Giré el spinner y contemplé las luces girando durante varios segundos. Notaba los destellos azules, rojos y amarillos iluminando mi piel, la mesa, los platos de plástico, a Clara y su celular... Mi amiga tenía el móvil a la altura de los ojos, pero yo sabía que no me perdía de vista. Me vigilaba, aunque tal vez en su percepción más bien sólo me estaba cuidado; quizás creía que en cualquier momento me pondría de pie y saldría corriendo en busca de Alejandro.
"¿Y no lo harías?", me pregunté. Cerré los ojos e incluso así podía ver las danzarinas luces del juguete. Suspiré. No, no lo haría. Mi historia con Alejandro había terminado y tenía ese spinner como punto final. Lo giré de nuevo y lo coloqué sobre la mesa, justo al lado de mi vaso de agua de horchata.
―Ya se tardaron los chicos, ¿no lo crees? ―le pregunté a Clara. Mateo y Xavier no tenían ni siquiera cinco minutos de haberse ido, pero necesitaba pensar en algo más.
―El cajero está a tres cuadras ―mi amiga bajó el teléfono, tomó el juguete, lo miró por desde diferentes ángulos y luego lo hizo girar despacio―. ¿Y esto para qué sirve?
Me encogí en hombros. Mi ex me había contado que ese juguete se había inventado hacía más de dos décadas como método para aliviar el estrés, pero que hacía algunos meses alguien lo había redescubierto y sin saber por qué se volvió una moda en un abrir de cerrar de ojos.
―¿Segura que estás bien? ―quiso saber y apuntó con los ojos al centro de la mesa―. A estas alturas ya te habrías acabado los tostaditas y el pico de gallo.
―Estoy bien ―tomé una tostadita del plato y la cargué con tanto guacamole que estuvo a punto de quebrarse durante el trayecto hasta mi boca―. ¿Lo ves?
Clara enarcó las cejas y asintió despacio.
―A ti ni te gusta eso, Anita ―sonrió ante la mueca que hice cuando la salsa hizo efecto.
Tomó su celular y me tomó una foto que apareció en mi perfil de Facebook con el título: "No pica. No pica. #Échenme otro". Treinta segundos después tenía ya más de diez "Me gusta", incluido el de Mateo.
―Ahora que ya estás bien despierta, amiga. ¿Podemos hablar de lo que ocurrió?
―No pasó... ―me acabé mi agua con un trago enorme― nada. Sólo... terminé con Alejan... dro.
―Ese es justo el problema ―empujó su bebida hacia mí para que la tomara también―: que tal parece que acabas de terminar con él hoy y no hace meses. ¿Entonces no contó cuando lo abofeteaste al descubrirlo con la Mérida región cuatro?
―¿Mérida?
―La de Disney ―abrió los ojos, como si aquello fuera obvio. Sonreí: al menos mi amiga no estaba tan molesta como creía.
―No lo abofeteé.
―Lo sé ―Clara se echó hacia atrás y cruzó los brazos―. Hubiera sido lindo.
Uno de los meseros se acercó a la mesa para preguntarnos si necesitábamos algo más. Clara pidió una cerveza y yo otra agua de horchata. El chico apuntó la orden en una pequeña libreta, pero sus ojos se desviaron del papel hacía el escote de mi amiga, quien aprovechó la oportunidad para revisar el conteo de likes en mi foto. Al darse cuenta de que yo lo observaba, el muchacho se sonrojó hasta el límite, nos prometió darse prisa y desapareció tras la puerta de la cocina.
Clara localizó el interruptor de las luces led en el spinner y lo hizo girar de nuevo con una expresión de sorpresa que activó de igual manera el interruptor de mis recuerdos.