La última nota

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Acababa de secar cuidadosamente los vasos que descansaban en el fregadero, mientras en sus castaños ojos se reflejaban las chispeantes llamas que consumían la leña de la chimenea.

Era inquientante el silencio que se hacía notar en el bar; el nuevo jefe, había salido para comprar tabaco y la había dejado a ella a cargo del establecimiento unos diez minutos.

Decidió tomar asiento en la modesta silla de madera donde había depositado su bolso, introdujo la mano en él, y sacó sus apuntes de inglés. Una vez dispuesta a estudiar en compañía del fuego, una dulce melodía de violín la cautivó hasta preguntarse de dónde procedía. Sútilmente, se levantó y guiada por la dulzura de la pieza, que el intérprete tocaba con tanta intensidad, decidió mitigar su curiosidad y se dispuso a encontrar la procedencia del sonido.

Atravesó el estrecho y oscuro pasillo, que a veces le hacía estremecerse, sin emargo insesperadamente chocó contra algo. El corazón golpeaba bruscamente su pecho y un grito ahogado la envolvío; el violín había dejado de sonar.

Cuando se quiso dar cuenta, un hombre de extraña apariencia se alzaba ante ella.

-Disculpe señorita, cuando he entrado no había nadie que me pudiera atender y en los próximos días realizaré una prueba muy importante.

Hubo un instante de silencio entre ellos; la chica analizaba al hombre con una mirada de sorpresa. No rondaría más de los treinta años. Una enmarañada melena de color caoba acariciaba una sudadera negra que cubría su espalda rígida y ancha; sus piernas se escondían en unos vaqueros algo sueltos y desgastados. Y hasta que los ojos grandes y azules profundos como el mar, se clavaron en la dulce y tierna expresión de la chica, esta no pareció percatarse.

-Disculpe -comenzó la chica-, esa pieza que usted tocaba era preciosa, pero no lo he visto entrar.

Unas imágenes confusas se entremezclaron en su cabeza. Clases en el conservatorio, partituras escritas en clave de Fa. Había permanecido varios años en el conservatorio que hacía esquina a su casa, aprendiendo a tocar el piano, había adquerido conocimientos musicales, así que podía descifrar las partituras que había sobre la mesa, facilmente.

Las facciones del hombre parecieron relajarse conforme la chica iba retomando recuerdos de su infancia.

-Miras las partituras con encanto, debes de haber estudiado música.

Lo correcto sería preguntarle si tomaría algo, sin embargo, la curiosidad la abrazaba y la animaba a preguntarle.

Se sentó en la silla de enfrente y con sumo cuidado, aferró las partituras como si acabara de encontrar algo que buscaba con anhelada ansiedad.

Se sentía capaz de volver a sentarse al piano, que hacía un tiempo había dejado atrás.

Su madre había fallecido después de un concierto de piano.

Una punzada de dolor atravesó los recuerdos de la chica, al mismo tiempo que un fino río cruzaba su mejilla derecha.

El hombre pareció esbozar una cariñosa sonrisa mientras entonó:

-La música es medicina de sentimientos.

Entonces, la misma melodía volvió a brotar del violín. Las ventanas del bar se abrieron de par en par, dejando pasar una ráfaga de fuerte viento que la dejo sin habla.

¿Qué estaría pasando? Una corchea parecía explotar y reventar los puntos de repetición que había al final de un pentagrama. Sus líneas comenzaron a serpentear y a abrazar a la chica, mientras que la pieza sonaba cada vez más fuerte. Así sucesivamente, pentagrama por pentagrama; cada línea la acariciaba y danzaban alrededor de ella; las notas aumentaban de tamaño y se esparcían por el bar. Se agarró a la plica de una blanca y se dejó llevar por la música y las increíbles sensaciones que estaba viviendo. Por un momento, cerró los ojos y se olvidó de todo mientras se volvía a sentar en su piano.

La conocida y aclamada Alison Monroe estaba apunto de finalizar su concierto; los gritos y los aplausos invadían el teatro; tocó la última nota, se puso en pie y alisando su rojo y flamante vestido, inclinó la cabeza en forma de saludo, para recibir los vítores de su querido público.

FIN.

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⏰ Última actualización: May 20, 2014 ⏰

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