15. Un día como cualquier otro

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Me sentía igual. No notaba ninguna diferencia. Mi vida transcurrió más rápido de lo normal.

Ni James, ni Jared, ni Malcom. Sola.

Contaba los días, luego los meses, y los años.

Llevaba diez años, tres meses, y veintiún días encerrada.

Me hacían estudios, me daban de comer, me higienizaba, pero estaba sola, no tenía contacto con nadie.

El espejo era mi mayor enemigo. Me miraba y nada cambiaba, mi pelo crecía, mis uñas, todo normal, pero yo no lo hacía.

Cambié. En algún rincón de mi alma se encontraba esa chica fuerte y audaz que solía ser, ya no quedaba nada. Mi autoestima decayó y no hablaba más. No sabía si aún seguía teniendo mi voz, solo estaba yo con mis pensamientos, encerrada en una habitación que no parecía cárcel pero lo era. Paredes rosa, una cama enorme blanca con un baño demasiado pequeño para mi gusto y un pequeño sillón que estaba lleno de libros que pedí que me trajeran. Era simple pero por mucho tiempo había sido mi hogar.

Mi casa. Tenía una. Con mi familia, amigos. Todos muertos. Sin despedirme. Y yo siempre tan terca de irme y por ello los he perdido, qué significado tiene la vida si no estás con tus seres queridos. Ninguna. Lo había intentado. Hablo del suicidio. Es un método inútil para pensar que todo pasará pero lo intenté y ahí descubrí algo que los científicos no sabían.

No puedo morir. Intente con todo. Nada me mataba. Tuve que contarle a Cristobal que era muy viejo para ese entonces y me dijo que toda persona se podía morir con algo. Solo tenía que saber con qué.

Una mañana como cualquier otra, en vez de dejarme la comida por debajo de la puerta entró una persona, no la conocía y estaba vestido normalmente.

-¿Vera?

Me di vuelta para encontrarme con un chico de mi edad aproximadamente con unos excelentes ojos miel. Mis ojos también habían cambiado. Se habían vuelto más intensos y más grandes de lo normal, quizás solo se adaptaban a algo más grande que nosotros y que no podiamos entender aún. No lo sabía.

-¿Si? ¿Lo conozco?

-Bueno algo así. Aunque al parecer te has olvidado completamente de mi.- Lo miré más de cerca. El era uno de nosotros, mismos ojos grandes, mirada mayor pero su cuerpo era el de un joven.

-Lo siento- negué con la cabeza.-Me resultas conocido pero no he podido recuperar mi sentido de asociación.-

-Te comprendo, yo lo recuperé hace unos días y me comentaron que estabas aquí. Quise venir a verte.- Me miró con tristeza reconsiderando todo su plan. Yo entendía que debía asociar a la gente que veía con la que recordaba pero me era imposible. Recordaba todo, mis amigos, parientes, colegas, pero al verlos a la cara o en plena calle no los reconocería. Efectos secundarios según el doctor, algo normal.

-¿Tu nombre?- Preparaba mi libreta para anotarlo y repasarlo más tarde en mi memoria.

-Liam.- Me observaba, registraba todos mis movimientos para saber si había un atisbo de reconocimiento. Nada.

-Lo siento. –me giré disimuladamente hacia mi cama y me puse a leer un libro con la esperanza de que se marche. Sabía que era descortés y entendía que él me conoce pero esto. Todo esto, era más grande que yo, más grande que el mismísimo ingenio. En parte era cómico, yo quería una vida de misterio, aventuras, chicos, y lo estaba teniendo o al menos una porción de ello.

El chico se sentó en mi sillón colocando todos los libros en el suelo.

-¿Sabes? Si te esfuerzas, lo lograras, y te dejaran salir. Fue extraño, pero ver caras y personas te ayuda bastante.-

Levanté la cabeza para observarle.

-Quiero que te vayas de mi habitación. No te conozco aunque así haya sido. Necesito estar sola.-vuelvo a mis anotaciones, la mayoría eran garabatos de cosas de mi pasado, sin sentido.

-Todos quieren volver a verte Vera. Hay mucha gente que conoces aquí pero puede pasarte algo si no superas la etapa de asociación...-Comenzó a hablar de lo que podría llegar a pasarme hasta que caí en la cuenta.

Necesitaba que alguien me explicara dónde estaba, que hacíamos aquí, para que servimos y si nos necesitaban para algo.

-Liam ¿Cierto? –asintió con la cabeza. Me levanté y me quede en mi lugar.- ¿Puedes traer a alguien que me explique bien toda esta situación?- Lo miraba con esperanza en mis ojos, si sabía de que se trataba podría lidiar con ello.

Cuando estaba a punto de contestarme, Cristobal entra rápidamente hacia mi habitación. Este hombre ha sido el único que he visto en todo este tiempo, y parece tan viejo, tan indefenso, si tan solo se pudiera aplicar a él. Pero eso me lo explicaron. Necesitaban chicos de nuestra edad porque han alcanzado la madurez fisiológica y mental correspondiente, si se le aplica a un adulto, no haría el mismo efecto sino que ralentiza la muerte, pero ella es inminente.

-Señorita Cooper, debemos hacer algo con usted, hemos visto que aún la etapa de reconocimiento no ha sido superada y a cambio de ello necesitamos que nos deje hacer algo con usted.-se sentó rígido en mi cama y me miraba con ojos paternales.

-¿Qué van a hacer conmigo?-me senté a su lado y agarré su mano. El era como un padre para mí, me contaba sus experiencias en la vida, como había cambiado tan estruendosamente cuando lo reclutaron para las fuerzas armadas. Era mi nueva familia.

-Necesitamos congelarte. Y volverte a descongelar diez mil años más tarde.- Lo miré y casi me echo a reír.

-¿Me quieren congelar?- lo miré sonriente pero él no se reía y Liam tampoco que estaba en frente nuestro cruzado de brazos mirando preocupado. Me puse seria. –Igualmente -digo mirando nuevamente a Cristobal- no me preguntaran cual es mi opinión. ¿Verdad?- Me miró con los ojos llorosos.

-Me temo que no. Es una decisión de mis superiores. Te extrañaré mi niña pero esta será la última vez que veas a todos los que conoces, o al menos a la mayoría.- se levanta y me guía a lo que sería lo más duro que he tenido que transitar en toda mi vida.

-Hasta pronto Vera.-dice Liam a mis espaldas. Lo miro de reojo y hago un asentimiento con la cabeza.

-Hasta pronto.

Diez mil añosWhere stories live. Discover now