Se sentía feliz, viendo como el bote se hundía en el abismo.
No había sido fácil llegar hasta allí, de hecho la pequeña isla se le antojaba enorme pero... no importaba. Por fin estaba sola.
Acompañada únicamente de un pequeño fardo, la joven sonrió a esa tierra vasta que esperaba por ella.
Frente al bote encallado en la arena, el sol la cegaba deslumbrándola casi tanto como la pureza de la estampa que se reflejaba en sus ojos grises. Gris ceniza, como el humo de las fábricas que contaminaban el aire de su Londres natal; pero no este, no el de la isla. Allí el aire era fresco, limpio como la arena blanca y el celeste del mar. Celestial, divino, palabras mundanas que jamás representarían la tamaña perfección de aquel paisaje que ella no se merecía.
Scarlett se quitó los guantes de seda, no sin antes deshacerse a toda prisa de los tacones llenos de arena y de las enaguas que le apretaban la cintura ¡Como las odiaba! Luchó contra todos los ropajes, forcejeó rabiosa por desatar los cordones y, cuando lo consiguió, los aventó a un lado. Con furia.
Y entonces... corrió.
Entre risas, las carcajadas de libertad se entremezclaban con la brisa que le acariciaba el pelo. Atrás había quedado su ostentoso moño ya desecho, sus bucles salvajes ahora se pegaban a su rostro mientras brincaba por la arena. También se arrancó el vestido y el corset. Se zafó con rabia de las malditas jaulas de volantes, esas que la aprisionaban, tal y como lo hicieron las expectativas de una sociedad asfixiante.
Pero Scarlett ya era libre. Ataviada con unas bermudas mojadas, sus pies se hundían y tropezaban corriendo por la orilla. Así, alejándose a toda velocidad, abandonaba los últimos restos de su cárcel de telas. Ahora el mar engullía esos ropajes mientras ella les daba la espalda sin mirar atrás.
Ese era el lugar que había elegido.
Ya agotada de correr, con el tórax adolorido de tanto reír la joven se tiró al suelo revolcándose para hacer un ángel de arena. En Londres le encantaba hacerlos cuando la nieve se acumulaba entre los jardines de la casa de campo. Esa afición entre muchas otras, como el saber y la lectura, siempre disgustaron a su familia.
Aunque ya no importaba. En la isla Scarlett no tenía una madre que la menospreciara, ni un hermano que la mortificara. No había sueños frustrados de un camino que nunca le dejaron escoger, ni la presión de unas altas expectativas que se sentía obligada a cumplir. Ya no podrían burlarse de sus sueños rotos y tampoco podrían presionarla para "ser una dama de provecho", lo que quería decir: casarse y obtener un buen marido, o lo que es lo mismo "un buen partido".
Había llorado tantas noches ... se había sentido tan atrapada, tan inútil. Un ser despreciable que no debía molestar, que ni si quiera merecía el lecho donde dormía. Una sanguijuela que no quería claudicar, pero que sobrevivía gracias a los demás.
Por eso no lo pensó. Malvendió sus joyas, cogió el primer barco y compró uno de sus botes al capitán. Scarlett se sentía un ser despreciable, hasta que ya no pudo más. No molestaría. Sería lo que decían que era: una pusilánime. Sí.Pero una pusilánime libre.
Y ahora, ella se sentía feliz mirando el bote hundirse en el abismo.
La propia Scarlett lo había llevado hasta el arrecife de rocas contra el que se estrelló. Desde la piedra más cercana, se deleitó con el crujido de madera astillándose contra la piedra. La embarcación se hundía en la grieta subacuática y solo algunos maderos desprendidos consiguieron salvarse. Flotaban arrastrados por el oleaje, perdiéndose en la lejanía.
Madera inerte y pasiva ... como ella.
De vuelta en la playa, el corazón le palpitaba de dicha mientras extraía del fardo lo único que trajo consigo: un tomo de tapa dura con hojas en blanco, cuyas únicas palabras escritas fueron trazadas por ella misma; también una pluma y tinta. Ambas robadas a su padre.
No había llevado agua, tampoco comida, o un cuchillo que pudiera servir de herramienta, pues no los necesitaría. Era una pusilánime y como tal moriría: con el libro lleno de historias y las manos manchadas de tinta.
Scarlett esperaba la muerte y, mientras tanto ... escribiría.
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Isla de tinta - microrrelato
Short StoryLa libertad tiene un precio y la valentía un coste. Múltiples son las formas de ser libre, sobre todo si hagas lo que hagas tu destino es una cárcel. Es entonces, cuando ser libre solo significa que puedes escoger tus rejas.