A eso que somos adictos.

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-Bien, ahora a esperar- era la voz de Jesse Pinkman, un adicto que por azares del destino había aprendido a crear la metanfetamina más pura.

Tras un suspiro, sacó su cajetilla de cigarrillos y dejó uno de ellos en sus labios, nada le caería mejor tras horas de cocinar.

-Jesse, te he dicho que no se puede fumar aquí, contaminas mi producto, nuestro producto.-

El rubio rodó los ojos y le dio una calada, soltando el humo en la cara de su socio. -Ya entendí-, lo dejó caer, apagándolo en el suelo. -¿feliz?-

No estaba feliz.

Tras un suspiro Walter sacó un par de esposas. -Tú me obligas, Jesee, hasta que salga esta tanda voy a esposarte para que no vuelvas a fumar. -

-¿Esta loco Señor White? ¿Las quimios le hicieron algo en el cerebro o qué?-

-Anda, ¿o lo hacemos por la fuerza?-

Bufó y sin decir más, extendió los brazos tatuados en dirección del mayor.
-Bien, pero no pienso ayudarle el resto del día-

El "click" sonó, las esposas estaban cerradas.

-Es un enfermo, señor White, ¿de dónde sacó esto? ¿Las usa con su esposa?, yo no imaginé que le gustara eso.-

-En realidad son de mi cuñado, pero dime, ¿a ti te gusta?-

La expresión de Jesse cambió. -¿en serio hablaremos de sexo?, pues, realmente no soy un fan de esposar, me gusta que me toquen, ¿sabe?-

-¿Ah sí?- se relamió los labios y dio un par de pasos hasta Jessie.

-Sí, ¿o a usted no?- una risa divertida se escapó de los labios de Pinkman.

-¿Cómo te gusta que te toquen?- con pasos firmes caminó hasta el menor, rodeandolo por la cintura, -¿Así?- las manos del científico bajaron hasta los glúteos del rubio.

-Señor White, ¿qué carajos hace?-.

No hubo respuesta, no por el momento. Las manos ajenas se deslizaron hábiles bajo su ropa, acariciando la suave piel que ocultaban aquellas camisas holgadas.

-Señor White-ah..- el aludido sonrió.

-¿Quién lo diría, Jessy? ¿Tan sensible eres o solo te exita esto?- las manos apenas más ásperas jugueteaban con los botones que, con un simple roce, se endurecía bajo su tacto.

El rubio giró el rostro, ocultando la expresión que le delataba, esa necesidad de seguir adelante que tanto deseaba esconder.
-Déjese de juegos, no volveré a fumar dentro- mas su cuerpo le traicionaba, poco a poco despertaba la erección bajo sus pantalones.

-Oh sí, me aseguraré de eso.- La voz suave y amable del químico cambiaba con cada oración, dejando atrás al amoroso padre de familia para liberar al sicario.

Un tirón fue suficiente para subir la playera de Jessie y poder apreciar los botones duros y ligeramente rosados.

Solo unos segundos.

Sin pensarlo acercó los labios, delineando con la lengua de forma lenta, casi tortuosa.

-Mierda.- jadeó Jesse, todo su cuerpo cedía, parecía derretirse ante la cálida boca de su socio. -Señor White...-

El mayor sonrió, si bien deseaba frenar el comportamiento tosco del rubio, el placer que este "castigo" le daba, lo superaba a él mismo.
Tal vez solo en su sueño más loco era él quien llamaba al joven Pinkman, perra.

Los jadeos ya no eran solo de uno, los labios de ambos emitían sonidos, el nombre del otro, uno que otro "vete al diablo" y fue cuestión de minutos para que la erección de ambos creciera hasta rozarse con la otra.

A eso que somos adictos. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora