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Mi jefe el señor Ruiz parece un ogro a primera vista, pero cuando lo conoces te das cuenta de que es el mismísimo demonio. Siempre de mal humor, con un toque de prepotencia que raya en lo absurdo. He aprendido a lidiar con su mal genio y que me vaya pidiendo las cosas de una a una, en lugar de todo a la vez, a sabiendas de que es en un mismo sitio. Lo hace para joder nada más de eso estoy segura, pondría mi mano en el fuego y no me quemaría.
—Señorita García, venga a mi oficina — me comunica desde el interfono, sin más me dirijo hacia ella preguntándome qué querrá esta vez.
Golpeó la puerta, entro como es de costumbre sin esperar a que me dé paso y me acerco a su mesa.
—Vaya al despacho del señor Duarte y entréguele estos documentos — y yo que pensaba que iba a superar mi récord personal de no tener que ver a Alejandro, me mira por encima de las gafas con cara de pocos amigos — rápido que es urgente.
–Sí señor — si este supiera mi relación con su adorado jefe lo tendría besando el suelo que piso.
Me dirijo al ascensor con la intención de darle los documentos a Luisa, la secretaria de Alejandro e irme de allí sin que él me vea. Un buen plan, rápido y silencioso, sin que haya daños colaterales.
Una vez en su piso voy con paso firme hacia donde debería de estar ella, pero no hay nadie en su mesa. Mi primer pensamiento es esperar a que vuelva, pero recuerdo lo que me ha dicho mi jefe, así que haré de tripas corazón y se lo tendré que dar en mano. Odio cuando mis planes se tuercen, que es más a menudo de lo que nunca reconoceré. Toco la puerta y desde dentro escucho como dice que entre, respiró profundamente y hago caso, una vez dentro veo que está reunido, con un tipo que me da la espalda.
—El señor Ruiz me ha pedido que traiga estos papeles.
En ese momento el otro hombre que estaba delante se gira, mi corazón me acaba de dar un vuelco, un dios hecho hombre tengo delante de mis ojos. Si no creía en el amor a primera vista, me retracto de inmediato.
Debe ser fruto de mi imaginación, eso o acabo de descubrir que la perfección existe: 1'85 m, ojos verdes, labios que gritan "cómeme", a pesar de ir vestido, que pagaría por arrancarle esa ropa, se le nota que está musculoso, si fuese más guapo sería irreal. Tengo que concentrarme y entregar estos informes.
—Adelante Amaya, estaba esperándolos — habla Alejandro con una sonrisa en su rostro cortando la tensión del ambiente.
El hombre que lo acompaña en ese preciso instante cambia su semblante, de tener un tenue sonrisa a parecer que está oliendo a mierda, su cara me es familiar, de seguro lo abre visto por las oficinas, pero lo cual me extraña por qué un espécimen así sería raro de olvidar.
–Espero que recuerdes a Gael.
Una jarra de agua fría me acaba de lanzar.
¿Su hijo?
¿Mi medio hermano?
¡Ese Adonis es mi hermano!
—Yo no... yo eh...yo... hola.
Ambos me miran como si me estuviese dando un ictus o simplemente estuviese loca. Un sueño, esto tiene que ser una pesadilla, si no porque el universo me ha puesto un caramelito y resulta que es prohibido. Dejó los papeles en la mesa y doy rápidamente la vuelta con la intención de salir lo más rápido posible de allí.
He mirado con ojos lascivos a mi medio hermano, hacia más de diez años que no le veía y no tenía nada que ver con aquel muchacho que en el pasado conocí, debería de ser más cotilla y haber investigado un poco. Esto me pasa por no querer inmiscuirme en nada relacionado con Alejandro.
El día ha pasado sin ningún otro percance, quitando al pesado de mi jefe, que por su culpa me he tenido que quedar un poco más de tiempo para terminar un trabajo. Don perfecto no es capaz de hacer nada sin mi ayuda, así que me tendría que dar más crédito por ello.
Ya apenas queda nadie, exceptuando a las chicas de la limpieza.
Me dirijo al ascensor y en cuanto entro cojo el móvil para revisar los mensajes, es cuando siento que alguien entra también en él.
"Esta noche toca relajarse en el Colombian"
Sonrío al ver el mensaje de mi amiga Laura, si no fuese porque conocemos al dueño no nos dejarían entrar, ya que es un local de moda entre los niños pijos. Como siempre me dice mi abuelo, hay que tener amigos hasta en el infierno.
Escucho que mi acompañante en el ascensor carraspea, cuando le miro el corazón me vuelve a dar un brinco, bajó la mirada para no mirarle a la cara.
Mis ojos van directos a su culo todo redondito y respingón ¡Madre del amor hermoso! tampoco debo mirar su trasero.
—Deberías aprender a disimular un poco.
¡Lo que me faltaba, me ha pillado mirándole el culo, no se puede caer más bajo!
–Yo no... no no sé a qué te refieres.
–Eres la comidilla de la oficina – ¡¿Qué?!
–¿La comidilla? No entiendo a lo que te refieres.
–Vamos guapa, no te hagas la tonta – me vuelve a mirar con desprecio al igual que lo hizo en el despacho de Alejandro – y para ti soy el señor Duarte, espero que no lo olvides.
Él sale del ascensor, no soy capaz de reaccionar, intentando averiguar a qué se refiere, por mucho que lo intento no se me viene nada a la cabeza. Cuando salgo del ascensor ya no lo veo por ninguna parte.
Una vez en casa me siento delante del ordenador con la intención de ver algo más de Gael.
— ¡Wouw! Que polvazo tiene — exclama una voz femenina detrás de mí a la que reconozco como mi amiga y compañera de piso, Laura, me río ante su comentario, pero he de admitir que lleva toda la razón — ¿Quién es?
— Mi jefe — contesto con desilusión.
—¿Tú qué? ¿Ese que decías que era un viejo gruñón? — pregunta curiosa.
— Viejo no, pero lo de gruñón no se lo quita nadie.
— A este le quitaba el mal humor en la cama — mira fijamente la pantalla, estoy segura de que si lo tuviese delante ya lo hubiese catado — me tienes que contar más de ese bombón — da media vuelta sin antes de guiñarme un ojo.
Si claro le voy a contar que me reencontré con un hombre que con solo mirarlo una vez babeé como una idiota y que resulta que es el hijo de mi padre, una leche voy a contarle eso.
— Recuerda que esta noche salimos — me grita Laura desde la otra punta del piso.
— ¡Yupi! — le contestó sarcástica.
Bueno por lo menos podré olvidar este trágico día observando a los tíos que irán. Necesito un hombre, pero ya. Cada día parezco más una vieja verde.
Por regla general no me gusta el ambiente del Colombian, demasiado pijerio.
Lo primero que ves en la entrada son los coches de los niños y niñas ricos, todos últimos modelos, luego ellos y su vestimenta. Seguro que un solo pantalón de ellos es más caro que el alquiler de mi piso.
Roberto, el dueño, también se crio como un niño de papá, pero con 24 años abrió el Colombian y con suerte tuvo bastante éxito como para abrir más locales en diferentes sitios con los mismos resultados.
La diferencia entre él y los otros pijos, es que con él se puede hablar de cualquier cosa, no tiene prejuicios de ninguna clase. Aparte, es un verdadero bombón: alto, rubio, fuerte, unos increíbles ojos azules, lo dicho, un bombón que cualquiera quisiera comérselo. Demasiado bueno diría y yo con hambre.
Le conocí hace 3 años en esta misma discoteca, al que mi ex hasta ese día era cliente asiduo. Ese día en el que él creyó que yo no era más que una pertenencia y se imaginó que no importaría tratarme como una mierda y darme una bofetada, tan fuerte que me rajo el labio. De no sé donde apareció Roberto y lo echó a la calle a patadas, literalmente, me dio un discurso de que una mujer no debería de aguantar que un tío le pegase, pensaría que no era la primera vez, pero si lo fue, la primera y la última.
Sin tener por qué se quedó junto a mí el poco tiempo que me quedé allí, luego me acompañó a coger un taxi y me dio su número por si alguna vez me hiciese falta que lo llamase, no lo hice.
Hasta un par de meses después no volví a encontrarlo por casualidad, bueno no, fui al Colombian, aunque para ser sincera no sabía que era el dueño, esa vez él me pidió mi número y con una cosa y otra nos hicimos amigos. A veces hace bromas un poco sexuales, de las cuales no me quejo, pero todo se queda en eso, no hay pretensiones de más.
El ambiente aquí me resulta demasiado cargado, la música demasiada alta, demasiada gente restregándose los unos con los otros, me siento como pez fuera del agua. Los hombres se arriman como siempre a Laura, es un imán para ellos, mientras que a mí no se acercarían ni aunque les fuera la vida en ello.
— Roberto necesita que vayas a su despacho — me indica una de las camareras.
Sin preguntar nada me dirijo hacia donde está situado, me conozco el sitio perfectamente de las veces que vine y allí lo veo tan guapo como siempre con una sonrisa al verme. Tengo que preguntarle qué hace para que cada vez que lo veo esa más apetecible que la anterior.
— Hola princesa — habla mientras me da un beso en la mejilla — necesito que me hagas un favor.
Tengo la sospecha de lo que me va a pedir como otras tantas veces lo ha hecho.
— Un niño pijo se ha metido en una pelea — él asiente con la cabeza, aunque como siempre le pongo mala cara sabe que no me negaré — me debes una muy grande.
— Te lo pagaré como quieras — contesta con su peculiar sonrisa pícara, sensual.
— Sabes cómo quiero que me pagues — le digo mirándole de arriba abajo mordiéndome el labio inferior.
— Como quieras princesa — me abraza y hace el intento de morderme el cuello cuando a mí como siempre me entra la risa tonta.
Riendo entramos en el despacho, yo aún intentando quitármelo de encima, pero no con mucha insistencia, ¿A quién no le gusta que un pibonazo se te insinúe? Me giro para ver que se ha hecho el niñito de los cojones.
¡Tierra trágame!

Tierra TrágameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora