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JiMin lo miraba por la ventana todos los días desde aquél primer momento que lo vió con cajas de mudanza y luego con grandes atriles, con una expresión de cansancio en su rostro.

Se fue haciendo costumbre, el observar, o más bien admirar sus facciones que parecían irse mezclando con la pintura que iba siendo desparramada en el blanco lienzo. Y no sólo sus creaciones eran arte pura. Sino que él en sí lo era.

Sus labios eran delgados y rosados tal como un puro acrílico. Sus finos ojos carentes de brillo alguno pero que sin embargo conservaban esa belleza que caracterizaba a su persona. Unos cabellos celestes cayendo impares y despreocupados sobre su frente, mezclando tonos con su nívea piel.

Aunque JiMin no supiese ni lo más mínimo de pintar o del arte en sí, podía afirmar que lo que veían sus ojos era una pieza de las artes más caras.

El segundo día que lo vio tras la ventana, trazaba lo que se podía ver como un cuerpo, donde de cada herida salían flores y una que otra raíz, y se pasó horas allí pasando el pincel de manera pacífica, con detalle e inmerso plasmando sus sentimientos y emociones. En cuanto su obra fue finalizada, pasó lo que a JiMin le caló lo más profundo de su ser.

Se largó a llorar.

Lloraba con suspiros ahogados, sollozos que trataba de acallar con la propia tela de su manga que solía cubrir hasta el largo de sus dedos. Y JiMin sólo tenía ganas de hablar, y hacer que su nuevo vecino aunque sea tenga algún tipo de distracción para que ya no llorase más, porque con todo dolor que soltaba con cada lágrima que caía, era imposible no sentir cierto fervor amargo en su pecho.

Día tras día, no hacía más que ver a aquella belleza viva pero a la vez muerta de emociones, que por momentos se sentaba en aquél banco de madera viejo a mirar a un punto fijo con café en mano, o que por otros instantes se quedaba con el pincel entre sus dedos trazando líneas imaginarias con el ceño ligeramente fruncido, imaginando lo que sería su próxima obra de arte.

Sin embargo, no era lo único que JiMin observaba tras su ventana.

Sus ojos y sus oídos eran los que presenciaban como sus labios que la mayoría de las veces permanecían sellados o ligeramente entreabiertos, soltaban gritos desgarradores. Porque ya no eran sólo llantos, también eran gritos y golpes a sus más preciadas obras y a las estanterías a su lado tirando todo libro que pudiese haber, y eso sólo hacía que a JiMin se le partiese el corazón, y aún más ver como la piel de porcelana que éste poseía se veía afectada por el líquido rojo que escurría entre sus nudillos.

Quería ir, y traspasar toda barrera que le impidiese su paso, para besar el relieve y contorno de sus manos. Curar toda herida que afectase a su alma, y hacerlo la persona más feliz del universo, y así protegerlo de todo mal que fuera causa de esas lágrimas en sus efímeras pupilas.

Porque no podía ser dañado.

Porque él era una de las piezas de arte más bellas y especiales que podía existir, creado con pinceladas finas y delicadas, detallando cada lugar de su anatomía.

Y esa pieza de arte, aparte de ser el enfoque de los ojos del rubio, también era su objeto de inspiración para las letras que salían de su mente, y luego de sus labios.

Le encantaba crear canciones sobre la persona a su lado. Como su belleza se igualaba a las pinturas que éste creaba, como sus facciones relajadas son las que hacen que el corazón de JiMin se acelerase eufóricamente con sus ojos pequeños que a veces son acompañados de lentes redondos que sólo hacen que le brinden más ternura a su persona, y su piel de porcelana que debería ser acariciada con un toque único y cuidadoso por el gran miedo de poder quebrarla.

the voice of art ❁ jimsuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora