Sal

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El color del cielo es azul oceano con destellos magenta mezclados en las auroras boreales formadas por gases y reflejos de las ciudades de las cercanías. Las nubes verdes que brotaban de los geiseres de las cercanías surcaban los cielos a través de las auroras, sin depender del viento para moverse. Los valles como lomo de animal, cubiertos de pasto esmeralda que hacía de pelaje del cual un individuo podía hundirse y festejar la serenidad del momento.

La virginidad del valle era interrumpida por una mancha en la superficie. Una anomalía en el patrón. Una garrapata sobre un animal. Un chico, cuya polera era tan negra como sus pantalones, su cabello y sus zapatos. Sus brazos estaban no muy lejos de su cuerpo y es ahí donde vemos una anomalía: sus brazos eran pequeñas placas de metal unidas a esferas que hacían articulaciones que le permitían una movilidad que ningún humano -si es que lo era- poseía. Aunque no podía apreciarse, con sus piernas ocurría el mismo cuento inorgánico que le daba otro de sus muchos nombres: arma. Subiendo a su rostro, las dos cosas que podíamos destacar son: Primero, sus ojos verdes con manecillas de reloj antiguo girando con la pupila como eje, y segundo, su largo cabello -tieso por la carencia de lavado- que se regaba en el suelo y le daba su halo negro a este imbecil.

–See more, see more guitars. See more, see more guitars. Die Hard, Die meets Hard. Die Hard, Die meets Hard... –salió de sus cuerdas vocales con un movimiento leve de sus labios.

Las melodías de las guitarras eléctricas y las voces agudas de su reproductor de música se ven interrumpidos por los estruendosos violines que destrozaban la armonía de la canción. Con un gesto desagradable, reconociendo quien era, acabó con su trance solitario y recordar que existen más personas lo devolvió con un sabor amargo a la realidad.

–¿Mmm? –soltó de su garganta aquel sonido.

–Oye... –dijo una voz suave y dulce apenas audible.

–¿Qué?

–¿Dónde estás?

–Estoy bien.

–...

–¿Mmm?

–No pregunté eso.

–Hazte una idea, tonta. Estoy lejos.

–Vuelve, por favor.

–Ivy... disculpa, yo...

–Apúrate.

–Te quiero.

–Yo también.

La llamada corta tras ese frio ultimo comentario. Con un sentimiento de insatisfacción, se levanta con ánimos nulos del suelo, empujado por sus ojeras hacia el pasto. Su espalda se erguía lentamente, haciendo ver a sus brazos como péndulos en movimiento impulsados por la falta de vida.

No era un sentimiento grato estar suspendido en la soledad y recibir un golpe de lo que existía, de lo que estaba ahí. Que lo único que podía despertarte de un sueño era la razón por la que dormiste.

Sus parpados acompañados de las ojeras hacían ver a sus ojos como si el brillo de un mundo que penetraba sus retinas no fuera captado, o siquiera hubiera un "feedback" por parte de su alma.

–Bastarda manipuladora –soltó súbitamente el joven–. Te odio.

–Que decepción.

Un hombre está apoyado en la ventana viendo como el atardecer formado por miles de cristales morados va apagándose poco a poco. Las llamas sobre la atmosfera de mosaico hacen que el movimiento del sol pierda la fluidez y se convierta en un prisma de millones de vértices en una pantalla de 32 bits. Las luces de los edificios y las calles se sincronizan con la muerte del día de la manera en que un gigante reemplaza a otro. Las estrellas no tenían oportunidad de brillar gracias al baño de luces anaranjadas y blancas que creaban una capa de mediocridad sobre la belleza natural.

Regenbogen Augen MaidenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora