s i n ó p s i s

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Storm
Hodws Embelee, Holanda.
6 años antes.

Patrick estiró su brazo y ella se dejó caer sobre él acurrucándose en la manta que tenía encima. La noche era perfecta, dueña de una gigante y hermosa luna que iluminaba sus rostros en la penumbra. Encendieron la fogata, asaron los malvaviscos y calentaron las tazas; hace mucho que él le había prometido una noche como esa, una igual a la de las películas.

Nadie decía nada, eso era lo más hermoso. Storm estaba tan a gusto y tan completa como jamás lo había estado. No era la primera vez que se encontraba en esa comprometida posición con un chico, Patrick y ella salían juntos hace meses y él se encargaba de hacerle ver las estrellas cada vez que la tocaba cariñosamente o susurraba sus típicas palabras de afecto en sus oídos.

Pero esa noche fue diferente, cielos, por supuesto que fue diferente. 

Justo cuando su novio pretendía besarla y cerrar esa magnífica noche, lo oyeron. Storm miró hacia atrás para poder identificar de dónde venían aquellos gritos y se horrorizó al ver las luces prendidas de su casa, luego un estruendo, como si alguien hubiese tirado una puerta abajo y gritos, más y más gritos.

Se paró enseguida en lo que Patrick quitaba la manta de entre sus cuerpos y apagó la fogata tirándole sus bebidas encima.

Otro grito.

Storm sintió que debía hacer algo, dio un paso hacia adelante como si fuese la osada más grande del mundo y Patrick la miró mal.

—Rose... — le advirtió negando levemente—. Vámonos.

Qué cobarde era, la familia de Storm se encontraba allí adentro y ella no iba a irse sin investigar por qué rayos había tanto alboroto.

Esta vez los gritos eran más femeninos y aterradores, como si alguien estuviese agonizando o pidiendo clemencia con ellos. Storm miró hacia su casa y cuando entendió lo que esa voz gritaba echó a correr lo más rápido que pudo con Patrick en sus talones e igual que atemorizado que ella, quizá hasta más. Intentó detenerla más de una vez, pero Storm era demasiado rápida. Rodearon el estanque, atravesaron el pequeño bosque y pasaron por la pequeña y separada casita de Storm en donde se pasaba largas horas pintando y componiendo.

Cuando llegaron a la entrada de la casa, se escondieron detrás de unos arbustos y espiaron por las venanas antes de tomar el picaporte e ingresar. Todo estaba envuelto en un silencio profundo lo cuál hizo que el corazón de Storm latiera cien veces más rápido, el silencio sólo podía significar una cosa.

Muerte.

Patrick temblaba y ella sólo contuvo las ganas de golpearlo. Ingresaron en la sala y notaron que todo se encontraba en perfectas condiciones. Luego fueron hacia la cocina, pero nada extraño parecía haber ocurrido.

—Rose, tenemos que llamar a la policía.

—Estamos en el medio de la nada, Patrick.

—Debemos intentarlo.

Subieron las escaleras tratando de no hacer ninguna clase de chirrido en la madera vieja, pero cuando doblaron en dirección a las habitaciones alguien los interceptó. Storm cayó de espaldas, rodó por la escalera y Patrick iba por detrás golpeando su cabeza repetidas veces contra los escalones. Para su suerte la persona delante no era nada más ni mada menos que Judy, la institutriz de Storm quién tenía sangre en todo su camisón blanco y sus cabellos rubios estaban tan enloqueciodos como ella.

—¡Deben huir ahora mismo! Tomen mi auto y no vuelvan hasta que...

Storm se encontraba tan confundida, así que Judy tuvo que sacudirla un poco.

Buscando a StormDonde viven las historias. Descúbrelo ahora