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Sehun era un joven que se mantenía a costa de su novia Irene. No supo en que momento de su relación decidió irse a vivir con aquella omega adinerada. Su noviazgo siempre fue simple, pero a pesar de eso cuando Irene le propuso que ambos vivieran juntos, él no se negó. Se podría decir que Sehun no se consideraba un mantenido, oh no, claro que no. Aunque no trabajaba e Irene le pagaba todos sus gastos, él simplemente no se consideraba un mantenido.

Aunque su relación tampoco era una farsa, Sehun en realidad si la quería. De hecho, en algún punto de su relación había pensado marcarla como suya. Pero sabía que eso sólo afectaría su relación a lo largo del tiempo cuando ambos conocieran a sus parejas destinadas.

Y tenía razón, había sido la mejor decisión que tomaron. No lo dudaba ni un segundo en ese momento que se encontraba llegando a casa y veía a Irene llorando a mares mientras se disculpaba por la infidelidad que había cometido. Y no es como si ella lo quisiera esconder, claro que no, y mucho menos con tremenda mordida roja que se asoma entre su cuello y hombro.

Sehun sintió una pequeña opresión en su pecho, pero ésta se disolvió cuando le llegó un fuerte aroma a un intruso en su casa. Ve cómo sale un alfa de casi su estatura y le gruñe al notar el estado de su ahora pareja. La impotencia y furia se apoderaban de él, pero simplemente no puede hacer nada. En primera, porque no es su casa y en su cabeza una bombilla se prendió indicándole que ahora es cuestión de minutos para que lo corran a él. Dos, no quiere pelear. Mucho menos por algo que siempre había sido previsto, así que, sin decir palabra alguna, camina por un lado del alfa contrario y se dirige a su habitación.

Cuando abre la puerta de ésta, siente como una ráfaga de aire lo golpea de lleno. Siente su sangre arder y sus uñas clavarse en su pálida piel. No le gusta la vista que tiene de su cama desordenada con rastros de sangre y semen y mucho menos el olor que desprende.

Así que antes que su alfa interior decidiera salir por completo, y causar caos, se dirige al armario que tienen en su recamara y saca una maleta y empezó a vaciar la mayoría de su ropa junto algunas cosas de valor que Irene le había regalado; como relojes de oro, una pulsera con su nombre engravado y lo más valioso que tiene en la vida: la vieja cadena de plata que pertenecía a su madre. Cerró la maleta de mala gana y se volteó para salirse, pero Irene se encontraba parada en la entrada impidiéndole irse.

—Sehun— habló limpiándose las lágrimas que resbalaban por sus mejillas, —no tienes que irte—.

—Claro que tengo que— contestó de manera fría y distante, —no puedo culparte y lo sabes. No quiero que pienses que lo hago, desde el principio sabíamos que nunca fuimos destinados. Pero no puedo negarte que me siento herido con toda esta situación y más cuando ni siquiera pudieron esperar a que por lo menos saliera de sus malditas vida— comentó ésta vez alzando la voz.

—Sehun, por favor— imploró Irene mientras se colgaba de su brazo y ejercía la mayor fuerza que podía.  —No te vayas—.

—Adiós Irene— se despidió jalando su brazo tan fuerte que Irene se fue de bruces y cayó al suelo frente a él. —Gracias por todo—.

Segundos después salió de aquel lugar que había llamado hogar por tanto tiempo. Sentía su maleta pesar más de lo que debía mientras que un nudo se formaba en su garganta por cada paso con el que se alejaba.

Quería que todo lo que acaba de pasar no le afectara tanto como lo estaba haciendo en ese momento, pero simplemente no podía. No podía borrar de su corazón a Irene tan rápido como borraba un error de una hoja. Odiaba sentirse perdido y abandonado. El mismo sentimiento de hace años, el mismo dolor que se mudaba  en su pecho y no le permitía respirar con tranquilidad.

Mi pequeño omega Donde viven las historias. Descúbrelo ahora