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Llovía y aquello, ya era suficiente para sacar el lado melancólico de cada persona, si acaso ésta estaba provista de un corazón.

Algo, que acababa de darse cuenta que había dejado de lado por mucho tiempo.

Pero la culpa no era de ella exclusivamente. Sino recaía en el cinismo de la vida y en su padre.

Como todos los viernes a la hora de comer, después de celebrar un nuevo juicio, resultando ella la parte ganadora en defensa a los hijos. Se dirigía a un pintoresco restaurante italiano, para comer con sus amigas y comenzar el fin de semana con algunas risas.

Pero aquel día, como entrante necesitaba una copa de Martini bien cargada, nada de soda.

Necesitaba quitarse aquella imagen de la cabeza. Por increíble que resultara, una niña de seis años, estaba a punto de derribar su muralla.

Caminó bajo la lluvia, el tramo del taxi al restaurante sin molestarse en abrir el paraguas, importándole poco que sus rizos negros se mojaran y aplastaran a causa del agua. Solo iba con una idea fija en mente.

Al abrir la puerta de roble, con pequeños cuadrados de cristal de diferentes colores, sus pasos fueron directos a la barra.

Uno, porque era donde solían reunirse siempre a lo primero. Y dos, porque quería su maldito Martini de forma inmediata.

Pero aquel día, puede que se hubiera cruzado con un gato negro y no se hubiera dado cuenta. Pues todo iba de mal a peor. Sus amigas no se hallaban allí, cosa extraña. Aunque mirándolo de forma positiva, podría tomarse de un trago la copa sin ser recriminada por ellas.

Pero lo malo, es que allí tras la barra no se encontraba el divertido Prieto. Camarero y socio del restaurante junto con Adam. A decir verdad, ahora que reparaba no había ni un alma en el restaurante.

¡Mierda, necesitaba su Martini!

¿Pero dónde se hallaba todo el mundo? Ni rastro de clientes, ni tampoco del atractivo socio que era el cocinero.

Aquel día, le daría igual si salía de su cubículo para servirle él mismo la copa. No le haría caso alguno a sus hormonas si éste le proporcionaba lo que necesitaba. Dejando de lado, los temblores que sufría su cuerpo cada vez que era observada de forma dura por la mirada azul de Adam desde la cocina o tras la barra, cuando se asomaba para algo.

Desde el primer día, era más que notable el mutuo deseo que sentían.

Adam, había mostrado de una forma abierta y caballerosa, que sentía interés por ella. Pero un día, en una fiesta nacional tras bailar juntos una balada, se la había llevado a una terraza solitaria del lugar.

Aún recordaba lo impaciente que había estado, porque la besara y acariciara. Encontraba al cocinero, un hombre dulce y apasionado.

Resumiendo. Tenía que ser una bomba en la cama. Y lo quería saborear enterito.

Pero tras aquella noche, vinieron los gruñidos entre ellos y las miradas reprobadoras de él.

El susodicho cocinero, era ahora también un honorable caballero.

No buscaba una aventura nocturna o de unas pocas semanas. Su rol de vida había cambiado. Ho podíamos señalarlo de otra manera más clara.

Su pajarito, solo buscaba entrar en una sola jaula.

Él, decía que su vida bohemia ya había tocado fin. Que se hallaban los dos en una edad de sentar la cabeza. Y que sabía perfectamente por su corazón, que ella era su media naranja.

ImposibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora