Capítulo veintiuno.

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Abby estaba muy molesta. Revisaba los mensajes y llamadas dos o tres veces al día para saber si el chico de ojos caramelo le contestó pero nada. Ni siquiera se aparecía en el instituto a buscar a su hermana. Casi tres semanas sin saber nada de él y pensó las mil y un posibilidades de que se haya aburrido de ella.

Se quedó estudiando sola en casa pero fue mala idea, su mente se encontraba llena de Justin y porqué no le explicó nada. La sinceridad ante todo pero le ocultaba algo y lo notó en la última semana que se vieron; distraído y algo triste, sin embargo, si el hubiese querido contarle qué sucede lo habría hecho ya. Al día siguiente buscaría a su nueva amiga y le preguntaría por su hermano, pronto comenzaban sus tutorías por los exámenes de la menor, era bueno tener diferencias en las fechas para tener tiempo para sus calificaciones y asegurarse de que a Careen le vaya bien también.

Repasó una vez más y se durmió. No le daba para más cuando su concentración era nula. Soñó con Santa Mónica, donde comenzó la pequeña aventura.

De seguro ahora se hallaba con otra muchacha ilusa y tonta como yo, se decía Abby.

Despertó con la frente sudorosa, era de las chicas que se destapaba en mitad de la noche por el calor insoportable. La ventilación de su casa se apagó por las cuentas y su madre paró de trabajar con licencia. Fue por un vaso de agua mientras refregaba sus ojos. Se fijó en el reloj de pared y al parecer ya le quedaba cerca de una hora para dar su primer examen.

Se fijó en su rosado estuche, sus lápices perfectamente ordenados y sin falta de alguno que le pudiera servir. Acomodó los cuadernos y libros para las siguientes clases y con pereza que jamás sintió antes, salió de la casa. Su padre la tomó de la muñeca observándola extrañado, siempre la dejaban en la escuela pero Doris no despertó y prefería dejarlo así. Se ofreció a llevarla sin presión alguna y a la muñeca le encantaba pasar tiempo con Sebastian, aceptó ir con él.

Le dejó poner la estación de radio que prefiriera, así que no dudó en conectar su móvil al vehículo. Puso su lista de canciones favoritas y por lo menos olvidó la preocupación que le daba Justin Bieber. Cantó un poco a voz moderada, la costumbre no la llevaba a elevar la voz como en las historias que leyó alguna vez, o las películas que vio. Incluso cuando sus amigas lo habían hecho.

—Cuéntame algo —habló el hombre a su lado—, hace mucho dejaste de actualizarme sobre lo que sucede en tu vida, o en el colegio.

—Una chica menos que yo se unió a nuestro grupo —se encogió de hombros—, es hija de Diana y Erwin.

—Ellos tienen un hijo también —al hablar de aquella familia se le iluminaron los ojos a la niña—, supongo que ya lo conoces.

—Si, Justin —murmuró, a pesar de que le gustaría decirle lo que sucedía con él, no lo haría porque ni ella sabía qué eran—. He hablado un par de veces con él.

—Espero que esto quede entre nosotros, tu madre se volvería loca y buscaría una forma de que estén juntos —rió y Abby lo siguió, sonó más amargada de lo que esperaba—. ¿Hay un chico contigo ya? Tienes la edad para estar con alguien, a pesar de que no es lo que un papá diría pero soy libre de pensamiento.

—Nada de eso —mintió—, mamá se asegura de que si hay alguien tiene que ser su prototipo perfecto.

—Tienes razón, ella tiene una cierta obsesión con Ricky Manson —se estacionó—. Que te vaya bien en tu examen, cariño —besó su mejilla y la observó entrar al establecimiento.

Sebastian le gustaría que su hija fuera atrevida, que tuviera las agallas de desobedecer en cada régimen que le ponía su esposa, como lo hizo Cedric. Proyectaba a su hija aprendiendo sobre amor y no solo en ciencias o matemáticas, deseaba que fuera completamente feliz. Se odiaba por no darle aquello, lo pensó desde que Doris comenzó con esto de la perfección pero es muy difícil hacerle pilla a esa mujer.

Sentimientos de una muñeca © j.b.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora