La brisa movía el cabello de ambos. Padre e hija reposaban sentados en el banco columpio de madera que había tras la mansión. Cubiertos ambos por un pequeño saliente a modo de toldo, que los tapaba de la lluvia que en ese momento caía de manera rasa, incitada por el frío viento.
Ella dejaba caer su cabeza en el hombro de su familiar y miraba a la nada tal y como él hacía. Frente a ellos un árbol de ramas bajas se mecía dando melodía a los repiqueteos de la lluvia. Del árbol colgaba unas cuerdas atadas a un columpio, el cual se movía también por el mal temporal que parecía traer el día, o más bien la caída del día, pues ya se estaba haciendo de noche, pese a no ser una hora tardía.
Aquel lugar siempre fue el favorito de su padre. Aquel hombre se podía pasar horas y horas allí sentado mientras meditaba. Katarina siempre se burlaba de él, pues a menudo le recordaba que sentado en aquel lugar parecía un viejo desolado, pensando en sus viejas glorias. Qué irónico, deseaba aunque solo fuera por un momento poder verle de esa manera. Pensando en silencio. Mas todo lo que su padre le transmitía era... nada.
Aquel columpio que se balanceaba ante sus ojos la hacía caer en un trance. Un trance de recuerdos y aventuras que a menudo tenía con su hermana. Ese columpio una vez fue un barco, otra vez fue un artilugio mágico de Zaun, y en otros tiempos fue el reposo de las lágrimas de Cassiopeia por su primer amor... después fue el reposo de sus locuras estando ebria.
Su trance fue quebrado por unos sigilosos pasos, que para cualquiera no hubieran sido sinónimo de alerta pues eran prácticamente inapreciables. No para ella, quien también tenía la costumbre de caminar en sigilo, apartada de toda mirada curiosa.
Alzó la mirada y entre la llegada de la noche y la lluvia divisó en la lejanía una figura. Tragó saliva para contener sus funestas emociones y se puso de pie para recibirle. Sabía muy bien quien era, y se alegraba que después de todo hubiera venido. Se alegraba que las noticias se hubieran extendido rápido entre el gentío de Noxus.
Talon caminaba exhausto con la respiración entrecortada, su capa estaba empapada. Tenía toda la pinta de que se acababa de enterar de que Marcus estaba en casa, y en el momento de escuchar la nueva había salido corriendo para cerciorarse de la veracidad de la misma.
Cuando estuvo a la par de Katarina, la miró directamente a los ojos. Ella le sonrió para pasar a hacerle un gesto con la mano en dirección a su padre y bajar la mirada hasta él con quebranto.
El noxiano se bajó la máscara hasta la barbilla, se quitó la empapada capa para no mojar a aquel que tanto admiraba y aun sin tocarle se paró en frente de él y lo examinó con cautela.
Era evidente que algo no iba bien. Era evidente que había más problemas, ¿pero cuándo sería el día que no los hubiera? Quería ser pesimista, quería sentir la tristeza de Katarina mas no pudo sentirla. Marcus, no estaba muerto. No lo estaba. Se puso de cuclillas para mirar la cara de aquel hombre y éste fijó su mirada vacía en él. Talon sonrió. Para sorpresa de la noxiana, fue una sonrisa pura, una sonrisa infantil y tierna. El noxiano estiró un brazo para colocar un mechón de pelo castaño de aquel amado hombre detrás de su oreja y le dio un par de toques en la rodilla antes de levantarse de nuevo y dirigirse a Katarina. Dio un par de pasos hacia ella y con severidad le dijo.
— Tienes mi lealtad, Katarina. — Y aunque su tono era neutro, aquellas cuatro palabras parecían estar cargadas de emociones.
Ella abrió los ojos con sorpresa, para pasar a relajarse de nuevo y sonreírle con tristeza. Estirándose un poco tocó la mejilla del chico con delicadeza.
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Lux Aeterna{#1} Darius x Lux |Ángeles y maldiciones|
FantasíaDarius, la mano de Noxus es un intrépido guerrero forjado en mil batallas. Un giro en la manera de liderar de Swain hace que las batallas cesen. Pero no es el retiro de este guerrero. Ahora Swain le requiere que sea diplomático. Un fastidioso cargo...