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-- Me declaro culpable, señor juez. Soy el autor intelectual y material de las dos muertes por las cuales se me acusa, y también soy culpable de la muerte del joven Aníbal Cantor...Justo en ese momento, cuando me sentí en libertad para confesar todo lo que había hecho, se escuchó un murmullo uniforme en el recinto, seguido de expresiones de desconcierto entre algunos de los presentes, obligandome a suspender momentáneamente mi discurso, puesto que solo se me acusaba de dos asesinatos. El juez quedó estupefacto con mi escueta declaración; lo vi palidecer cuando mencioné la tercera victima, pero con todo y eso, tuvo suficiente aliento para levantar el martillo y golpear la mesa con tanta fuerza, que por poco y hace añicos el vaso de vidrio donde le habían servido el agua que se acababa de tomar.
-¡Silencio! - gritó, y con un gesto meticuloso que parecia saberse de memoria, sacó un pañuelo estampado y se secó el sudor que le brotava de la frente. El pulso le temblaba y parecía hervir de fiebre. - Continúe por favor...
- Confieso que los dos crimenes por los cuales se me acusa, y el otro que acabo de revelar, los cometí en pleno conocimiento de causa y sano juicio. En ningún momento actue bajo presión, o en su defecto en defensa propia. No recibí ordenes de terceros y, todo, absolutamente todo, fue premeditado. Quiero que los presentes y ante todo, usted, señor juez...
No sé por qué en ese instante pense en todos los que estaban detrás de mí. Quiero decir, en el público que servía de testigo en el juicio. Pense en los que habían llegado de otras ciudades cautivados por la gran noticia de los ultimos días: la historia del criminal que había asesinado a sangre fria a dos indefensos cristianos que no le hacían mal a nadie. Pensé en todos los que conocían mi extraño caracer, a los que de una u otra manera me señalaban al verme pasar, los que comenzaron a llamarme La Bestia aún siendo un niño, pero quizá nunca llegaron a imaginar que algún día cometeria semejante atrocidad, pensé en Don Apolinar Cantor, el propietario de la Ferretería la Media Luna, el oportunista de tiempo completo que no andaba con reparos para aprovecharse de la debilidad de los demás; el hombre que, irónicamente, me vendio la lima con la que le di el ultimo retoque al arma asesina que acabo con la vida de su hijo. Pensé en Misael Cantor, el joven abogado recién graduado en derecho, el hijo de don Apolinar Cantor y hermano del difunto Aníbal Cantor, quien con cierto grado de de ingenuidad me ofreció dinero para llevar mi caso, oferta que, desde luego, no acepté. Pensé en la profesora Margarita Ramírez, mi primera maestra, la hermosa mujer que tanto se parece a mi madre; la que me enseño el significado de los números y las letras, y de la que me enamoré perdidamente. Pensé en el padre Porfirio Rivadeneira, el emisario de Dios que estuvo a punto de perder la cordura por ni culpa; el que se cansó de insistirme para que le confesara mis pecados, cosa que no hice ni en mi primera comunión. Pensé en Amanda Sanmiguel, el patito feo que se convirtio en cisne, la hermana de Efraín Sanmiguel, mi mejor amigo, la que ahora se encuentra esperando un hijo, pero del cual solo los dos sabemos quien es el padre. Pensé en Felisa Monsalve, mi nana, la que se sacrificó más de una vez para que mi mamá se viera a escondidas con su amante; la única que realmente sospechaba lo que yo pretendia hacer. Pensé en Maria Elvira Matamoros, mi madre; la pobre mártir que se ha visto obligaba a sufrir desde el mismo momento en que vino al mundo, la que una vez me contó parte de sus secretos en el jardín de la casa. Y por ultimo pensé en Efraín Sanmiguel, mi mejor amigo, al que quiero como un hermano; el que se ganó mi afecto desde el primer momento en que lo vi; el que a esta hora
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LA BESTIA
Mystery / ThrillerDesde muy niño presentí que algo no estaba funcionando bien. Algo intangible que no podia describir, pero que estaba ahí, siempre al acecho, persiguendome como una sombra invisible. Nadie me lo insinuó. Solo sé que lo podia olfatear: en el ambiente...