El indigente

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Algún día me vestire de limosnero, doblaré el cuerpo tal cual si estuviera viejo y con paso macilento y un bastón para verme más trevejo.

Me acercaré a tu puerta, tocaré con insistencia y al asomarse tu familia te quedarás sorprendida, al reconocerme y tener tal osadía.

Seguro te quedarás ida, hasta que tu marido te diga
¡Hazlo pasar... hoy es Navidad y la cena muy pronto estará!

Con la respiración fija, la cara pálida de una difunta y mirada de locura me tenderas la mano, a modo si fuera un anciano, un abuelo, con cuidado y esmero me sentaras a la mesa, ofrecerás una bebida cálida con sabor a agua viva, para el frío que cala y los nervios que me acaban por escuchar a mi alma hacer lo que reclama.

Y sentado frente a tus parientes, esconderé la mirada para no ver como con el silencio les mientes.

Y al estar bajo los ojos de todos, mirándome muy curiosos, disimuladamente escurrire mi mirada para ver tu casa tan bonita de la cual me hablabas.
Y con un temor que te agobiara el corazón huiras a la cocina por si llegara a sospechar tu familia.

Y con los ponches del alcohol que a todos nos harán entrar en calor, te sonreiré dulcemente por atenderme y tener el valor en ese instante de darme un beso en la frente, pareciera a tu padre al que tanto amaste y una tarde se murió para siempre y a veces vuelve en sueños me reprende, me tortura por no abandonarte y dejar tu corazón durmiendo en un triste recuerdo, sin molestarte.

Y el beso que te nació de repente y a todos les dejara en la mente, un sabor a sorprendidos al dar un regalo, a un extraño en un momento inesperado.

Pero después con el hambre que todos tendrán, olvidarán la caricia a un indigente, que no importa, que no tiene vida, que no tiene nombre y el pavo dorado con olor a nuez lo esperaré con nostalgia por cenar por primera vez en tu casa y sentiré una oscura sombra caer por la nevada verdadera que congelará mi alma, pues hoy a tu padre le daré lo que tanto anhela.

Sé que me sentiré usurpador con el alma negra de un ladrón por estar cenando en la mesa ajena, en la mesa de tu amor, levantaré mi copa y apenas audible brindaré con un temblor en mi boca por convidarme algo de lo que tú hiciste.

En el aire sin darse cuenta nadie, vertire un lánguido verso que morirá así, tal cual habrá nacido, en esa Navidad que no esperabas ni en un sueño, ni en una fantasía de amor y por tenerme en una futura noche al venirte a contemplar y no hacerme ningún reproche guardaré tu beso en lo profundo del arcón de los recuerdos, en el hueco de mi corazón donde nadie busca ni el mismo Dios.

Antes de retirarme y mirarte de frente a manera de ver el sol cuando se hunde en el agua azul del mar, esperando que surja una caridad en esa corta Navidad, temblaras como no se ha sabido de nadie en nochebuena, pero tú dirás es el frío de diciembre y todos asentiran con la cabeza, sin medirlo darás el abrazo que se espera al final del año y qué reclamaré cual eterno enamorado.

Finalmente miraré la miel de tus ojos, correr al termino de tu barbilla, te diré suavemente a la orilla de tu vida,
¡Gracias por darme a mí primero un regalo!
¡Este pordiosero al fin se irá de tu lado!

Te dejo con tus familiares, que vivas muchos años y no olvides mis poemas, que son historias esfumadas, surgidas en primaveras heladas, te rosare la mejilla a ti y a tu hijo con una caricia mía en señal de que al fin tuve una Navidad contigo.

Me retirare con el paso muy lento dejando tus ojos en un tormento, queriendo llorar y no poder hacerlo.

León

24/dic/17. 7:20 am

FELIZ NAVIDAD

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