Prólogo.

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Desde que Louis tenía uso de razón lo único que cruzaba su mente eran hospitales y más hospitales, diferentes doctores y dolores contantes, agudos y provocadores de lágrimas, sin contar aquellos terribles tratamientos a los que era sometido por meses lastimosamente sin resultados, algunos le daban meses de vida y otros simplemente lo lastimaban sin ninguna recompensa.


Era irónico como muchas enfermeras lo veían llegar y le sonreían, como si no pasará nada para después a sus espaldas escucharlas decir que debía detenerse y dejar de pelear, claro, no eran ellas quienes tenían que estar meses en una estúpida sala a base de medicamentos y agujas con la esperanza de vivir, ellas tenían salud, él no y eso parecía que no lo comprendían del todo.


— Louis, ¿qué tal va todo hoy? — pregunto una enfermera con la cual había convido desde los diez. Era alta, un poco robusta y con el cabello rojo intenso, siempre recogido en una coleta, era linda, de no ser por esas espantosas sombras que solía utilizar.

— Viene y va, como siempre. — se limitó a contestar.

— ¿Nervioso? — cuestionó al notar la manera en la que mordía sus uñas.

— Un poco.


Mentira, estaba más que nervioso, y cómo no estarlo si pronto descubriría si aquel doloroso tratamiento había dado resultados, aún dudaba demasiado en mostrar sus brazos pues cada pinchazo en estos lo hacían sentirse aún más inseguro.


— Louis, Johana, por favor pasen. — hablo su médico desde la puerta de su oficina.


Ambos castaños caminaron tomándose de la mano, intentando transmitirse confianza.


— Buenos días. — dijo su madre. — ¿Cuáles fueron los resultados? — pregunto ansiosa.

Dió un largo suspiro. — Lo lamento, Louis. — expreso aquel doctor con un semblante decaído, como si realmente le dolería.

— No. — comenzó a negar su madre quien ya derramaba lágrimas. — Esto debe de ser un error, mi hijo ha estado siguiendo ese estúpido tratamiento.

— Al principio se les advirtió que había un setenta por ciento de probabilidad de que no funcionará. — contesto rápidamente.

— Debe de haber algo más, algo que pueda hacer que mi hijo tenga más tiempo, otra cosa.

— Señora Tomlinson si llegamos a intentar algo más terminaría con la poca vida que le queda a su hijo, lo terminaría desgastando completamente y acortando su vida además de que sería en exceso doloroso y no habría ni un poco de certeza de que sea efectivo. — suspiro tomando asiento. — Mi recomendación es que Louis viva el poco tiempo que le queda lo mejor posible.


Louis quién se había concentrado en la pequeña tortuga que adornaba el escrito de su médico levantó la mirada al escuchar esas palabras, ¿lo poco que le queda? ¿es que acaso ya no intentarán nada más?


— ¿Cuánto tiempo? — me preguntó está vez el ojiazul quién intentaba asimilar la situación. — ¿Cuánto tiempo me queda?

— Por mucho seis u ocho meses. — respondió el médico quitándose los anteojos. — Aún tienes tu deseo, Louis, ¿no planeas usarlo?


No hubo respuesta alguna pues aquel chico de zafiros escapó del hospital, corría sintiendo que su respiración le faltaba. Al fin el cáncer estaba ganando por completo, ¿de qué servirían ocho meses? El tiempo no era suficiente, no había nada que pudiera cambiar su destino, moriría, y al fin la muerte cobraba sentido en su vida.


Derramando lágrimas seguía su camino, hasta que tropezó con un chico alto y de cabello rizado.


— ¿Por qué lloras? — pregunto aún debajo del cuerpo del ojiazul. — ¿Puedo ayudarte en algo?

— Tiempo, ¿podrías darme tiempo? — hablo viendo directamente los ojos de aquel chico y el verde que tenían estos de inmediato le cautivaron, lucían como un bosque.

— Si me lo preguntas el tiempo no se basa en los segundos que transcurren si no en lo que vives. — respondió con una sonrisa.

¿Qué pasa cuando encuentras el amor en tus últimos días de vida?





***


Hola, ZL, espero que les guste.
De ante mano advierto que esto traerá mucho drama.


Lou 💖

Hasta el infinito y más allá. |L.S|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora