Capítulo veinticinco.

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—No sé por dónde empezar —admitió el chico—. Mi vida es una locura en este momento y lo único que hago es pensar en remediar las cosas contigo, el resto puede irse por la borda pero no puedo seguir reprimiendo lo que siento ni estar tranquilo sabiendo el daño que causé.

— ¿Podrías decirme qué pasó? ¿Por qué lo hiciste? —Y así lo hizo, el ojimiel le contó cada detalle del infierno en el que vivía—. Pero yo te vi feliz ese día, cuando llegaste con ella a la cena —confesó con una pizca de celos cuando él terminó de contarle.

— ¿No puedo reír por un chiste? ¿Debería estar amargada cada segundo porque odio mi vida? —Se arrepintió al instante por el tono de voz que utilizó—. Lo siento.

—Yo lo hago —la conversación no iba como esperaba—. Espero que a pesar de que te creo y te perdono, lo que sea que tuvimos quedó ahí. Tienes una esposa de quién cuidar y yo soy un estorbo en su relación.

—Nunca vuelvas a decir eso, te acabo de explicar que a ella no la quiero, que convivo por cosas que dijo mi padre —ahí se dio cuenta que olvidó la amenaza—. Él estuvo dispuesto a arreglar tu matrícula en la universidad, que iba a hacer lo posible para que no quedaras si seguía con lo de dejar el trato —vio como la muñeca perdía la mirada en ningún punto fijo.

—Me he esforzado mi vida entera por entrar ahí y llega tu asqueroso padre —una solitaria lágrima cayó por su cara—. Lo que pasó contigo, esto —se quitó con brusquedad las gotas de sus mejillas—. Asimilarlo en este mismo momento es demasiado, me hace sentir perdida. Nunca me he sentido perdida, mi propósito estuvo claro desde que entré a penúltimo año, incluso antes. Llegaste a generar problemas y no te culpo, mi burbuja era demasiado pequeña para darme cuenta de las cosas reales que me rodeaban.

—Los problemas son parte de la vida, hechos inevitables —acarició la palma de la mano de su acompañante—. Ojalá hubiera una forma de evitarlos, lo hiciste muchísimo tiempo pero es mejor tenerlos ahora. Mírame, fui feliz desde pequeño y por un error que en la adolescencia no cometí, lo hice en mi mejor momento; cuando me encontraba aprendiendo de la vida. Mis padres me dejaron hacer lo que quería pero mi entorno era igual que el de mi casa y el de la facultad fue totalmente nuevo.

— ¿Estás dándome lecciones de vida? —Quería cambiar el tema.

—Te quiero, Abby —entrelazó sus dedos—. Danos una última oportunidad, prometo ser honesto y hacer algo para terminar la farsa que cargo.

—Cuando lo hayas hecho me puedes buscar —le sonrió con tristeza—. Me tengo que ir, tienes suerte que hoy es de esos días donde Doris deja que me vaya sola a casa.

—Déjame acercarte aunque sea —la muchacha asintió.

Habló más con Careen en el camino, la rubia estaba feliz con sus resultados y le quedaban dos exámenes para terminar el año. Al despedirse lo hizo con un beso y en la mejilla y Justin deseo que se acercara un poco a sus labios.

En la tarde se dedicó a ordenar sus cosas, su etapa escolar acababa y sinceramente era extraño. Se iría a otro país, sola cuando ha vivido con su familia desde que nació.

El ojimiel pasó por casa de Alexis, frecuentarle le costaba al tener a una mujer en casa. Intentaba hacerse el tiempo y aunque sea verlo un par de minutos. Progresó mucho en el mes que estuvo ausente, podía caminar con muletas y si avanzaba con ese mismo paso, sus piernas tomarían el control y finalmente no dependería de nadie ni nada.

La semana pasó y comenzó nuevamente, Justin se dedicó a darle detalles a su muñeca. Iba a recuperarla aunque tuviera que empezar desde cero. La importancia de la chica en su vida aumentó a medida que la conoció y supo que era sinceridad pura. Mentirle fue lo peor que se le pudo pasar por la cabeza.

Sentimientos de una muñeca © j.b.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora