El autobús se detiene con un suave chirrido. De momento los murmullos y pláticas se extinguen, incluso aquellas infantiles canciones que no faltaron durante todo el transcurso, para dar paso a expresiones emocionadas y al barullo de los entusiastas adolescentes.
Como en cada año, desde que ingresaron a la prestigiosa academia de super héroes, celebrarán el final de un ciclo más de educación asistiendo a un lugar en particular como grupo. Idea que había sugerido —como recompensa por su largo esfuerzo a lo largo del año escolar— el profesor a cargo del departamento de héroes de tercer año. En esta ocasión la opinión había sido casi unánime ante la posibilidad de asistir a un parque de diversiones. Casi, solo un voto se había resistido ante la idea, voto que pertenecía al chico rezagado en los últimos asientos del autobús escolar mientras todos los demás ya estaban listos para empezar a divertirse. El cual era persuadido por su mejor amigo para que dejara de aferrarse a su asiento y se animará a bajar.
Mirio sólo le espera paciente sentado a su lado, con una sonrisa confiada. Tamaki tiene la vista pérdida más allá de la ventana empañada por el frío; frente a él una multitud de personas sonríen y gritan, yendo de aquí haya, comiendo golosinas, cubiertos hasta las orejas por bufandas y gorros —después de todo están en pleno diciembre—, y miles de luces que brillan al ritmo de una melodía, o de la manera, más escandalosamente posible, con tal de llamar la atención de más de un potencial cliente.
En conclusión: hay mucha gente, mucho ruido y demasiadas luces. Quiere volver a casa.
Es inconsciente el temblor.
—Tamaki.
Su hombro es presionado con delicadeza, cierra los ojos por un momento, había olvidado la presencia de su mejor amigo. Gira con lentitud, incapaz de mirarle a los ojos. Se siente muy avergonzado ya que siempre, en situaciones como esas, Mirio tiene que cargar con él.
—Oye, tranquilo, ¿sabes que sólo vamos a divertirnos, no?
—Mirio... No creo que vaya a funcionar el truco de las patatas... —dice nervioso, con su rostro escondido en la bufanda de lana y sus dedos jugando compulsivamente con el borde de su suéter.
Está hablando en serio. Desde que Tōgata se había percatado de la incapacidad de Tamaki para hablar en público —o incluso hablar con las personas— había hecho de todo para ayudarlo. Desde charlas motivadoras que había conseguido en internet, hasta trucos baratos de persuasión que sólo lograron sacarle más de una carcajada a su azabache amigo. A decir verdad, no todo había sido en vano.
No fue hasta que entraron a la academia que Tamaki se vio más presionado, y la solución se le presento en medio del almuerzo con una chica que preguntaba de más y que justo su plato consistía en patatas hervidas, tofu y un poco de arroz. A Mirio de le ocurrió una brillante idea, idea que se lamentó no haber pensado antes, porque, después de todo, ¿qué tendría de aterrador una patata?
—Sabes que ese truco no siempre funciona —comenta en un suspiro—. Pero no hay necesidad de que acudas a él. Después de todo, no tendrás que hablar con nadie, sólo vamos a divertirnos.
—Pero, hay mucha gente...
—¿Y? No creo que quieran hablar contigo.
—Yo tampoco creo que alguien quiera hablar conmigo —reprocha deprimido Tamaki. Mirio se dio cuenta de que había hecho una mala elección de palabras.
No es que hubiera querido hacerlo de mala fe o algo, simplemente veía muy tonta la idea de que una persona, que justamente iba a un parque de atracciones a divertirse, se detuviera a charlar con cualquier mocoso de preparatoria.
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Algodón de azúcar.
FanfictionDespués de un largo año escolar, los estudiantes de tercer grado hacen lo habitualmente normal, asistir al paseo anual que su profesor encargado siempre organizaba para recompensar su gran esfuerzo. Para esta ocasión se decidió que el viaje seria a...