IX: Hacia tu destino

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Sentado en el trono que le pertenecía por ser el legítimo rey de Krasys, un joven arrojaba la corona que le otorgaba poder. El objeto se estampó en el piso y comenzó a girar, hasta caer en su totalidad para producir un chillido; el ruido de un metal precioso al golpear contra el suelo. Ése era su lugar: la nada.

El ángel que lo acompañaba se agachó, esbozando esa típica sonrisa llena de diversión e hipocresía. Agarró la corona dorada, se reincorporó y acomodó sus prendas blancas tejidas con la más fina seda. Él conocía a un portador digno de pertenecer a la realeza y sólo a ese hombre lo alzaría como el gobernador supremo.

Nadie merecía un título de príncipe o rey, Viktor era el único. ¿Por qué? La respuesta era simple; porque aquel sujeto, poseedor de los ojos más azules del universo, se había sacrificado sin titubear, porque su bondad no cabía en su corazón y porque sus sentimientos eran puros y desinteresados.

Su preciado tesoro ocupaba su mente, su racionalidad y sus emociones; eso lo sabía, pero no le importaba. Él había sido enviado por Madre Luna para vigilar a ese niño, y ahora entendía por qué la diosa le tenía tanta consideración. No iba a equivocarse como en el pasado, no dejaría que muriera ni que sufriera.

Viktor Nikiforov ya no estaba solo.

—Está vivo —siseó Yuuri, levantándose del trono y haciendo ondear el manto rojo que cubría su espalda y hombros—. Está vivo y no me lo dijiste.

—Has mentido a tus reyes —declaró Yuko, parándose a la par de su esposo y acomodándose a su costado derecho. Estaba dispuesta a defender a su familia y no iba a retroceder—. Tendrás un castigo, traidor.

—No me interesa lo que una impostora me diga —respondió burlón y, apretando el metal en sus manos, rió alegre.

Por primera vez sentía sus latidos yendo a un ritmo acelerado. Sus pulmones se inflaban de una adrenalina que lo intoxicaba, lo hacía perder la cordura. Había revivido al igual que Viktor, todo su cuerpo se lo comunicaba en un simple movimiento.

—No oses llamar a mi reina...

—Tu reina y tú son una impureza para la nación —aseveró, escupiendo cada palabra con un odio profundo—. Ella no es la madre de Aysel, no es tu reina y no es tu esposa.

—¡Lo es! —afirmó Katsuki, mientras sus piernas se encargaban de bajar los escalones para llevarlo frente al ángel—. Mi matrimonio es real.

—Tú estás casado con Viktor Nikiforov —corrigió, chasqueando sus dientes. Estaba sumamente enojado e indignado porque comprendía el sentimiento de soledad de su niño, lo comprendía y le dolía—. No puedes cambiar tu destino por un amor pasajero.

—Desde el día en que los dioses descendieron, mi vida ha estado maldita —bramó, comprimiendo los puños hasta provocar que sus nudillos enrojecieran por la fuerza—. Madre Luna es una embustera.

—¡Cállate! —ordenó Ulysses, dando el siguiente paso para quedar cara a cara con Yuuri—. No tienes derecho a opinar sobre aquéllos que te han concedido libertad, poder y gente buena.

—No quiero poder ni esa maldita corona —vociferó, señalando lo que el de cabellos platinados sostenía aún—. Llévatela, pero no molestes a Yuko ni a mi hijo.

—Es más hijo de él, que de ti —objetó, frunciendo sus cejas. El pelinegro sólo pudo gruñir ante la declaración, pese a que lo sabía—. No permitiré que lo alejes de su verdadera madre por un capricho tuyo.

—En cinco años no lo ha necesitado —mencionó Yuko, detrás del rey. No era tonta para enfrentar al ángel y por eso optaba por esconderse—. Me tuvo a mí, ¿y él qué? ¿Dónde estaba cuando se enfermaba?

Reyes del invierno #PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora