La verdadera historia

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En la antigüedad, una extraña leyenda cruzaba por toda la región; trovadores y juglares se la aprendieron de memoria y la recitaban como el estelar, en cada una de sus presentaciones, llamando inmediatamente la atención de los asistentes. Casualidad o no, cada uno había escuchado sólo una parte de la historia, versos como:

"La dama de rojo llora en un rincón,
llora cansada por lo que perdió,
la parca no es amiga ni compañera,
la dama de rojo se queda hueca".

Un día, Peter, el principal trovador del reino, un líder innato que sobre todo mantenía su lealtad hacia el reino y familia, mandó un mensaje, de boca en boca, sin ninguna esperanza de que llegue a los oídos de los demás, aun así y con la confianza por los suelos, llegó al lugar de la reunión.

—Ninguna alma a la vista y el sol está a punto de ocultarse, la noche reinará y sólo me quedaré —cantó aguardando por unos minutos más hasta que sus invitados llegaran.

Para su sorpresa, conforme los minutos pasaban, los rostros familiares de sus compañeros se hacían presentes y le devolvían la esperanza que hace unos instantes se había suicidado lanzándose al mar.

—Sabemos que cada uno, una estrofa sabe —tomó la palabra John, el juglar del sur, del que se decía que con su carisma impresionaba a su público en el momento que realizaba su espectáculo.

—Y que una historia cuenta —continuó Mina, la trovadora del este. Una chica reservada pero que al momento de ponerse en escena se liberaba de todo temor y daba lo mejor de ella.

— ¿Alguien tiene idea del orden? —preguntó Ping, el juglar del oeste. Perfeccionista y siempre atareado, por eso era caracterizado, sin embargo, su gran corazón no era ignorado por nadie y era reconocido como uno de los ciudadanos más caritativos del reino.

—No lo sabremos si no lo recitamos —opinó Chauncey, el amable trovador del norte, antiguo compañero de Ping que por algunas situaciones de la vida tuvo que emprender un viaje, separándose de su amigo del oeste, dándole fin al dúo dinámico.

—Empecemos de norte a sur, de este a oeste y terminamos conmigo, el centro —ofreció Peter.

—Hecho —aceptaron todos.

Y la historia empezaba así... —o al menos eso pensaban—.

"La dama de rojo llora en un rincón,
llora cansada por lo que perdió,
la parca no es amiga ni compañera,
la dama de rojo se queda hueca.

El Destino fue quien unió sus caminos,
el caballero andante del desierto vino,
su propósito fue devolverle el color,
el caballero se llevó una gran decepción.

Vaga por las calles sin destino,
la gente la mira sin motivo,
llama la atención por su complexión,
la dama de rojo sin color se quedó.

La dama de rojo camina por los prados,
la dama de rojo pierde sus zapatos,
la noche anterior de luna llena,
su esposo murió, fue una pena.

De luto estaba por dolor,
su sangre corre por amor
y nunca volvió a ser igual..."

Luego de recitar todas las estrofas, los trovadores y juglares quedaron más confundidos que antes y, aún peor, sentían que faltaba una parte, un solo verso que nunca se dieron cuenta que no estaba.

— ¿Y ahora qué haremos? —se cuestionaron en coro.

—Yo les podría ser de ayuda, les contaré la historia, pero presten atención, no habrá una segunda oportunidad —prometió la voz que había salido de la nada y ellos al voltear para observar quién les hablaba, el rostro de un anciano los recibió.

Y antes de que siquiera aceptaran el trato, el anciano, con una sonrisa dibujada en el rostro y sus ojos brillando con la misma intensidad que la luna esa noche, habló empezando con el relato.

—La dama de rojo fue muy conocida...

<<... Por sus hazañas y muestras de valentía fue respetada, grandes noticias llegaban a todos los reinos: una dama llena de honor que no le temía a nada y que siempre vestía de rojo.

Poco tiempo después, se esparció el rumor de una tragedia: habían ingresado a sus aposentos para aniquilarla. Nada malo le sucedió, pero su esposo no corrió con la misma suerte, en el allanamiento, por defenderla, quedó malherido y ella buscando socorro a lo largo de su aldea, perdió las esperanzas, ya que no se sorprendió que ninguna ayuda le fuera brindada. Así eran las personas, sólo recuerdan en tiempos de crisis, de crisis para ellos.

La dama vio morir a su esposo en sus brazos bajo la luna llena.

La tragedia se esparció por todos los reinos y, aunque pareciera increíble, todos también le dieron la espalda, a excepción de un caballero que habitaba en el Reino del desierto, el cual huyó del palacio, con el fin de socorrer a la heroína de quien se contaban tantos relatos fantásticos, deshonrando a la familia y ellos olvidando que tenían un hijo... ni lamentaron su partida.

El camino del caballero se trazó siguiendo los rumores, de lugar en lugar; hasta que un día, luego de meses de búsqueda, encontró a la dama caminando por los prados sin zapatos. Optó por acercársele, hablarle y convencerla de ir a su reino, a los segundos cambió de opinión y recordó que no era ni bienvenido en su hogar y que si llegaba allá con una desconocida, mancharía —más de lo que ya estaba— el nombre de su familia, así que decidió sólo seguirla, seguirla como un cobarde, observando a lo lejos cada uno de sus pasos.

Él la acompañó en la lejanía, por minutos, por horas, por días, vio su decadencia y escuchó sus lamentaciones, pero nunca se le acercó. Observó cómo, poco a poco, el color de sus vestidos se desvanecía, como de ese rojo apenas y quedaban rastros; la dama había cambiado su color por la locura y el dolor. El caballero se lamentó, lloró, gimió y se arrepintió por la decisión que tomó hace años: no hablarle cuando la encontró, y su sufrimiento se extendió aún más porque, ahora, ella se había adueñado también de su corazón.

Entonces, armado de valor, como nunca antes, salió a su encuentro de entre la gente que la rodeaba, esas personas que disfrutaban del espectáculo ya que de las leyendas no quedaban casi nada y, luego de años, era considerada como la vagabunda del Reino Central, por lo que verla rodeada, todas las tardes, de una multitud, no era sorprendente.

Frente a su confesión... la dama no dijo ni una palabra, en cambio, los aldeanos llenaron el lugar de burlas y, frente a eso, el caballero huyó sin dejar rastro.

No tuvo hijos ni consiguió esposa, el caballero dedicó todos sus días a vagar por los prados intentando comprender la mentalidad de la dama. Y en uno de esos días en que nada pasaba por su cobarde cabeza... un mercader se cruzó por su camino. Las palabras del hombre resonaban en su cerebro, descontrolado corrió a la aldea de la dama, sólo encontró un cuerpo frío en el suelo.

"La dama de rojo muerta está".

Desesperado, tomó el cadáver y lo sepultó en el mismo lugar en donde la vio por primera vez, la pradera.

Destrozado por la pérdida, creó un nuevo propósito y transmitió un poema bañado en su pena y dolor, lástima que éste fue descomponiéndose tanto que cada una de sus estrofas llegaron a parar, por separado, a las cinco partes del reino y ahora se encuentra aquí presente para contarles la verdadera historia>>.

—Eso quiere decir que usted es...

Y la frase de Peter culminó con una sonrisa, al notar que el anciano había desaparecido del lugar. La leyenda estaba completa y ellos se encargarían de que nunca fuera olvidada, otra vez.

Fin.

La dama de rojoWhere stories live. Discover now