- Hola, buenas tardes, mi nombre es Frank, vengo por una consulta.
- ¡Frank! En un momento bajo. Aguarda que estoy con una paciente.
- Si... Muchas gracias.
-...
Siempre, desde que aquella criatura tenía memoria, hablaba y gesticulaba al igual que su madre. Las palabras se le escapaban de la boca de manera que hasta el timbre de su voz sonaba similar al de ella. Su estilo de vida era llevadero, uno que cualquier persona a grandes rasgos quisiera tener. Sin alborotos, sin problemas, de manera que no discutía con su madre para ver quién era el primero en usar la ducha. Tampoco discutía si su madre no le permitía ir a estudiar a la casa de algún compañero de instituto, el cual según ella era "mala influencia", tampoco discutía si la cantidad de dinero de su mesada no era la prometida, y menos que menos, discutía por extender el horario nocturno y de esa manera, estar despierto más tiempo cada noche. Si había que dormirse a las 22:30 A.M. eso se haría.
Quizás al estar en una etapa de desarrollo (como dice toda buena mamá) lo que menos quería Frank eran inconvenientes, bastante con los que sufría y sufre en estos momentos, ya que estar bajo el sol ardiente y casi 35 grados de temperatura no es buena idea, ni mucho menos, hablando médicamente, hace bien para la piel. Se metió en el techo del edificio para no quemarse y soportar de una manera más tenue el calor.
Frank es la típica persona la cual sin conocerlo diríamos que es un muchacho introvertido, aquel que todos sus pensamientos y emociones se las guarda para uno mismo. Digamos que es de esas personas que luego de unas semanas, toma confianza con su amigo y como ocurre con la mayoría, se vuelve completamente loco y de a poco, por decirlo de alguna manera, "emana" su propia personalidad.
No me gusta teorizar ni mucho menos, pero cuando conocemos a una persona creo que nunca somos nosotros al cien por ciento. En la actualidad la sociedad nos reprime de manera tal, que provoca que actuemos tal y como quiere. Como bien sabemos, aquella persona que sea diferente al resto va a ser la más discriminada. El bullying es algo doloroso y a la vez molesto. Verse todos los días, cara a cara, recreo a recreo, clase tras clase, con esos malditos bastardos que lo único que hacen es golpearte, robarte dinero de la billetera y humillarte en frente de todos, hacen replantearse realmente a qué punto de adaptación hay que estar para poder encajar, por así decirlo.
Por más que esté del lado de afuera de la calle, escucho el ascensor descendiendo hasta la entrada del edificio. La puerta de entrada al mismo es inmensa, digamos que es del tamaño de un arco de fútbol, pero la diferencia es que ésta está hecha con vidrio. A lo largo cruza un mango metálico y debajo se encuentra la cerradura. Allí se escucha el sonido de la primera vuelta de la llave, pasan por mi cabeza imágenes: ¿De qué hablaría? ¿Me preguntará acerca de alguien más? La segunda vuelta hizo que la puerta vidriada tome un ángulo de 90º grados.
Del edificio, una alta y esbelta mujer sale en dirección a mí. Tenía un aura celestial, daban ganas de comenzar a hablar con ella y, por el contrario, conocerla yo, o conocernos mutuamente.
- ¡Frank, por favor pasa!
Hice un ademán con la mano dejando que saliera por la entrada una joven de unos 15 años. Sus ojos estaban rojos como hinchados. Tenía unos protuberantes labios pero paspados, todo indicaba que aquella había sufrido, o por lo menos habría tenido un ataque de llanto para nada contenido. No quería que eso me fuese a suceder, no me iba a suceder, ya me conocía. Recuerdo mi última vez llorando que fue a los 12 años, justamente cuando dejé de dormir con mi oso de peluche. Aquel tenía el tamaño de un almohadón, un pelaje suave y delicado, y unos ojos tan espejados que simplemente veías tu reflejo con extrema facilidad.
- ¡Vamos, no seas tímido! ¡Pasa!
Para cuando me lo dijo, creo que no reaccioné. Estaba recordando que había pasado con mi peluche, aquel incondicional acompañante por casi 9 años. No sólo eso, sino que tampoco reaccioné porque hubo algo que me cautivó en su voz, parecía como si fuera realmente una voz dulce y angelical, aquella voz que quisieras escuchar cantar todo el día, todo el mes, todo el año.
De repente dejé mis pensamientos de lado y asentí con la cabeza. El edificio era muy moderno, elegante y ostentoso. Mis padres sabían que no hubiera querido moverme de la comodidad de mi cuarto si el lugar al cual iba no me gustaba. Es más, uno no puede saber de gustos si no se prueba. Sigamos: Una escalera por el lado derecho la cual, si no me equivoco, me hubiera costado subir los tres pisos para llegar al consultorio. Unos metros más adentro, del lado izquierdo se encontraba el ascensor, uno metálico y sin ventanas. Padezco de "claustrofobia no desarrollada", es decir que en lugares cerrados me podría sentir mucho peor de lo que realmente me siento. Pero había una diferencia. Al subir al ascensor, atrás mío vino la persona la cual le abrió la puerta a la joven de 15 o me abrió la puerta a mí, para el caso es lo mismo.
- Estás muy callado, ¿podrías tocar el piso 3?
Yo estaba del lado de los números de pisos del ascensor, por lo tanto presioné el 3 como me había pedido y acto seguido todo el ascensor fue inundado de un silencio para mí totalmente normal, pero para aquella supongo que incómodo, ya que desde que me abrió la puerta de entrada, no hablé de nada, ni siquiera pronuncié una palabra. Se escucha el timbre del ascensor, queriendo avisarnos que llegamos al piso indicado por los botones.
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El Caso de Frank Vetton
Teen FictionFrank Vetton, con apenas sus 16 años de edad, lleva una vida tranquila. Como todo chico, tiene su grupo de amigos, los típicos que viven estudiando y se sientan en el frente de la clase. Un año más tarde, un acontecimiento deja entrever una facet...