Viernes: tres de la madrugada. Un bostezo se abre paso por los labios de Will, llenando el vacío de la sala. Él y los tres médicos de urgencias que están de guardia concuerdan en que está todo demasiado tranquilo. En toda la noche solo ha llegado un niño que se había pillado la mano con la puerta. Parece hasta ridículo.
Estudias años y años de medicina, para a tus veinticuatro, acabar preguntándole a un crío de quince si le duele al doblar la muñeca, a las dos de la mañana. Suena demasiado estúpido. ¿Dónde están las quemaduras de tercer grado? ¿Las fracturas abiertas? ¿Sobredosis? ¿Comas? ¿Accidentes de tráfico? El "se nos va". La sangre, transfusiones. Adrenalina. Las cirugías de urgencia. Mataría por una cirugía de urgencia ahora mismo. No debería haberle cambiado el turno a Kayla. Lo calificará como uno de sus mayores errores. Entre la época en la que le pareció bien teñirse de moreno ("me quedará perfecto", pensó mientras su mejor amiga Katie negaba sentada al borde de la bañera; reflejada en el pequeño espejo del baño) y raparse el pelo a continuación cuando vio que el moreno le quedaba horrible.
Jenna, una enfermera alta y de ojos verdes, aparece atravesando el umbral de la puerta con una bandeja con seis cafés. La han mandado hace un cuarto de hora a por una dosis de cafeína al Mc Donald's de al lado del hospital. La próxima vez le tocará a Sarah, que está a punto de caer rendida sobre el teclado del ordenador mientras redacta informes—.
"¿Y de vosotros depende el futuro del país, doctores?"
—exclama la joven dando un fuerte golpe en la encimera de la recepción con la bandeja. Creando un pánico generalizado en todos por la remota posibilidad de que alguno de sus suministros se caiga. Como reacción, Will sale de detrás del mostrador para coger su café. Cuanto antes esté entre sus manos, menos posibilidades habrá de que se derrame—.
"¿Ves estas ojeras, Jens? Este país me está matando. Además, a mí no me llames doctor. Yo voy a ser el cirujano Solace."
—bromea con la sonrisa bailando en la boca, mientras le tiende un billete para pagar por su taza—.
"Ah, pues, cirujano Solace, me da a mí que no va a tener que pagar por lo suyo. El doctor Reyes le invita"
—un nuevo interlocutor irrumpe en la conversación, suscitando silbiditos entre sus compañeros. En toda la planta de cirugía corre el rumor de que Reyes y Solace tienen algo. Y la sonrisa achispada del último ante lo que acaba de pasar no parece desmentirlo en absoluto.
De pronto todo se detiene. El teléfono está sonando. Eso significa ambulancia. Como si el destino hubiera estado esperando a que repusiera pilas. Los cuatro cruzan una mirada antes de abalanzarse hacia el auricular. Como leones. El que consiga responder la llamada se llevará el caso.
Es Will, triunfante, el que finalmente atiende al otro lado de la línea. Una sobredosis, múltiples fracturas. Paro cardíaco. Les hace un gesto a todos para que le acompañen a la llegada de ambulancias.
El regalo que estaba esperando por fin ha llegado.
* * *
Viernes: dos y media de la madrugada. Penumbra, y en la esquina más recóndita de la habitación, un sofá. Enterrado entre el humo y el ambiente viciado, Nico Di Angelo. La mirada perdida, la respiración pesada. Quién sabe cuánto tiempo puede llevar ahí. Quizá un par de horas, una semana, ¿dos? Encerrado en sí mismo. Dejando que las drogas y el alcohol cumplan fieles con su trabajo. Flotando libre en una realidad imposible de alcanzar. Cada vez más lejos.
A veces aparece una chica, ni siquiera se sabe su nombre. Solo aparece y desaparece. No hablan. Menos aún se miran. Tampoco es que se preocupen el uno por el otro. Simplemente da la casualidad de que los dos han encontrado la misma casa que ocupar. Ambos vagando solitarios, se han encontrado por accidente. Es ella la que trae la comida; Nico suele comerse las sobras. Rara vez sale de casa. La poca luz que le da, es la que se filtra por las cortinas sin permiso.
Puede que esa sea su condena. Los pecados se pagan. Eso es todo lo que ha conseguido entender después de tres años. Los pecadores van al infierno y el perdón es cosa de niños. Dios no es benévolo, es el peor de los demonios.
A duras penas consigue impulsarse para ponerse en pie, el gesto acompañado de un gruñido raspado en la parte baja de la garganta. Desorientado, comienza a caminar; un pie detrás de otro. Los dedos ceñidos a la moldura de la puerta para contrarrestar su poca estabilidad.
Es un mal apoyo lo que le cobra factura. Un resbalón tonto que le hace rodar las escaleras. El dolor punzándose retorcido. Todo tan repentino que no tiene tiempo de reaccionar antes de que el chillido penetre en sus oídos. Es ella. También le llega la exclamación ahogada, y aunque eso no pueda escucharse, el miedo cae pesado en el ambiente. Denso, antes de que las pisadas resuenen descoordinadas hacia el teléfono. A cámara lenta mientras todo parece difuminarse. Irreal. Lo único que le mantiene despierto es el dolor despiadado. Sus quejas, silenciosas, ahogadas en los sollozos de su compañera.
Lo último que su mente es capaz de procesar, son unas manos cálidas alrededor de sus hombros y el traqueteo de una camilla haciendo eco en la espalda. Voces, órdenes. Y un susurro que queda encerrado tras unos ojos celeste: "Te tenemos. Vas a salir de esta"
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Peripéteia
FanfictionEs algo bien sabido que las cosas nunca cambian de un día para otro. Quizá porque parece algo imposible. Radical. Todos pensamos así, hasta que de repente hay algo en nuestras vidas que encaja. Como un puzzle. Y todo lo que creíamos imposible gira s...