas robustas, negro en los descarcarillados sombreros de paja, negro en los largos retales de tela que las mujeres portaban como vestido.
Y aquí, en la más desasperante y rudimentaria celebración, poca gente destacaba de sus humildes galas.
La primera pareja que puedo visualizar con burda aprensión, están dispuestos bailando. La mujer, con su almidonado vestido blanco y su redonda cara, prueba de no haber pasado ninguna penuria o ausencia del hambre, se dejaba llevar por su esposo con una leve gracia incorporada en su movimiento acompasado que simulaba una danza.
Y su esposo, con aire altanero, como si de un maniquí se tratase, portaba un traje de tonos tierra mientras mantenia un agarre posesivo sobre su esposa, mostrando con alta indulgencia su objeto de mayor valor y su deseo de exponer su alta riqueza social.
Pero su baile, más bien torpe, reflejaba un pobre pasado que las altas clases no habían podido camuflar.
Y todo esto escoltado con una mirada sobervia a vuestro pobre narrador, del cual solo me halla aquí sentado tranquilamente.
Cambiando mi mirada furtiva de objetivo, terminé por fijar mi visión en una pareja del fondo.
La mujer, de espaldas al hombre, parecía querer ignorarlo, posando su cabeza sobre su mano, como si así pudiera acallar a aquel hombre, que podríamos decir que no paraba de querer hacerla entar en razón.
Un humo negruzco golpea mi cara, como queriendo atrapar mi atención hacía otro objetivo, el olor de una pipa.
Un hombre, de aspecto importante, aspiraba de su pipa, como si fuera el prolongamiento de sus pulmones. Su cuidada barba solo para la ocasión, dejaba a la vista su demacrado rostro. Y su vaga mirada estaba perdida en algun extraño pensamiento que no pude descibrar.
Noté mi ceño fruncirse en una desagradable mueca. La razón de esto, era a causa de los niños, los cuales hablaban vivamente alrededor de la cena ya ingerida.
Podríamos celebrar, con este gesto, una gran y caotica fiesta para el fin de un futuro estable.
Apartando la mirada de aquella colérica escena, vagué la vista por la plaza poblaba de gente, detallándome los arboles mentalmente y escuchando el gentío que intentaba descifrar en mi cabeza; cuando súbitamente, escuché un leve troteo que se hacía cada vez más cercano y fuerte.
Al girar levemente la cabeza distinguí dos pares de pies que se posaron al otro lado del árbol, del cual estaba recostado, y los cuales ignoraban completamente mi existencia.
Detallé lentamente los portes de aquellas dos personas. Unos zapatos desgastados e incluso rotos, un vestido cuyo bajo continuaba a danzar por la larga carrera, el cual estaba desgarrado y demacrado del uso. El color, como no, oscuro como el crepúsculo. El cuello con un simple adorno negro, como cualquier dama de por aquí; pero más insólito que cualquiera hubiera visto. Sus comisuras alzadas a juego con su moño desecho daban un aspecto vivaz y sobreexcitado a esta chica, lo cual hacía camuflar el lúgubre color negro, volviéndolo de un tono potente.
Su acompañante, rezumando el mismo sentimiento vigoroso, iba a juego con la chica, zapatos maltratados por el uso, un traje algo desgalichado que daba un aspecto despreocupado al chico, espaldas anchas, mandíbula cuadrada, nariz respingona salpicada por unas pecas oscuras que aportaban carisma a su sonrisa, y el detalle más embaucador, las cejas negras que enmarcaban su cristalina mirada, dando la sensación de poder reflejarse en ellos como si estuviera frente a un espejo.
Los dos acompañantes, de la mano, se sentaron en el lado opuesto del árbol, dejándome mimetizarme con la naturaleza y el silencio cortado por sus agitadas respiraciones. A los pocos segundos, los oí hablar. La voz calida de la chica describía el entorno de una manera muy sugestiva. Los arboles daban la sensación de ser grandes gigantes que bailaban con espiritus de vientos en una danza de colores tierra. Los músicos que fusionados con sus intrumentos eran capaces de hacer las más insólitas piezas jamas escuchadas, describiéndolos con un sin fin de sutiles toques imperceptibles al ojo humano. Los adornos como sofisticadas maquinarias de cristal, frágiles y bellas, alejándolo completamente de la realidad. Y así, con cada misero objeto, del cual yo había olvidado su exsistencia, contándolo como inútil o estúpido de poder si quiera mencionártelo.
Y si, querido lector, vaya si su historia era fantasiosa e infantil, pero por un momento me vi allí, y al instante deseé que existiera.
La chica, sacándome de la maravillosa ensoñación, se levantó de golpe, dando por ende que el chico se incorporara, y mientras la mujer le hacía pensar en el cálido tacto de su mano contra la suya dandole suaves caricias, repetía una frase que se me quedó en la cabeza.
Lo llevó a la pista para entablar una lenta y bella coreografía. Y yo, solo en mi apogeo, mirando como juntaban sus frentes y cerraban los ojos al par sintiéndose solos en aquel abrumador gentío, repetí la frase en voz alta, por que esta no la olvidaré jamas.
"Los ojos son inservibles si la mente es ciega"
Y, ¿sabes que?, este es un mundo de ciegos, y ni yo ni tu logramos ver nada.
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Blind World
Short StoryRelato corto sobre la descripción de un cuadro de Pierre-August Renoir titulado "Bal du Moulin de la Galette".