SOLO UN JUEGO

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“Y recuerden que esto es sólo un juego”

Se aclaró la garganta.

“El propósito del mismo es que cada uno de ustedes se apueste su propio Destino por otro de los aquí presentes, que habrá sido previamente escrito en un papel y depositado en esta urna. Con el fin de hacerlo un poco más interesante he mandado anotar y añadir otros Destinos, unos terriblemente apetecibles y otros…no tanto. Todos ellos de las manos más inocentes. Resultados garantizados; entonces… ¿Se atreven a jugarse su Destino?”

Desde hacia tiempo la ciudad estaba entusiasmada con las veladas que se ofrecían en la casa de tan particular personaje. Cansados de los típicos salones literarios donde legiones de escritores esgrimían más ego que talento acerca de su “próximo libro”; aburridos de tantas tardes en salones de duquesas escuchando sonatas de piano balbuceadas por dedos torpes más acostumbrados a cargar diamantes que a transmitir emociones; y desencantados con las reuniones anarquistas puntuales como un reloj y que habían estado tan de moda el invierno pasado, la Sociedad, a no confundir con la Población, pues si una tiene cara y nombre y la otra sólo número, acudía noche tras noche a las puertas de lo que prometía ser ‘la noche más importante de su vida’, y en la que a sólo unos cuantos se les permitía el acceso, seleccionados justamente al azar. Y todos querían disfrutar de la compañía de aquel que nunca salía de su casa y que alimentaba el imaginario popular, pues era un desconocido llegado no hace demasiado, y las gentes mejor conectadas no habían podido aún averiguar de donde provenía su inmensa riqueza. En sus gustos que pretendía modestos, él, se hacía llamar amicalmente ‘el Anfitrión’.

“Tengo que advertirles que una vez depositado su Destino, tal y como su corazón se lo dicta, y plasmado en un papel, es extremadamente difícil que lo recuperen, y únicamente una anomalía, o un capricho de la Suerte, podrá reunirles con él de nuevo”.

Las caras asombradas de los asistentes no alcanzaban a ocultar bajo una elegante mirada de indiferencia la excitación que tan novedosa propuesta les producía; otros de entre ellos patentaban con una sonrisa burlona su incredulidad; y alguno se marchó ofendido ante la perspectiva de tan pueril pasatiempo.

“Déjenme decirles que forman ustedes un cuadro formidable, una asombrosa mezcla de caracteres como pocas veces había visto ante mí. Puedo ver que alguno de ustedes se ha hecho acompañar por sus hijos. Estos jóvenes que aún no son hombres ni mujeres están excluidos del juego, que sueñen un poco más con su vida, ya les llegará el momento de despertar. Pero nosotros, señoras y caballeros, nosotros estamos despiertos, conocemos la verdad de la existencia y somos dueños de nuestros Destinos…hasta hoy. Nadie está obligado a jugar, pero a quien se decida le ruego se comporte con honor. Pues si en los negocios todo vale, es en los juegos donde una buena educación reluce”.

Se repartieron plumas y papel entre los participantes, y cada uno escribió lo que creyó conveniente: ‘me volveré inmensamente rico’ se leía en uno, ‘viviré cien años’ escribió otro; y algún filósofo en la sala se atrevió: ‘encontraré una verdad que curará el dolor de los hombres’ y alguna dama: ‘formaré la familia más envidiada de la ciudad’; y cada uno fue honesto consigo mismo en la medida en que su conciencia se lo permitía. Unos habían venido por curiosidad, otros por necesidad, asediados por miedos o deudas, esperando quizás que sus problemas desaparecieran en lo que habían escuchado que era ‘un salón como ningún otro’.

“Disponen de todo el tiempo del mundo, no hay que tomarse el futuro a la ligera. ¿Dicen que ya están? Hagan entonces el favor de acercarse uno por uno y depositar su papel en la urna”.

Uno tras otro fueron acercándose los asistentes para desprenderse de su destino, viéndolo caer entre otros muchos como algo sin importancia, perdido para siempre.

“Créanme señores esto es sólo un juego, pero quien lo desee es libre de guardarse su Destino de nuevo en el bolsillo y continuar con sus vidas, lo único que les pediría es que abandonasen la sala”.

Algunas manos dudaron ante la oferta, otras agarraron su Destino hasta el límite del papel al introducirlo por la ranura, como incapaces de desprenderse de él, pues todo el mundo sabe que no es fácil escapar a su Destino. Sin embargo la curiosidad fue más fuerte en todos ellos, y se entregaron con placer al juego.

“Quiero anunciarles que yo mismo, como su anfitrión, también me jugaré mi Destino con ustedes, y solo el afortunado juzgará si era un destino apetecible”.

El ambiente estaba cargado.

El anfitrión tomo una pluma y escribió algo sobre el papel, luego lo dobló cuidadosamente y cayó graciosamente sobre el montón acumulado.

“Solo espero que al menos me envíe una postal”.

Una risa general se alzó en la sala, como una válvula de escape desalojando una gran presión.

Las luces se apagaron de repente. Varios de los asistentes aguantaban la respiración. Algunas damas soltaron un gemido ahogado. Fueron solo unos segundos, pero en ese lapso todos se sintieron perdidos e insignificantes. Y la luz se encendió de nuevo, y vieron a su anfitrión con una sonrisa en los labios, satisfecho como si hubiese vuelto a crear el mundo.

“No se preocupen amigos míos, es sólo una broma…del Destino, si se me permite la alusión. Estoy convencido de que ninguno de ustedes estará privado de electricidad en el futuro. Verán, una de mis debilidades es el teatro, y encuentro que no hay nada más teatral para realzar un clímax que un corte de luz en el momento apropiado”.

“Pues el momento ha llegado, caballeros, de que cada uno se enfrente con su nuevo Destino”.

Y como en una ceremonia religiosa todos se alinearon para recibir sus nuevos Destinos.

“Huelga decirles que cada papel es estrictamente confidencial y sólo para sus ojos, y compartirlo con alguien podría acarrear las más nefastas consecuencias: no divertirnos”.

Se repartieron todos menos uno. Era el momento en el que el propio anfitrión tenía que coger el suyo, y sus ojos brillaban como a ninguna hora del día. Sólo ahora la sangre correteaba agitada por sus venas y sólo ahora los deseos asaltaban su mente, ahora, que sus dedos acariciaban el papel sin aún desdoblarlo.

 Un grito seco resonó en la sala: todos conocían ahora sus destinos. Al escucharlo los ojos del anfitrión perdieron su brillo. Esta noche tampoco sería su noche. ¿Había merecido la pena? Ahora no lo parecía, pero recordando la excitación de hace unos segundos estaba convencido de que volvería a intentarlo mañana.

“Mi Destino es suicidarme esta noche” escribía día tras día en su papel, esperando reencontrarlo si el azar lo deseaba, si existía alguna justicia, pues no quedaba ya nada en este mundo para él, y la pena se había instalado en su corazón hasta agriarlo.

Pero en ninguna de las noches pasadas jamás la gracia le acordó tal placer, y cada semana los periódicos anunciaban el trágico suicidio de jóvenes -por amor, decían-, o de hombres maduros, -a veces la muerte es la única escapatoria honorable a la bancarrota decían-. Lo que no aparecía entre sus líneas es que todos ellos habían sido sus huéspedes en alguna ocasión.

Pero esta noche, entre los invitados, había un hombre especial, un espíritu que en su condena había encontrado la paz, alguien que salía de un Club vecino después de una larga confesión y había acudido a la velada casi por casualidad.

Cuando el juego hubo llegado a su fin, todos se marcharon a sus casas. Y el Destino se cumplió en ellos hasta el final de sus vidas, y muchos encontraron una felicidad nueva, pues la esperanza es grande entre los hombres, y algunos fueron desgraciados, y el resultado fue como si el mundo se reordenase a sí mismo después de una partida de cartas.

Y unos momentos más tarde el anfitrión, que había estado barajando destinos ajenos sin encontrar ninguno para sí mismo, se encontró a solas sosteniendo todavía el papel doblado. Los pliegues cedieron ante la suave presión de los dedos y su mensaje se hizo comprensible. Los ojos recuperaron su brillo:

“Esta noche van a matarme” podía leerse.

La partida había terminado y, en algún lugar desconocido, Dios y el diablo se repartían de nuevo las cartas.

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