Prologo

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Creo que tuve razón desde el primer momento que vi a mi mamá dijo que nos viniéramos a vivir aquí.
Desde ese caluroso día de Junio, mi vida ha sido miserable. He sufrido bullying hace siete meses, mis padres pelean mi custodia, por el momento me estoy quedando con mi mamá, tratando de hacer oídos sordos a todas sus peleas diarias y a los millones de papeleos de divorcio que reposan sobre la mesa del comedor. Mi hermano murió en un accidente automovilístico camino a su trabajo hace dos años. Ni si quiera tuve la oportunidad de decirle adiós y cuanto lo quería. A mi abuela hace poco le diagnosticaron cáncer gástrico, quizás con la operación de una gran cantidad de dinero y con las miles de maquinas que tiene conectadas a su débil cuerpo logre salir de ahí.
Después de que mi hermano Dilan murió, mamá se busco novio y a los tres meses ya estaba embarazada. Tengo una hermana. Hermanastra, perdón. No es tan insoportable como pensé que sería, raramente ella se comenzó a convertir en la persona más importante para mí, pues todos los demás me han fallado y decepcionado incontables veces.

No quiero seguir recordando todas las desgracias que he pasado acá. Me imagino que con eso es suficiente para que quede claro que la mala suerte está impregnada en mi vida.

Hoy, una de mis compañeras me botó el almuerzo y me echo una gaseosa en el cabello. Menos mal que la directora se le ocurrió reaccionar y suspenderla y dejarme usar las duchas.
Estoy caminando hacía mi casa, hace frío y solo estoy usando unos jeans rasgados, converse negras y un jersey negro que no me abriga en lo absoluto, lo tenía de repuesto en mi casillero. El cielo amenaza con fuertes truenos, relámpagos y algunas gotas de lluvia que caen sobre el gris cemento de la calle.
Coloco mis manos en mis bolsillos y camino un poco más rápido para poder llegar a mi casa. Necesito tomar un bus que me deja a sólo unas cuadras.

A esta hora hay una marcha por la igualdad. Las calles están echas un desastre. El sonido de los tambores y los gritos de la gente inundan mis oídos. Él cielo está cubierto de pancartas y carteles diciendo un eslogan reflexivo para llamar la atención de las autoridades. Tomo otra calle para poder librarme de toda esa estampida de gente pasando. Logro escapar y caminar unas tres cuadras más, dejando atrás la marcha. Me siento en el paradero y el bus se divisa a lo lejos. Balanceo mis pies hasta que el bus alcanza a salpicar el charco de agua que se formo delante de mi sobre mis pantalones.

— Mierda — murmuro.

Subo al bus y pago el pasaje con lo poco de dinero que me quedaba suelto en la mochila. El esqueleto del vehículo está vacío. Me subo al asiento más alto, en el último. Sola. Como siempre.
Sube una pareja de ancianos que toma asiento en la primera fila. Ambos conversan y sonríen con tantas ganas que mi boca quiso curvarse, pero malos pensamientos volvieron a mi mente llevando una corriente de energía a mi boca para que se volviera a tornar seria.

Quince minutos de recorrido. Pido que el conductor pare y bajo por la puerta de entrada para no caminar tanto, las puertas delanteras se abren y coloco un pie sobre el suelo de la calle.

—Que tenga una buena noche, señorita— dice el conductor. Me doy la vuelta.

—Para usted también—contesto en un suave susurro. El simpático señor me despide con la mano y cierra las puertas justo en el momento que mi pie restante choca con el concreto.

Camino por una calle llena de adolescentes juntos en un gran círculo al final de la calle.
Todos están muy alegres e irradian energía y despreocupación. Pareciera como si fuese un tipo de junta de algún grupo de red social. Todos están regalándose cosas y hay muchos carteles. Leo algunos que están cerca de mi vista. "Remeras gratis", "¿Quieres alguien que te haga sonreír? ¡Acércate aquí, y conversemos!, "¿Hambre?, ven a compartir una pizza conmigo", "Únete a este bonito grupo donde conocerás nuevos amigos", "Besos gratis", "Brazaletes de la amistad gratis", y muchísimos más que daban la vuelta a toda la manzana. Sigo caminando observando como muchos chicos y chicas se detienen a ver los letreros y se unen a aquellos grupos, sintiéndose queridos en algún momento.

Me detuve en un letrero que decía en letras grandes y negras "Abrazos gratis", una larga fila estaba detrás del cartel. ¿Que más da? Solo es una persona sociable que le gusta abrazar. Y necesito más que nada un abrazo en estos momentos.
La fila cada vez se iba haciendo más corta llegando a un chico que no le veo muy bien la cara por que me tapan algunas personas que están delante de mí. Avanzo cada vez más, hasta ser la segunda. Apreto mi mano contra la correa de mi mochila. La chica que está delante de mí deja de abrazar al chico y sale corriendo a ver otros carteles que dan la vuelta a la rotonda. Me volteo quedando enfrente de un chico de cabello alborotado y unos hermosos ojos mieles que posan su mirada en mi con una sonrisa contagiosa.

—Me imagino que tienes un mal día—dice—.
Aquí estoy yo para ayudarte. Ven, abrázame.

Por un impulso, me abalanzó a los descubiertos brazos del chico, intentando liberar todas mis malas energías y botarlas a la basura. Él me estrecha con fuerza contra su cuerpo, sus cálidas manos acarician mi cabello y su respiración tranquila choca contra mi oído. Cierro los ojos con fuerza disfrutando de la hermosa sensación de dar un abrazo.

Un abrazo gratis.

Abrazos gratis (Alex Casas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora