Una niña pequeña correteaba por un frondoso bosque , llevando consigo una larga caperuza roja carmesí, observando con curiosidad todas las flores y animales pequeños que encontraba conforme iba adentrándose más en el bosque.
El tiempo pasó volando para la niña y la niña se alzó al cielo nocturno. Ella sabía que no podía estar a esas horas en el bosque, por lo que comenzó a irse por donde había venido, colocándose la capucha sobre la cabeza. Pero entonces escuchó un fuerte ruido, ésta se asustó y dio varios pasos hacia atrás sin dejar de mirar de un lado para otro por si aquella bestia aparecía. Entonces, en aquel momento, algo negro y peludo, salio del espeso follaje rujiendo y callendo al suelo secamente. La niña gritó.
Aquel animal respiraba con dificultad y lanzaba pequeños gemidos de dolor. La pequeña aun asustada se fue acercando poco a poco hasta comprobar que se trataba de un pequeño lobo que tenia un largo y profundo corte en el lomo , aun sangrante. Ésta lo miró con tristeza. No podía dejarlo así. Se agachó y sacó de su bolsillo un pequeño pañuelo blanco con pétalos de rosa estampados y lo colocó en la herida del lobo, éste lanzó otro gemido que hizo que la niña lanzara un leve gritito, pero continuó limpiando la herida y conteniendo la hemorragia con cuidado hasta que ésta dejó de sangrar.
-Te mejorarás, no te preocupes- le tranquilizó la niña dándole una pequeña caricia.
Ésta se levantó y continuó su camino, pero el lobo aulló y la niña se giró en redondo. En aquel momento, no había ningún lobo en el suelo, si no un niño pequeño de la misma edad que la pequeña, desnudo, éste tenía un arañazo en la espalda y encima de éste el pañuelo de la niña. Un hombre lobo.
El niño se incorporó a pesar del dolor y fijó la mirada en la niña de la caperuza, sus ojos eran verdes azulados.
-Me has salvado- dijo con asombro-. Mejoraré gracias a ti.
La niña sonrió alegremente.
-No ha sido nada- dijo alegremente al niño.
El niño la miraba asombrado y se acercaba a ella lentamente.
-Tus ojos...- acercó su cara a la de ella y los observó detalladamente- Son de color ambar, son preciosos -. Ambos niños quedaron muy juntos-. Tu pelo es rebelde y ondulado-. Entrelazó sus dedos entre el espeso pelo castaño de la niña y ésta miraba con perplejidad todo lo que hacía- Me gusta- la miro fijamente.
-¡Cielos santo! -exclamó ella dando unos pasos hacía atrás- ¡Estas desnudo!
El chico se ruborizó por completo y fue corriendo a esconderse detrás de un árbol asomó únicamente la cabeza.
-¿Estas bien?- le preguntó la niña- ¿Te traigo algo de ropa?
-No, no -balbuceó el.
La niña se quedó mirándole unos pocos segundos, se despidió amablemente y continuó si camino.
-¡Espera! -la llamó.
Ésta se giró y lo miró con perplejidad.
-¿Podré volver a verte? -le preguntó con timidez.
La niña le miró con una amplia sonrisa y asintió diciéndole que se verían todos los días en ese mismo sitio.
Y así fue, ambos niños quedaban constantemente uniéndose cada día aún más. Jugando, riendo y cuidándose entre sí acabaron siendo inseparables.