Las amarguras no son amargas cuando las cantas

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Para Marshmallow-san, ¡el mejor tío jitomate gladiador de todos los tiempos!

España: Antonio Fernández Carriedo.

México: José María «Chema».

Perú: Miguel «Migue».

Fem!Italia del Sur: Livia Vargas.

Portugal: Paulo Silva.

Fem!España: Isabel Fernández Carriedo.

Por el boulevard de los sueños rotos

Quién quisiera reír como lloooora Toñito...

José María estaba cantando y casi brincando de tan buen humor que tenía, solamente porque el rico olor de la comida lo ponía feliz.

En la mesa había una olla con atole de chocolate (sí, ese que él siempre presumía que le salía riquísimo), un paquete de vasos desechables y un par de panes recién horneados. Los guardó con mucho cuidado en una bolsa de mandado, con la que salió al patio buscando a su vieja bicicleta a Juanita. La encontró junto a la puerta; estaba tan decolorada y oxidada que su pintura inicialmente negra ahora era café. José María "Chema" decía siempre que Juanita había sido su única novia fiel.

Su padre decía que no había ninguna novia fiel.

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Cuando aquellos europeos (uno natural de Madrid y el otro natural de Lisboa) y de nombres Antonio Fernández y su primo Paulo Silva arribaron al puerto de Veracruz, México, tenían ocho y doce años respectivamente; Antonio era el menor y no tenía idea de por qué sus padres lo había obligado a desprenderse de su tierra natal. Era cierto que se había robado unos panecitos de la pastelería, ¡pero eso no era suficiente para que lo echaran de España!

No pasó demasiado tiempo para que comprendiera que su familia, independientemente del bando en el que estaba, los estaba liberando de la guerra civil española al enviarlos a México, ese país norteamericano que había aceptado recibir refugiados de la guerra.

Antonio creció como un chiquillo ajeno a ese país, donde su acento español y las diferencias físicas siempre lo distinguieron de los curiosos niños de México. Creció junto a su hermana y su primo en casa de la familia michoacana que los adoptó: los Carriedo.

Con el tiempo tuvo pocos recuerdos de sus primeros meses. Antonio fue de esos niños que ocultaban eventos dolorosos de su vida mediante el olvido, y es que ni su familia quería pensar en cuando un pequeño Antonio se escabullía con Paulo para llorar por la familia y amigos que dejó en España, preguntándose cuándo volvería a verlos. Quizá nunca.

Sus primeros años los pasó asistiendo a la escuela y aprendiendo todo lo que el señor Carriedo le enseñaba del rancho de la familia: la charrería, la cual pronto fue opacada por la ola de pasión taurina que siempre se aferró a México y España y que se adueñó de los primeros sueños del menor de los ibéricos. Ser torero fue su primera meta.

Antonio «Toño» se enamoró del ámbito taurino casi tanto como de su compañera de clases, una tal Livia Vargas, la hija de un rico comerciante italiano que había hecho fortuna en México. Un Antonio adolescente desafió al señor Vargas cuando este se negó a que su hija «esté de novia con ese españolete pobre» cuando bien la podía comprometer con el hijo de su amigo el gobernador del estado.

El señor Vargas nunca supo que Livia veía al español atrás del kiosco, cuando terminaba la misa dominical. Él nunca supo que ambos se escondían para soñar un futuro juntos, mientras él planeaba un futuro donde su hija estaba con otro que no era el español.

El día que Antonio cumplió veinte años fue el mismo de su primera corrida como matador, presentándose como Antonio «el gladiador» Fernández Carriedo. Ese día iba a ser el más prometedor de su carrera; su primo Paulo Silva había conseguido que el periódico local cubriera la corrida de esa tarde ("la gente nunca se cansa de los toros, Fernández"), y su novia estaba mirándolo desde las gradas con una expresión completamente seria porque nunca escondió su desagrado por el toreo y porque ella sabía lo que vendría a continuación.

El boulevar de los sueños dulcesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora