G I R A S O L

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Entonces, cuando la gente solía perderse, llegó él. Era apenas un niño, con labios carnosos y rojos cómo las fresas, cabello oscuro cómo los robles, piel blanca y suave cómo el azúcar y todos lo adulaban, lo amaban, le consentían como a ningún otro. Pasaba el tiempo y a medida que crecía se convertía cada vez más en aquel hombre, lleno de luz, consciente y emocional, pero era tan maravilloso, que en ocasiones ni él mismo lo creía. Su presencia siempre era notoria, y aunque muchos le envidiaban u odiaban al final de día su luz seguía intacta. Se convirtió en un hombre peculiar; hombros no tan anchos, ojos profundos y escurridizos, manos inmaculadas, sobresaliente al caminar, sonrisa altanera y retadora, sensualmente dulce, tenía un lado oscuro que no cualquiera entendería. Su espíritu; totalmente sabio, con hambre de experiencias y unas ganas voraces de encontrar su verdadero camino. Parecía que su corazón era reservado y difícil de romper, sin embargo, detrás de esa armadura brillante, tan limpia y resistente como los rayos del mismo sol, se encontraba la magia más pura de su ser, quiénes fueron dignos de ver tal magia fueron también contados, pues a pesar de tan poderosa, esa magia era especial, tanto que, no cualquiera podría gozarla. Estar con él era como pasar el tiempo eterno lleno de júbilo, de alegría, de clase, sonaba como un dulce jazz reconfortante para los sentidos, purificando la mente aligeraba la vida. Dentro de ese halo de impenetrabilidad escondía su pasión más cierta, su debilidad, algo que lo hacía levitar, algo que nunca había sido en realidad un problema, hasta que lo vio por primera vez. Sus ojos brillaban cómo nunca, sus sentidos; intensificados. Su piel se erizó cual deleite y algo dentro de él se lo dijo, lo creyó y lo vio. Varias lunas pasaron para que cruzaran palabra, pero cuando lo hicieron sus mismas palabras los encadenaron llevándolos a experiencias nunca antes contadas, nunca antes vividas o incluso imaginadas. Para él enfrentar el mundo a su lado era pan comido, las adversidades ni siquiera le hacían ruido ni le quitaban el sueño, había paz, y se sentía tan capaz, tan valiente, entero. Surgieron los atardeceres necesarios y estaba ése día lleno de frío húmedo cuando la niebla alcanzó a cubrir su corazón y un poco de su razón, esa ceguera emocional lo llevó a una catarsis que tarde o temprano tenía que enfrentar con tal mortal. No pasaron tantas horas de aquel incidente para que se decidiera a verlo, y frente a frente comentarle la manera en que su amor no veía final, le quería cerca para toda la eternidad, y entre pestañeos y palabras confusas la verdad emergió por fin de las entrañas de quien un día fuera su completa felicidad. Le dijo que el tiempo no era aún el suyo, estaba necesitado de una estabilidad, que siendo sinceros era brindada desde el primer día, ése caballero lastimado y mal herido no era aún capaz de amar. Entonces se oyó un crujido el cielo, llovieron sus ojos, llovió su corazón, y de una forma u otra lo entendió, y tal empatía era incomprensible, pues con el corazón destrozado y en pedazos tuvo la certeza de que sólo los valientes aman en totalidad, y siendo valiente e íntegro en totalidad, con las heridas sangrando, lo amó, después de todas aquellas flores marchitas, vivió. Fue esa la prueba más grande de su amor, fue aquél instante crucial dónde en lugar de perderse...por fin se encontró.

Arhmad


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