Capítulo 3: La familia Muhami.

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  Elliot seguía caminando por las calles solitarias, ya apenas había movimiento. Solo el crepitar de las llamas y algunos llantos apagados, no veía a aquellas personas, ya que probablemente estarían escondidas, o al acecho. Quería saber quien lloraba, si estaba bien o necesitaba algún tipo de ayuda, pero esta vez, seguiría el camino, era muy arriesgado y ya había vivido demasiadas emociones por un día. Elliot no estaba acostumbrado a ese tipo de cosas, aún le temblaban las piernas.

Metió la mano en uno de sus bolsillos y sacó una chocolatina, pero estaba aplastada y el chocolate se había adherido al papel, pero era demasiado tentador, comenzaba a tener un hambre atroz. Al primer modisco, pudo notar como el chocolate derretido inundó sus papilas gustativas, llevándose consigo el repugnante sabor de la sangre. No era lo mejor que había comido, pero se sentía satisfecho.

Cuando devoró sin compasión el dulce, tiró el envoltorio al suelo. Ya no le importaba ensuciar las calles, y eso que era ese tipo de persona que no podía soportar ver nada en el suelo. En sus primeros años de instituto había sido el representante de numerosos grupos ecologistas. Y ahora que lo pensaba más a fondo, eso había sido motivo de numerosas palizas. Más de las que le gustaría recordar. Incluso convenció a su familia para que empezaran a reciclar, bueno, eso sin contar a su abuelo, que mientras más se le repetía una cosa, más insistía en hacer todo lo contrario.

Elliot sabía de sobra que el mundo ya no era como hace unos pocos días, el cielo azul sobre sus cabezas, la gente paseando tranquilamente por la calle, niños corriendo detrás de sus balones, risas, carcajadas...Ahora no había ni pizca de humanidad ni de aquello a lo que todos solían llamar vida.

Algo lo hizo volver en sí, un ruido seco que provenía de uno de los callejones. ¿Cuál era la otra norma esencial para sobrevivir? No meterse nunca en callejones. Pero allí estaba él, dispuesto a saltarse todo el manual de instrucciones. ¿Y si era una persona? ¿Y si necesitaba ayuda? Tras debatir durante unos segundos con su insistinte voz interior, se acercó con cautela. Vio que se trataba de Gilbert, una de sus antiguas compañeras de clase. Al reconocer su rojizo cabello la insesante alarma de su cabeza cesó un poco.

-¿Gilbert? ¿H-hola...? -Se obligó a susurrar, no se atrevía a hablar más fuerte, no quería llamar demasiado la atención. La chica dio un brinco y se dio la vuelta, pudo ver su rostro lleno de graciosas pequitas, pero también su cauteloso raudal de lágrimas.

-¿Elliot? ¡Estás vivo...! Dios santo, eres al último que esperaba ver aparecer por aquí.- Se llevó las manos a la cabeza, quizá de la sorpresa, pero más bien parecía decepcionada. No era el momento de esperar a un príncipe azul montado a caballo ni mucho menos. Él era poquita cosa, pero era mejor que nada.

-Sí, Gibert, soy yo. Me alegro de que me recuerdes...¿qué haces ahí agazapada? Esto es peligroso. ¿Estás sola? -Avanzó hacia ella, algo más atrevido y decidido.

-¡No, detente! ¡No te acerques más! -Su voz se transformó en un graznido y sonaba histérica. Jamás la había oído usar ese tono. Y eso que había visto a numerosas animadoras enloquecidas.

-¿Qué es lo que te ocurre? ¿Por qué...por qué no quieres que me acerque? -Tras formular las dos preguntas, ella soltó un sollozo desalentador. Se incoporó y le mostró a Elliot una enorme mordedura que tenía sobre el tobillo. El hueso blancuzco sobresalía del amasijo de carne, lo cual hizo que apartara la mirada bruscamente.

-T-te han mordido...-Titubeó lo que era evidente. Dio un traspié, alejándose.

-¡Sí, Elliot! ¡Me han mordido! ¿Es que acaso no te has dado cuenta? ¡Lerdo! ¡Voy a morir! -Estalló en lágrimas. Se sintió terriblemente mal por ella, nunca había sido su fan número uno, de hecho, llegó a cogerle bastante asco, pero no merecía morir. No de aquella forma y en soledad.

-Q-quizá no mueras, joder...¡quizá te puedas curar! -Trató de parecer esperanzador, pero lo cierto es que ella no le escuchaba ya. La esperanza era lo último que se perdía y ella, ya lo había perdido todo.

-No hay cura, maldito crío. -Antes de terminar la frase, se encogió sobre sí misma, agarrándose a la vez el estómago con fuerza, como si le hubiesen dado un repentino golpe. De su boca salió un espantoso gemido y vomitó mientras sufría espasmos. Elliot jamás había visto nada igual. Sobre el suelo cayó una gran masa de sangre coagulada, pastosa. Sangre negra y pestilente.

La joven levantó la cabeza, un hilo de saliva mezclado con sangre se le quedó colgando del mentón, tambaleante.

-M-me duele muchísimo...Haz algo, Elliot....-Suplicó. A cada instante parecía encontrarse peor.

-¿Q-qué podría hacer yo? ¡Vamos a un hospital! Podría acompañarte, aunque no sé si tu pie podrá soportarlo...

-¡Ya he ido al médico, y no me ha atendido nadie! Las cosas allí están mucho peor, hay muertos vivientes por todos lados. Por los pasillos, taponando las puertas...

-¿Entonces....? -Se le estaban acabando las ideas.

-Tengo una solución. -Una sonrisa siniestra se dibujó en sus carnosos labios, pintados de rosa hasta el día final. Con clase, di que sí.

-¿Q-qué...? ¿Qué solución...?

-Date la vuelta, por favor.

-¿Qué me de la vuelta...? ¿Qué te dispones a hacer...? -Preguntó, patidifuso.

-Vamos, hazme caso, friki. -Las manos le temblaban con violencia.

Acabó por obedecer, al principio sin tener idea de lo que se proponía, pero cuando ya lo comprendió, era demasiado tarde. Escuchó un disparo y acto seguido, sangre caliente salpicó su ropa y su piel. Se llevó las manos a la boca, para ahogar repetidos gritos que no podía permitirse liberar.

-D-dios....-Cerró los ojos, aterrado.

Esperó un par de horas hasta que se le pasó el estado catatónico en el que se encontraba y continuó caminando calle abajo. Ni si quiera se volvió para ver lo que había quedado de su compañera, tampoco quiso recoger el arma suicida, ni saber de donde la había sacado. Ya había sido una escena terriblemente surrealista. Estaba harto de ver morir a la gente, no los conocía, pero el lo sentía igual. También estaba harto de ver sangre, tripas y sesos esparcidos por la carretera. En un acto reflejo, se pasó la mano por la frente y pudo comprobar que estaba ardiendo. ¿Y si estaba enfermo y todo lo que veía eran delirios? Aquello era de locos....

Sí, sí que lo era.

¿Cuánto tiempo llevaba andando? Notaba el paso pesado, y el ardor de sus cansados pies. Hasta ahora no se había dado cuenta de que cojeaba. Necesitaba una cama, un sitio donde poder descansar, cerrar los ojos y poder evadirse de aquella horrible pesadilla.

De repente notó como un dolor electrizante recorrió todo su cuerpo. Un dolor intenso que recorrió su columna vertebral por cada hueso. Su propia sangre comenzó a brotar por todas partes, como si su cuerpo la repeliese. ¿Qué...?

Cayó al suelo y lo único que pudo comprender al ver el agujero en su costado, era que le habían disparado. Dos personas de raza negra se acercaron hasta donde había caído, no había muerto, pero si que se encontraba en un estado agónico.

El mayor de los dos, rozaba la tercera edad, con carnosos labios y pelo cano. El otro era mucho más joven, apenas un adolescente. Los dos se abrazaron al ver que le habían dado de lleno al blanco.

-¡Papá! ¡He matado a un zombie! ¡Le he dado! -Exclamó victorioso el menor. Aún llevaba el rifle entre sus menudas manos.





Cuando se acercaron lo suficiente para arrastrar el cuerpo fuera de su zona, el hombre se dio cuenta de que habían cometido un craso error. No habían matado a uno de esos bichos andantes, le habían disparado a un pobre chico, que aún se debatía entre la vida y la muerte.

-Michael, hijo mío...es una persona.- Tragó saliva, dándole con la pierna, para comprobar si aún podía hacer algo por él.

-¿Cómo...? Ay, dios...he matado a una persona...¡Ay, dios!

-No, no está muerto, aún respira. Ayúdame a cogerlo en brazos, vamos. -Agarró a Elliot de los brazos, como pesaba bastante poco, no tuvieron problemas en cargar con él entre los dos. Lo llevaron a su hogar, un sitio al que ambos protegían y a la vez los mantenía a salvo de ellos.

Pasadas unas agitadas y desdichadas horas, Elliot abrió los ojos lentamente y lo primero que vio fue un bonito techo de color crema, pintado a mano seguramente. También pudo dislumbrar un montón de fotografías que descansaban tras los marcos colgados de las paredes. Se incorporó, pero frenó en seco al notar un intenso dolor en el costado. Estaba cuidadosamente vendado y ya no sangraba. Su ropa descansaba sobre una silla, situada al lado de un pequeño escritorio.

-¿D-dónde...? -Tartamudeó, confuso. Lo último que recordaba, era su cara contra el pavimento y unos pasos nerviosos.

-Quieto ahí. -Dijo una voz jovial detrás de él. Por muy suave que sonase, tenía un ápice de amenaza. Entre sus manos apretaba un arma que no dudaria en disparar si fuese necesario.

-T-tranquilo...-Elliot levantó las manos, dándole a entender que no quería hacer nada malo, con cautela.

-He dicho que quieto. ¿Es que eres sordo o qué?

-Está bien, está bien...no me muevo más, pero por favor, baja el arma. ¿Por qué me apuntas? ¿Piensas que soy peligroso?

-Te mordieron en el brazo, lo he visto mientras te vendaba. ¡Eres uno de ellos!

-¿¡Qué...!? ¡N-no..! Es cierto que me mordieron, sí. Y dos veces consecutivas. Pero no me he transformado.

-¿Y? ¡Puede que simplemente tardes más en hacerlo! He visto como funcionan esos monstruos, quieres engañarme.

- Yo he visto a esas cosas también. Ya debería haberme ido con ellos, y sin embargo, sigo aquí.

-¡Tenías fiebre! ¡Presentas el primero de los síntomas!

-Pero ahora estoy bien, vamos, mírame....

Michael soltó la pistola sobre la mesa de estar, sin despegar sus ojos azabache del extraño. Comenzaba a entrar en razón, pero sin confiar. Su padre le había enseñado que ya no había lugar para la confianza.

-Me llamo Elliot. Elliot Addams. -Trató de sonreír, quería resultar amable.

-Yo soy Michael Muhami. Y no es un placer.- Sentenció, con una gran hostilidad.

-Vale, está bien. Tú mandas...

En aquel momento, el mayor de los presentes entró en la habitación con una bandeja en sus deterioradas manos oscuras. En su interior, había un cuenco con agua templada, un par de agujas y vendas limpias. Él si parecía afable, lo que lo dejó más tranquilo.

-Hijo, ya está bien. Deja de maltratar a nuestro invitado.

-Pero papá...-Rechistó.

-No hay peros, cielo. -Dejó la bandeja en una de las cuatro esquinas de la cama, con cuidado de no derramar su contenido.- Este joven necesita descansar.

-¿Y si se transforma en mitad de la noche y nos ataca mientras dormimos? No pienso dejar que lo haga, no confío en él. -Se cruzó de brazos, dando más firmeza a sus palabras.

-Hijo...¿dónde se ha quedado tú humanidad? ¿Qué es lo que te ocurre? ¿No ves que es humano? Ha sido mordido, como ya sabemos. Pero él no es como los demás. Es distinto, su herida se ha regenerado casi por completo.

-¿Por qué lo es? -No quería colaborar con él, no sería un zombie, pero seguía siendo un monstruo. Los humanos no se curan las heridas tan rápido.

-Tiene que ser por algo...-El hombre miró a Elliot.- Chico...¿lo que te mordió, fue un podrido?

-¿Te refieres a esos muertos que vuelven a la vida? Pues sí. Me mordieron mi hermana y una vecina mía. Tampoco yo entiendo por qué sigo respirando...No debería ser así, no entiendo nada de esto.

-Eso si que es curioso...me llamo Jason, por cierto.- Le tendió la mano, la cual aceptó. Debía tener cuidado, ya no nadie se fiaba de nadie. Porque hasta la más fiel de tus sombras puede morderte en la oscuridad.

-Agradecería de verdad que esta novedad sobre mi...no saliese a la luz. No quiero que nadie más lo sepa. -Llevaba tiempo dándole vueltas a esos pensamientos. ¿Y si algún científico lo internaba en algún hospital y lo mantenían allí para usarlo de conejillo de indias?

-¿Qué no se sepa? ¡Por el amor de dios! -Jason alzó los brazos, como si por su boca hubiese soltado alguna barbaridad. A Elliot le pareció una estatua con los brazos extendidos. Una estatua buscando libertad.- Si en esta ciudad ya no queda nadie con vida, salvo tú ahora, claro.

-¿Cómo? ¿Absolutamente nadie? -Sintió el duro peso del mundo haciendo una fuerte presión para caerle encima.- ¿Cómo no va a haber nadie?

-Mi hijo y yo hemos barrido las calles de cabo a rabo, entrado en las casas y buscado algún indicio de vida humana. Pero todo ha sido en vano, por eso al verte, no supimos reconocer entre vivo o muerto. Somos buenas personas, no nos juzgues. Michael es algo desconfiado y tímido, no llevamos una buena racha...-Bajó la mirada hacia sus manos, sus dedos bailoteaban uno encima de otro. Parecía que quería decir algo más, porque abría y cerraba la boca repetidas veces, pero optó por el silencio incómodo.

-Oh, entiendo...yo tampoco lo llevo demasiado bien. ¿Sabéis algo sobre lo que está pasando? ¿Por qué las personas muertas se están levantando? Esto es tan surrealista....

-Nosotros tampoco sabemos demasiado, chico. Solo nos limitamos a sobrevivir como podemos, sabemos como funcionan esos engendros y lo que son.

-Decidme todo lo que sepáis, por favor.- Se incorporó de nuevo, aunque contuvo el aliento al notar un pinchazo en la zona abdominal.

-Sabemo que sólo paran si se les da en la cabeza. No hay ningún otro método de pararles los pies. También hemos descubierto que no funciona dando en cualquier parte de la cabeza, no sé bien por qué, pero el ataque debe ir directo al cerebro.

-Eso ya lo sabía...-Musitó Elliot. Era tan fino su hilo de voz, que podría cortarse con unas tijeras si fuese posible.- ¿Cuándo se transforman?

-¿Nunca has visto a uno de ellos resurgir de las tinieblas?

-No, nunca he tenido que presenciar esa escena...siempre me los he encontrado ya bien muertos.- Tragó saliva.

-Pues al morir tardan varios minutos en volver a la vida. Hay algunos que tardan horas, otros, pocos segundos. Creo que depende de lo mortal que sea el mordisco o la herida.

-¿Por qué pasa eso?

-¿Me ves con cara de saberlo, chico? Si lo supiera, no estaría aquí. Estaría fabricando una puta arma masiva para acabar con todos y cada uno de ellos.- Se echó a reír, de una manera un tanto nerviosa. Eso hizo que sintiera compasión por él, no sabía como podía reírse en momentos como ese.

-¿Y por qué matan a las personas? ¿Por qué se las comen? Si están muertos...no deberían tener apetito. ¿No?

-Y no, no lo tienen. Matan por placer, por naturaleza. Reviven por el mero hecho de acabar con la humanidad. Su única función es matar, descuartizar y devorar.

-Joder....-Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, desde los dedos de los pies hasta la cabeza.

-¿Hacia donde vas, Elliot? ¿Te diriges a algún lugar en especial?

-N-no, no tengo ningún sitio a donde ir. Siempre he vivido aquí...-Sus palabras se mezclaron con la angustia de verse solo en el mundo. En el amplio y desconocido mundo.

-Podrías venir con nosotros, chico.

-¿¡Cómo...!? -Interrumpió Michael, aquella idea no le gustaba en absoluto. -Papá, el no puede venir con nosotros. No le conocemos de nada.

-¿Y qué hacemos? ¿Lo dejamos aquí solo? ¿Tirado a su suerte?

-Tsk...-Bufó, pero no dijo nada más al respecto.

-Bien, Elliot. Pues vendrás con nosotros.- Le dio unas palmaditas en el hombro.

-No quiero causar molestias, podría buscarme otro lugar...

-No molestas, de verdad. Michael solo necesita un tiempo para adaptarse a todo esto. Además, ya tenemos un rumbo al que dirigirnos.

-¿Hacia dónde váis?

-Atlanta. Antes de que cortaran las líneas de comunicación, oí en la radio que allí hay campamentos de supervivencia. Grupos de personas vivas.

-¿En serio? Si hay gente allí...no todo está perdido.- Aquello le dio a Elliot lo que necesitaba. Le dio esperanzas.

-Claro, chico. Aún podemos arreglar este desastre.- Le regaló al muchacho una sonrisa amable, una sonrisa cargada de buenos sentimientos.- Vamos, ven al sótano. Allí podrás coger el arma que más te guste.



Tras decir eso, se puso en pie y su cuerpo se perdió por el pasillo oscuro.  

El último bocado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora