Pasaron dos días hasta que aquel chico volvió a pasarse por mi lugar de "residencia". Esta vez su visita me sorprendió al lado de la máquina de refrescos, decidiéndome entre si comprar el más dulce de todos los sabores o decantarme mejor por un simple zumo azucarado. Hoy el castaño con barba traía un paso más calmado y era imposible mirarle sin fijarse en el gran ramo de flores que portaba en su mano. ¿A caso venía a ver a su mujer la cuál recién había dado a luz? Quizás no todas las opciones eran malas, y alguien en todo este infierno de paredes blancas había recibido una buena noticia. Pero no, en esta misma planta no podía haber pacientes con necesidades tan diferentes. Aunque claro, los recortes estaban a la orden del día y hasta que el nuevo hospital de las afueras no abriera sus puertas, los médicos tenían que hacer maravillas con estas pobres instalaciones que se caían a trozos.
Me decanté al final por una botella de agua de la máquina. Metí el dinero por la ranura y esperé unos segundos a que callera algo, pero nada ocurrió. Arremetí unos pequeños golpes con el puño en la máquina, pero nada, allí seguía tan parada y fría como siempre.
Entonces noté como alguien se acercaba para ayudarme. Durante un segundo me imaginé al chico de la barba acercándose a echarme una mano con aquel percance, pero cuando me di la vuelta solo vi a un hombre unos setenta años y pelo blanco paseando.
Decidí que lo mejor era dejar aquel euro perdido y continuar con mi paseo.
Normalmente cuando llevas ya un tiempo aquí sueles ver a las mismas personas. Rápidamente te acostumbras a las mismas caras todas las mañanas, tardes y noches. Esas caras tristes, de sonrisa baja al saludar, que se clavan los primeros días en tu conciencia y que finalmente aprendes a vivir con ellas a tu alrededor. Cuando alguien sale de este infierno, como a mí me gusta referirme al hospital, no es precisamente por razones alegres; y si en cambio alguien consigue llevarse buenas noticias de aquí y escapar, vuelve a las pocas semanas entrando otra vez en este juego, un juego al que nadie quiere jugar.
Yo había perdido la cuenta de mi propia estancia en este lugar, ¿un año?, ¿quizás dos?, los días se hacían igual de largos desde que me pedí la baja por problemas familiares.
Yo solía trabajar de redactor literario en un periódico de tirada local y en mis ratos libres me gustaba escribir pequeños relatos que llegaban más lejos de las paredes de mi escritorio. Aquel pasatiempo hacía mi vida mucho más interesante, aunque hacía tiempo que ya no escribía. Ese lugar y esas condiciones no me lo permitían.
Volví a la habitación y por sexta vez comprobé que todo se encontrara en orden y funcionando correctamente. Me parecía curioso que me preocupara tanto por las máquinas que rodeaban la cama cuando en verdad no tenía ni idea lo que significaban todos esas botones y números. Al volver a mirar por la ventana vi llegar otra ambulancia a toda velocidad. Un enfermero se bajó del vehículo, y abriendo la parte de atrás de la ambulancia con ayuda de otro compañero, sacó una camilla con un paciente sobre ella.
«Otro más», pensé.
«U otro menos», me corregí al instante.
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TONO GRIS. (#GAY) (#LGBT)
Novela Juvenil"Me encontraba de pie mirando por la fría ventana de la habitación. Hacía días que las nubes cubrían el cielo y el sol solo aparecía de vez en cuando al encontrar un hueco entre ellas. Aun estando así el paisaje, hacía semanas que no llovía, las mal...