Capitulo II: "Monedas de chocolate".

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Cuando abrí los ojos ya era de día; estaban hinchados y las almohadas, húmedas. Me sentía agotada a pesar de haber dormido tanto.

No me levanté de inmediato, en su lugar estuve mirando al techo: las aspas, cafés e inmóviles del ventilador, se hallaban descansando debido a la estación; es decir: ¿Quién en su sano juicio encendería un ventilador en invierno...? ¡Nadie! Bueno... Si lo hubiese, estoy segura de que no sería mujer. Somos friolentas por naturaleza, repudiamos el frío... O al menos yo lo hago. Odio que mis pies siempre estén congelados y que mi nariz escurra en las mañanas, también detesto tener las orejas frías y que me duelan las rodillas. Nunca quiero abandonar la cama y duermo con tres cobertores de más. Odio el frío.

Estaba inmersa en esos pensamientos, cuando mi celular vibró y me sacó del trance. Me llegó una notificación de cierta red social, la pantalla parpadeaba en azul, no se quitaría hasta que lo revisara. Al hacerlo me encontré con la sorpresa de que Ariadna, la solterona de la empresa, se acababa de casar.

¡Ufff! ¡Se le veía endemoniadamente feliz...!

Estaba rodeada de malvones rojos y rosados, su vestido blanco sin velo resaltaba y brillaba en medio de un hermoso día de sol. El jardín de la parroquia lucía muy animado y su esposo, mientras ostentaba una sonrisa de oreja a oreja, miraba como idiota al horizonte con un moñito negro en el cuello y un chaleco a juego; su mano estaba posada orgullosamente sobre la cintura de su ahora esposa y el cuadro completo solamente trataba de dar a entender al mundo la noticia de que ambos, realmente eran felices. Era un total revuelo entre los compañeros del trabajo, comentaban sus fotos y les deseaban lo mejor. Yo miraba incrédula. Tuve deseos de comentar algo ponzoñoso para arruinarles el día, pero me abstuve.

¡Qué pesadilla!

Arrojé lejos el móvil, me descobijé y quedé sentada en la orilla de la cama con la cabeza hacia atrás y los brazos abiertos, apoyando mis manos en los cobertores. Podía escuchar claramente el tic tac del reloj de la cocina y un ligero goteo en el lavabo. Me encontraba dentro de un silencio endemoniado. El sol entraba por las rendijas de las persianas, iluminando parcialmente el cuarto, y acariciaba mis piernas pálidas... su tibieza casi se sentía como tus manos en mi piel.

Mi cabello era un desastre, estoy segura de que te hubieses reído de mí si me vieras. Sonreí. Entonces, cariño, viniste a mí en la forma de un millar de pinceladas rojizas en un cielo de verano, que se acomodaron de tal manera en que pude ver tu rostro, con tus ojos marrones, barba mal cortada y tú sonrisa de dientes derechitos y blanquitos. En tus ojos no había ninguna tristeza... no, no la había. Podía ver tu amor y todo lo que este significaba; había tomado forma "material", por así decirlo. Suspiré. Me moría por tomar tu mano y correr por una pradera de flores a tu lado, bajo ese cielo rojo e intenso. Pero entonces me di cuenta de que dormitaba y desperté. Te fuiste... una vez más, dejándome sola con mis cabellos despeinados y mis malas suertes. Dejándome sola, con un hoyo en el pecho para desangrarme.

¿Sabes...? Sonreía como una loca. De pronto tuve ánimos de cantar y bailar. Me levanté de un salto y, descalza, salí del cuarto. Puse un poco de música, por primera vez en mucho tiempo, y me encontré danzando por la sala solo con bragas y camiseta. Mis pezones estaban duros y mis caderas se movían al ritmo de melodías que disfrutamos tantas veces, tú y yo, mientras hacíamos el amor.

Quería gritar... "¡Ruge más!", me dijiste en alguna ocasión. Pues grité; rugí hasta que me faltó el aliento; los vecinos seguramente pegarían un grito en el cielo; sé que me hubieras callado con un beso.

Saltando entré a la cocina, mi cabello se movía de un lado a otro. Vi el pie del viejo André sobre la barra, justo donde lo había colocado la noche anterior. Abrí el bote de basura y lo tiré sin pensarlo.

Cenizas, nieve y Lyudmila.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora