Primer encuentro

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Esperé aproximadamente 10 minutos, sinceramente me molesté. Escuché pasos y no tardó en abrirse la puerta.
-Me hubieras dejado toda la noche esperando si quieres. -Le dije, estaba molesta por el hecho de que me hizo esperar aunque yo llegué 20 minutos después de la hora acordad. Me empecé a reír de mi misma.
-Omar: Yo si fuera tú no me reiría y mucho menos reclamaría algo así.
-Lo siento, no es para tanto. -Le dije. -¿Ahora no piensas invitarme a pasar por el retardo o qué? -Le dije en un tono sarcástico. Había leído mucho de estas cosas y según mis cálculos eso lo provocaría, y eso era mi objetivo.
-Omar: Tienes que tener en cuenta lo siguiente: Desde el momento en el que tú cruces la puerta para mí ya no serás esa mujer de negocios, esa doctora reconocida que tiene una de las mayores fortunas del mundo y casi todo el mismo a sus pies, no querida, si tú cruzas esa puerta serás lo que yo quiera que seas y harás lo que yo te diga, será como si toda tu existencia sea solo para complacerme. Estoy consciente de lo que te gusta, y créeme, no querrás probar la forma en la que castigo cuando me desobedecen, ni lo cruel que puedo llegar a ser. Te llevaré un mundo donde todas tus fantasías se cumplirán. Aún faltan muchas cosas pendientes como las palabras de seguridad, tus límites, los objetos para utilizar y más ya que te decidas. Así que dime tú, ¿Quieres entrar?

No lo podía creer. Sentí el descargo de una fuerte corriente eléctrica por todo mi cuerpo, empecé a imaginarme siendo suya mientras él hablaba y mi clítoris empezaba a palpitar. Ese hombre era todo lo que yo deseaba y no me importaba nada, haría lo que él quisiera con tal de ser suya. Tenía miedo, si, como todo lo nuevo; pero me armé de valor y acepté. Di un paso al frente hasta quedar casi pegada a él, miré fijamente sus ojos, esos ojos con una mirada tan dominante, única entre las miradas de todos los hombres que yo haya visto.
-Acepto -Le dije y pude notar como una sonrisa maliciosa se vio reflejada en su rostro, esos ojos mostraban deseo. Me mataba, ese hombre me mataba. Lo deseaba tanto que si me decía que le diera todo, lo haría sin dudarlo. ¡Vaya estúpida! Las feministas estarían decepcionadas de mí. Reí, ese pensamiento me causaba risa porque era cierto, tanto que luchaban para que al final decidiéramos ponernos a Merced de un hombre dispuestas a que haga con nosotras lo que quisiera.

-¿Se puede saber que es lo que te causa tanta gracia? -El tono serio de Omar al hablar me sacó de mis pensamientos y me puso en el presente. -Lo siento, estaba pensando en otra cosa.
-Si sigues así te aseguro que no podrás pensar más que en el ardor de tus hermosas nalgas, así que mejor no me hagas perder más tiempo y prosigamos con lo que sigue.

Lo miré fijamente a los ojos, retándolo con la mirada y asentí sin decir una sola palabra. Muchas veces leí de esto, y en realidad yo quería provocarlo, ahorrarme todo eso de palabra de seguridad, condiciones, y más. Quería que me hiciera suya. Pero ya. No podía más del deseo, así que ya sabía lo que tenía que hacer.
-No me voy a sentar, lo que tengas que hablar me lo dices aquí mismo. Serás muy hombre pero yo soy más que tú.

Volteó a verme fijamente, sentía coraje en su mirada. Sentí un miedo recorrer mi cuerpo, sentí un cosquilleo en mi estómago y abrí los ojos como plato cuando miré como se llevó sus manos hacia la hebilla de su cinturón y empezó a desabrochárselo. Empezó a sacárselo y yo me estaba arrepintiendo de haberlo provocado. No sé qué estaba pensando, pero sentía una humedad en mis bragas, mi corazón palpitaba a mil por horas. Él se acercó y yo me quedé inmóvil, me jaló del brazo. Puso almohadas en la cama y me recargó en ellas de tal manera que mis nalgas quedaban expuestas ante él de una manera en la cual le era fácil azotarme. No decía nada y yo tampoco, el silencio, que pronto se terminaría cuando él empezara.
Estaba por preguntar algo cuando sentí el primer cintarazo caer, había olvidado cuánto dolían puesto que tenía mucho que nadie me ponía una mano encima. Otro le siguió con más fuerza, y otro, y otro hasta que fui perdiendo la cuenta. Empecé a patalear y a moverme, pero no gritaba. Tenía orgullo y no lograría romperlo tan fácil.
Siguió dándome azotes y me decía que pobre de mí que metiera las manos para cubrirme. Y no lo pensaba hacer, mi orgullo era más fuerte.

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