Capítulo 15: La carretera sin luz

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  Cox y Margarett habían recorrido un gran trecho a a la carrera, correr toda esa distancia sin parar pasaba factura, y más sin haber pegado ojo la noche anterior. A decir verdad, ¿quién era capaz de dormir con todo lo que estaba cayendo sobre la tierra? El Apocalipsis estaba tomando las riendas de la situación, el mundo ahora era el lugar de los muertos y los pocos humanos que aún luchaban por sus vidas, tenían que pasar verdaderas calamidades. Y lo cierto era que todo cambiaba rápidamente, apenas la oscuridad les daba tiempo a organizarse o presentir bien las cosas, lo único que hacía, era hacerlos correr de un lado a otro, en tensión.

-¿Podemos parar unos segundos? Tengo los pies entumecidos....-Margarett respiraba costosamente, y se flexionó sobre sus rodillas.

-Sabes que no podemos permitirnos un descanso. Los muertos tienen algo que nosotros no, ellos no se cansan. No beben agua, no se cansan, no duermen...- Se pasó las manos por el canoso pelo, peinándolo hacia atrás. No era el momento idóneo, pero pensó en que le hacía falta un buen corte de pelo.

-Pero por eso mismo, no podemos estar corriendo eternamente....-Se despejó la cara de tirabuzones rubios, ajustándose las gafas.

-¿Por qué llevas esos tacones aún? ¿No sabes que para correr no son el mejor calzado?

-Tengo que estar guapa siempre, no lo entenderías. -Hizo un gesto con la mano.

-Tendremos suerte si no nos matan.- Cox gruñó.- Me sentiría más seguro teniendo cerca a mis chicos. ¿Estarán bien? ¿Leerán la nota?

-Claro que estarán bien, ¿de quién te crees que estás hablando? Si Dan y los suyos son los mejores agentes que has podido contratar. ¿O es que ya no te acuerdas?

-Sí, sí...tienes razón. Pero no puedo evitar preocuparme, son mi familia. -Suspiró y miró el camino que ya habían recorrido y se le antojó poco. Todo lo que pudiesen hacer ahora se le antojaba grande o insuficiente.- ¿Estás mejor ya? No me fío, la noche ha caído y nosotros estamos en plena carretera. ¿Y si nos acorralan esos bichos? De día anda, pero cuando las luces dejan de jugar a nuestra favor, las cosas se ponen crudas de verdad.

-Sí, ya no me duelen tanto los pies.- Se irguió, recogiéndose el cabello con una coleta alta.- ¿Seguiremos hacia el norte? No sabemos que nos deparará eso...

-De noche no es buena idea andar por ningún lado...-Miró por los alrededores, fijando su vista, por si encontraba algún sitio que sirviese como refugio.- Estamos en la carretera, por regla general...quizá encontremos una gasolinera cerca.

-¿No había una por la ruta 55?

-Cierto, no debemos estar muy lejos.- Asintió, satisfecho.- Hagamos un esfuerzo y sigamos corriendo, pero con más cuidado. Nos adentramos en una zona llena de frondosos árboles, si no tenemos los ojos puestos en todos lados, podríamos cometer el mayor error de nuestras vidas.

-Vamos.- Margarett siempre había sido muy dispuesta.

-¡Eh, eh...! Espera un segundo.- La agarró de la cintura, deteniendo su paso. Tiró de ella sin demasiada fuerza y la arrastró hacia unos arbustos, donde pudieron ocultarse a tiempo. Un reducido grupo de muertos vivientes iba a la carrera por la carretera, más que correr, parecían trotar, porque uno de ellos llevaba el pie colgando, y cada vez que chocaba contra el suelo, hacía un sonido desagradable.

-¿Pero...por qué corren?- Margarett abrió muchísimo sus dos hermosos ojos, más que sorprendida, horrorizada.- Es como...si se estuviesen volviendo más rápidos, más listos. ¿Cómo vamos a escapar de ellos, si ahora corren como nosotros?

-Marga, cálmate. No dejes que el miedo te domine.- Cox la agarró del mentón, para que lo mirase.- Vamos a salir, sólo déjame unos minutos para poder analizar la situación. Aquí estamos resguardados, pero si salimos a lo loco, no podremos luchar contra el terrible mal que nos aguarda ahí fuera. Este ya no es nuestro mundo, estamos ante un horizonte desconocido.

-Ya sé que no debo dejarme llevar, perdona...-Se dio la vuelta, incapaz de mirar a esos seres a la cara ni un segundo más. Le repugnaban, les tenía mucho odio. Pero entre todos los árboles, vislumbró a lo lejos unas luces titilantes. Quizá tenían la gasolinera ante sus narices.- Cox....allí. Hay luces que parpadean. ¿Será lo que buscamos?

-Probablemente, levántate.- La ayudó a incorporarse y después suspiró de manera pesada. El aire estaba viciado, apestaba. Esos monstruos lo estaban ensuciando todo con sus aromas pútridos e infecciosos. La frialdad de la noche ya comenzaba a calar en sus desgastados huesos, por lo que se pusieron en marcha antes de coger frío.

Aún tenían que controlar las arcadas que sentían al ver cadáveres por el suelo, en pleno estado de descomposición, con las tripas haciendo juego con el suelo. Pero por mucho que lo intentaban, uno nunca era capaz de acostumbrarse a ello. A medida que avanzaban por el ensombrecido bosque, veían más cuerpos desplomados contra los troncos de los árboles o simplemente tirados por el suelo. No sólo tenían que verlos, también tenían que "oírlos". Sus gemidos o chillidos eufóricos continuaban, pero así al menos sabía que no se cruzarían con alguno de improvisto.

Se encontraron con la gasolinera de frente, era pequeña, como mucho, podrían entrar dentro un grupo de diez personas. Aunque era sólida pese a su tamaño y aunque el neón descolgado aún emitía algunas chispas de electricidad, no había más luz. Había sido acertado ir allí, estaba llena de conservas y comida envasada, papel higiénico, algunas medicinas sin receta y un bendito cuarto de baño, asqueroso, pero un cuarto de baño a fin de cuentas. También había agua embotellada, libros y algunas revistas pasadas de moda que nadie se llevaría ni aunque las regalasen.

-¡Me pido primera para usar el baño! -Exclamó Margarett, dando saltitos.- Es urgente.

-Vale, pero ten cuidado. Yo me quedaré aquí, para ver de cuantas provisiones disponemos. Y no tardes, que los hombres también tenemos nuestras necesidades.- Se echó a reír cuando Margarett le sacó la lengua, retándolo. Ahora que la civilización estaba realmente muerta, ese tipo de compañía venía muy bien, te hacía sentirte más vivo, menos solo.

Pese al frío que reinaba en la estancia, estaba sudoroso. Se dirigió a una de las estanterías y abrió un paquete de patatas fritas, que devoró sin compasión alguna, no dejó ni las migajas. Encontró cervezas, las cuales no estaban demasiado calientes debido a la temperatura del lugar, lo cual, lo hizo cantar victoria. La abrió y se bebió una, vaciándola casi de inmediato, como si fuese agua.

-Joder, que bien sienta...-Cerró los ojos, con puro éxtasis.-

-¡Oye! ¿No estarás bebiendo sin mi, no? -Margarett se aproximaba a él, con los brazos en jarra.

-No sabes la falta que me hacía.- Cogió una botella más y se la lanzó a ella, que la cogió al vuelo.- Ten, también hay para ti.

-¡Por nosotros y no por esos cáscaras podrida!- Ella rió, alzando la botella.

-¿Has dicho cáscara podrida?

-Es mi manera de llamarlos. ¿A qué es original?

-Tienes unas ideas...-Rió de nuevo, chocando su botella con la contraria, formando un suave repiqueteo.

-El mundo ya está muerto, ¿verdad? -Preguntó ella repentinamente. Lo pilló de sorpresa, tanto, que casi se atraganta.

-¿Cómo dices?

-Sé que Robert ya no volverá...-Su sonrisa se tornó triste.- Cuando las primeras noticias de la pandemia nos bombardearon, tuve la firme esperanza de que volvería. Pero visto como están las cosas....cada vez hay más muertos y ya apenas se ve gente. Dios no quiera que le haya pasado nada y ojalá me equivoque, pero...ya no tengo las mismas esperanzas y me odio por ello.

-Margarett, oye...yo aún tengo esperanzas de encontrar a mi familia viva. Sé que es difícil pensar en algo positivo cuando tenemos todo esto sobre nuestros hombros, pero tal y como hemos sobrevivido nosotros, habrá más gente que lo haya conseguido. Hasta que nada me demuestre lo contrario, no admitiré que los he perdido y tú deberías hacer lo mismo, es lo más sano.

-Supongo que tienes razón, don labios de oro.- Se ríe, agradecía tenerlo allí.

Un sonido seco los asustó. Provenía de una de las cristaleras, del exterior. Algo o alguien había golpeado el cristal. Cox rebuscó su linterna y alumbró, con los hombros rectos, debido a la impresión. Enfocó a una zombie, que tenía la cara pegada al cristal, frotándose contra el, como si así pudiese encontrar la manera de entrar. Sus labios eran finos y negros, que se tensaban sobre los pocos manchados dientes que le quedaban, pero estaba sonriendo. Eso claramente era una diabólica sonrisa.

-¡Se está riendo, Cox! -Chilló Margarett, aferrándose a su cuerpo por detrás. Cox pudo sentir los prominentes pechos de ella presionando contra su espalda. El ser abría y cerraba la boca, como si tratase de decir algo. ¿Ahora también hablaban, o reían? Eso ya era nuevo. Nuevo y aterrador.

Cox tembló, estaba horrorizado. La luz contra la ventana había atraído a más espectros que vagaban por la zona y se aproximaban por la lejanía, de manera mecánica. No tardarían mucho en congregarse allí y buscar alguna manera de entrar. Ya eran más de cuarenta caminantes, las posibilidades se cerraban.

Cuando ya estaban comenzando a ponerse de los nervios y a sentirse atrapados, los sonidos de los monstruos se mezclaron con los de un motor. ¡Un vehículo! Se aproximaba cada vez más, de eso estaban más que seguros. La cabeza de Cox ya se había puesto en funcionamiento e ideaba la manera de salir de aquella situación tan escabrosa.

-¿Lo oyes, Marga?

-Sí, se oye un motor. ¿Qué hacemos? Porque van a pasar de largo...verán a un grupo de caminantes agrupados aquí y ni se molestarán en ver qué pasa.- Respiró de manera profunda, tragándose toda su frustración. Ella podía advertir la calculada maldad que reflejaban los muchos ojos muertos que se acercaban al cristal. Cuando siguió la trayectoria de la fina pared que los separaba de esa carnicería, pudo comprobar que una red de grietas empezó a extenderse por el cristal, como si se estuviese tejiendo una tela de araña.- ¡Van a entrar! -Chilló, tapándose la boca con las manos.

-¡Joder! -Cox retrocedió, agarrando a su compañera del brazo, pegándose a la pared, tanto como pudieron. Al chocar con la máquina expendedora, esta cayó al suelo, formando un metálico estruendo.- Mierda, qué patoso me estoy volviendo con los años.

-¡Ya te vale, Cox! Estás haciendo que tengan más ganas de entrar para comernos a los dos. ¡Estamos atrapados y nos van a comer!

-¡Deja de gritar, por dios! ¡Qué ya me he enterado! Estoy viendo exactamente lo mismo que tú.- Se agachó contra el suelo, arrastrándola para que fuese con él.- Ven aquí, si el cristal se rompe, podremos defendernos juntos hasta que pase lo que dios no quiera.

Ella se sentó en el suelo con él, pero en vez de quedarse mirando las cientos de dentelladas que golpeaban el cristal como hacia su compañero, hundió la cabeza en uno de sus hombros, aterrada. Cox podía notar el sufrimiento de la muchacha nada más sentirla, quería protegerla, pero la situación no daba más de sí. Un trozo de cristal cayó al suelo, haciéndose añicos y una mano espectral entró por el agujero, abriendo y cerrando sus dedos con ansias. Sería cuestión de segundos que el resto acabara cayendo también, no había que ser científico para saberlo, así que sólo le quedó esperar a que el infierno entrase en su pequeño refugio. ¿Cuánto les había durado la felicidad? ¿Minutos? ¿Apenas una hora? No lo sabía con certeza, pero la suerte no quería ponerse de su lado. Ella ya había elegido un bando ganador y no era el suyo.

Pero un rayito de esperanza los bañó cuando el ruido del motor se incrementó y las luces de una furgoneta proyectaba fogonazos de luz contra ellos. Los zombies parecían sorprendidos, como si no se esperasen más visitas, a Cox le pareció que era una sensación de lo más humana. Dejaron de golpear el cristal y se comenzaron a dar la vuelta, llamados por el nuevo estímulo.

-¡Comed de esto, cadáveres! -La voz grave de un hombre resonó con firmeza. Fue lo más bonito que habían escuchado en todo ese tiempo. No estaban solos.

-¡Aquí, capullos! -gritó también una voz femenina.- ¡Venid aquí!

Una ráfaga de disparos barrió la zona, haciéndolos caer uno a uno, sin fallar ni una sola vez. No sabía quiénes eran sus salvadores, pero tenían una puntería estupenda, ni una de esas balas fue desperdiciada. Poco a poco, fueron exterminándolos a todos y no quedó ni uno solo en pie. Cox y Margarett se levantaron, mirando perplejos lo que acababa de pasar y la montaña de cadáveres que se había congregado en la entrada. En la furgoneta había un hombre de pelo largo, con dos pistolas en cada mano, y dos chicas, una rubia y otra morena.

-¿Estáis bien? -La chica morena se bajó del vehículo y se aproximó a ellos. La rubia, algo más bajita la siguió, pero el hombre se quedó en su posición, indiferente.

-¿Cómo habéis dado con nosotros...? -Cox miró a las chicas, con algo de tristeza. No tendrían más de veintitrés pero ya habían acabado con todo un ejército de monstruos sin pestañear si quiera.- ¡Mil gracias por sacarnos de este apuro!

-Íbamos a pasar de largo, porque nuestro compañero no tenía ganas de parar.- Dijo la más bajita, cruzándose de brazos.- Pero insistimos, pues sabíamos que algo había atraído a los caminantes de esa manera. Sólo actúan así cuando hay algo que les interese, y eso amigo, es la carne humana.

Cox lo sabía bien, demasiado bien. Los caminantes ya habían irrumpido así en la comisaria, por eso tuvieron que escapar. Cox quería haber salvado a uno de sus compañeros más preciados, Ryan. Pero cuando quiso ayudarlo a salir de todo ese calvario, el ya se había abierto las muñecas con varios lápices afilados. No quiso ni imaginarse el tiempo que lo llevó a hacer eso, ni el dolor que tuvo que presenciar. Esa visión le rondaba aún por la cabeza, cerró los ojos, llorando en silencio.

-¿Estás vivos? -El hombre entró, aún con las armas en sus manos. Al ver que todo estaba bajo control, las guardó.- ¿Ya estáis contentas? Ahora tendremos que llevarlos con nosotros. -Bufó, parecía malhumorado.

-John, haz el favor.- La chica rubia le dio un golpe en el hombro, no demasiado fuerte.- Son personas en apuros, al igual que nosotras cuando nos encontramos, incluso tú mismo. Merecen ayuda y caben en la furgoneta. Sois sólo dos, ¿no? -Examinó la estancia con la mirada, asegurándose.

-Sí, sólo somos mi compañera y yo. Tuvimos que escapar de nuestra comisaría, somos agentes de policía.

-¡Venga ya! Y encima la pasma. -John suspiró, claramente desganado.- Vayámonos chicas, no podemos salvar a todas las personas que nos vayamos encontrando, no soy nada caritativo y mi furgoneta no es un hogar para gente desvalida.

-Cierra la boca ya.- Le espetó Blair, mirando al hombre con los ojos entornados. Este cerró los puños con fuerza, como si le molestase que una mujer le mandase a callar.- ¿Cómo os llamáis? Nosotras somos Blair y Luna. Este desgraciado de aquí, es John. Tienes momentos de lucidez en los que es buena persona, pero rara vez pasa.

-Yo soy el Coronel Cox y esta es mi compañera, Margarett. No sé como puedo agradeceros que nos hayáis salvado, de verdad.

-Para el carro ahí.- John apartó a las dos chicas y se aproximó a ellos, registrándolos por todas partes, incluso los miró por debajo de la ropa.

-¡Q-qué haces...! -Margarett se ruborizó, negándose a que el hombre metiese las manos dentro de su blusa.

-No te emociones, chavala. Sólo estoy comprobando si tenéis alguna mordida o estáis heridos. A mi furgoneta no se sube nadie que después se transforme en un bicho de esos. Así que si os han mordido, ya lo estáis diciendo.

-No nos han atacado hasta ahora.- Admitió Cox, enseñándole los brazos, incluso el costado.- No estamos heridos. Estamos sanos.

-Vale, eso quería oír.- John torció el labio, mirando a Luna, que le hizo un gesto afirmativo con la cabeza.- ¿De verdad van a venir con nosotros? Joder.

-¿Tanto te cuesta ser humano, John? -Luna sonrió, haciendo que este también lo hiciera, contagiado por la suya.

-Ya sabes que sí. Pero si tanto insistís...vendrán. Ahora, como den el coñazo o generen algún tipo de problemas, no tendré reparos en darles una patada y echarlos de la furgoneta, ¿vale?

-No harán nada.- Se acercó a una de las estanterías y se hizo con varias bolsas de patatas y más alimentos.- Deberías coger toda la gasolina que puedas, cascarrabias, le vendrá bien a tu bebé.- Se refirió a su furgoneta.

-La primera buena idea que tienes, rubia.- Mientras el cargaba el vehículo con todo tipo de suministros, las chicas habían congeniado bien con los dos nuevos integrantes del grupo.





Al cabo de unos minutos, cuando ya barrieron todo lo que les resultó de utilidad, se subieron todos en la furgoneta de nuevo. En la carretera aún había espectros, pero los dejaban atrás con gran facilidad. Aunque algunos se los quedaban mirando con sus grandes ojos blancos, como si fuesen prisioneros atrapados en esos cuerpos muertos, un sumidero de gusanos. Margarett desviaba la mirada para no tener que verlos más.

-Qué asco, joder...-Se frotó los ojos, bajando la cabeza.- Ya se podrían transformar los muertos en algo más bonito. Son asquerosos....

-No tienes por qué mirarlos, Marga.- Cox le puso una de sus rudas manos en la rodilla, apretándola un poco.- Yo hago eso, pienso que ya no son personas, que no hay nada de humanidad en ellos y me cuesta menos. Prueba.

Ella miró por la ventana, fijándose en uno de esos muertos que los seguían al trote. Iba tan desmesurado, que al saltar, iba esparciendo pedazos de sí mismo por toda la carretera, dejando un buen rastro de carne muerta. Rechinó los dientes, tratando de no apartar la mirada, por mucho que quisiera. Quería odiarlos, pensar que por su culpa, Robert podría estar perdido en alguna parte, necesitando ayuda. Necesitándola a ella. La humanidad había conseguido y avanzado mucho, no podían acabar todos así. Acabó derrumbándose gracias a todos esos pensamientos infames, pero para su sorpresa, ya no les tenía tanta lástima como al principio. Ya no serían más el motivo de sus pesadillas.

-Supongo que vosotros tampoco sabéis nada de todo esto, ¿no? -Preguntó Cox, esperanzado, a sus nuevos compañeros. John chasqueó la lengua, como si el tema no fuese con él. La primera que habló, fue Blair.

-No sabemos nada de nada. Un día el mundo estaba bien, y de pronto, nos saltó todo esto en la cara, sin avisar.

-Lo suponía...-Suspiró. Pensó que la conversación ya no daría más de sí, pero entonces fue John el que la reanudó.

-Yo creo que es una jodida arma masiva.

-¿C-cómo...? ¿Un arma masiva? Explícate.

-Pues eso, tío. Tú eres el poli, deberías estar más informado que yo, macho. Me refiero a que este virus de mierda que transforma a las personas en bichos come-carne, lo ha creado un científico que juega a ser dios. Querían experimentar y comprobar si podía ser un arma para alguna guerra, y se les fue de las manos, como todo lo que hacen. A mi nunca me ha gustado esa jerga de la medicina, es peligrosa.- Cox lo escuchaba con atención, ese hombre podría tener un vocabulario horrible, pero sabía bien lo que decía, y coincidía con su teoría, la cual, ya no le parecía tan descabellada. - Yo pienso que hay dos tipos de ellos, porque hay algunos que son sólo cadáveres reanimados y otros, en muchos aspectos, funcionan como un ser vivo, como esos que os han atacado en la gasolinera. Buscan alimento, carne humana, y estoy seguro de que eso forma parte de su supervivencia. -Rió de manera, nerviosa, que se transformó en tos.

-Y otra cosa...-Susurró el coronel.- También me he fijado en que los zombies no se comen los cuerpos enteros, es decir, no tocan la cabeza. ¿Por qué se dejan tanta carne, si se supone que se alimentan de ella?

-Viejales, eso es más lógico aún.- Conducía a un ritmo más reducido, pensando bien en las palabras que elegiría esta vez.- Lo hacen así para infectar y a la vez alimentarse. Si se los comen enteros, estos no podrían volver a la vida. ¿Entiendes? Es algo así como un reclutamiento. Imaginad que vuelve a la vida un zombie que no es capaz de moverse, que no tenga brazos o piernas, sería un cuerpo inútil. Y creo que no quieren eso.

-Hablas como si quisiesen crear un ejército, suena tétrico.

-Quizá sea lo que quieran. Mira como están las cosas, ellos cada vez son más y nosotros cada vez menos.- Se encogió de hombros, con una sola mano al volante, la otra la había deslizado por la ventanilla, para sentir la brisa nocturna.- Pero no me da la gana de que ellos ganen la guerra. Debemos hacerles saber que los humanos aún seguimos siendo una raza superior y que tenemos el mando. Nosotros podemos respirar, y ellos solo exhalan un aire fétido de sus inútiles y podridos pulmones.

-Guau, hablas como todo un soldado.- Cox sonrió, lo que levantó el ego de John.

-¿Qué quieres que te diga? El que vale, vale.- Luna soltó una carcajada ante ese comentario y le dio un golpecito en el hombro.

Las luces de la furgoneta comenzaron a fallar, y cuando titilaban, comenzaban a experimentar un verdadero miedo. La carretera desaparecía, dejando un oscuro y amplio vacío. Se encendían y se apagaban, una y otra vez. Ya ni podían ver a los caminantes que se estaban acercando por todos los ángulos. Cuando por fin se encendieron de nuevo, lo que vieron en medio de la carretera les quitó el aliento.

Sobre el asfalto, había un hombre de pie. Llevaba una bata blanca, algo raída por las puntas. Sus pantalones oscuros que en sus mejores días fueron grises, también estaban bastante desgastados y deteriorados. No tenía zapatos, ni tampoco más ropa debajo de la bata, dejando al descubierto un torso grisáceo, lleno de venas negras y gruesas, como si fueran lombrices.

-¿¡Qué coño es eso....!? -Chilló Luna, tapándose los ojos como reflejo.

John no tuvo tiempo de frenar y mucho menos quería arriesgarse a pasar por su lado, ya que parecía lo suficientemente corpulento como para derribar el vehículo con un simple movimiento. Era un hombre grande, quizá el más grande que haya podido ver jamás.Diría que parecía un humano, pero estaba demasiado lejos de serlo. Dio un volantazo de improvisto y la furgoneta descarriló por la cuneta, haciéndolos chocar contra uno de los pinos que había al pie de la carretera. El vehículo quedó aplastado por completo y el motor comenzó a echar humo en seguida.

Cuando el hombre se acercó a ellos para comprobar si había supervivientes, se complació al ver que estaban vivos, inconscientes, pero vivos. 

El último bocado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora