Señorita, qué linda es usted, pero no es de por acá ¿verdad? una belleza así ya la hubiera visto yo antes. Mucho gusto de verdad conocerla, mi nombre es Lucia.
-No, sólo vengo a pasear por unos días, pero me gusta mucho la ciudad y veo que su gente es muy amable, sobre todo usted doña Lucia, es un gusto también para mí conocerla, mi nombre es Marcela.
-Qué bueno saber eso, pues debemos ser buenos anfitriones con quienes nos visitan, no digamos con usted Marcelita.
Marcela comprendió que la señora era buena, sintió confianza y se puso a platicar con ella. Le contó lo que le había pasado y ella respondió:
-De paso que esta ciudad es muy grande y vive mucha gente, pero primero Dios, pronto encontrará a sus seres queridos. Se quedó pensando y luego agregó:
-Pero si sigue viviendo mucho tiempo en este hotel le va a salir muy caro.
-Pero como usted dice, si encuentro a mi familia ya no tendré ese problema y estaré mucho mejor.
-Si tarda en encontrarla y como a paso todos los días a vender dulces acá, a lo mejor se quiere ir conmigo a mi casa, pues vivo sola, me ayuda a hacer los dulces, yo salgo a vender y nos ayudamos las dos, ¿QUé dice?
-Déjeme pensarlo y le digo, pues no me gustaría causarle ninguna molestia a usted que es tan noble.
-Si fuera molestia para mí, no le diría nada, recuérdese que vivo sola y lo único que busco es compañía.
-Se lo agradezco mucho, mañana le diré qué pienso.
-Está bien, hasta mañana muchachita linda. ¿Sabe una cosa? Ustede es muy linda de verdad.
En la noche, MArcela en su cama del hotel, muy preocupada pensaba qué camino debía seguir en esa ciudad tan grande, en donde no conocía a nadie y en donde no sabía dónde buscar a Pablo. Se recordó de la viejecita de los dulces y pensó que ese podría ser una buena salida, vivir con ella, ayudarla a hacer los dulces y a lo mejor lo más pronto posible daría con el paradero de su amado.
El día siguiente se puso a esperar a la señora de los dulces en la sala del hotel, la esperó toda la mañana y toda la tarde en ella no apareció. A retirarse a su alcoba iba cuando una voz la detuvo:
-Buenas tardes señorita bella.
Marcela se volteó le preguntó:
-¡A mí me habla joven?
-Si señorita, ¿acaso hay otra belleza aquí aparte de usted?
-No lo conozco, pero, ¿qué desea?
-Nada en especial, sólo conocerla, saludarla y platicar un rato con usted. Me llamo Andrés y soy ijo del dueño del hotel.
-Muchas gracias, pero fijise que no tengo tiempo, en este momento me dirijo a mis tareas. Así que mucho gusto, y con permiso.
Mientras platicaba con Andrés, Marcela jugueteaba con la llave de su habitación; Adrés alcanzó a ver el número 15 de su cuarto. Al rato, Andrés estaba parado frente a la puerta con ese número y tocaa insistentemente. Marcela, asustada, fua a abrir, y cuando lo vio allí parado le dijo:
-¿Qué desea joven?
-Ya le dije que solamente platicar con usted señorita linda.
-y yo ya le dije que no tengo tiempo, así que disculpe pero tengo que cerrar la puerta.
Andrés detuvo la puerta con pie, con una mano tomó de ella y con la otra la empujo hacia dentro. Ella sintió que su fuerzas no podían contr las de él y empezó a gritar. Andrés la sujetó con más fuerza, le tapó la boca, la tiró a la cama, se acostó a la par de ella y le dijo: