Pos-Encuentro

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«Desde el primer momento que lo dejas entrar, nunca deja de crecer y pedirte más»

Aprovechando que él ya no estaba empecé a sobarme mis nalgas lentamente; las sentía calientes, logré sentir algunas marcas y mientras seguía sobándome no dejaba de recordar la escena.
Sin duda ese hombre me encanta. Era a la única conclusión concreta que podía llegar. Aunque me había dolido horrores ahora al recordar cómo se sacaba el cinturón y la manera tan dominante de verme, tan superior, tan él. Me mataba; podía conmigo, en pocas palabras.

Sonreía como una niña después de hacer una travesura.

-Cámbiate, tenemos muchas cosas de que hablar.
Sentí vergüenza, no sé cuánto tiempo tenía viéndome, pero de solo pensar que miraba como me sobaba y que en realidad lo estaba disfrutando me dejó sin habla. Solo asentí. Después de lo que acababa de pasar, que aunque me había gustado también me había dolido, tenia años que nadie me ponía una mano encima y mis nalgas no estaban en condiciones de otro castigo más.
Hice rápido lo que me pidió y cuando estaba apunto de hablar, me calló con una seña y prosiguió:

-Siéntate y dime tus condiciones.

Sin más preámbulos se lo solté, con miedo a decepcionarlo porque muchas personas que practican Spanking llegan a querer lo mismo: sexo. Por eso hablé claro.

-No quiero sexo, lo cual incluye que tampoco aceptaré desnudarme delante de ti. -Empezó a sonreír y reflejar ese brillo en sus ojos mientras me miraba fijamente.
«Serás mi niña»
Fue lo único que dijo. -¿A que te refieres con "mi niña"? Explícate.
Sentí que se molestó un poco por cómo lo interrogue, por lo cual me dijo:
-Yo decido cuándo hablar, como hablar, que hablar y hasta donde quiero revelar mis intenciones. Si quiero te explico y si no me apetece hacerlo, no lo haré. Yo no hago nada que no me guste, así que solo tengo una simple condición:
-La vida en los negocios es muy aparte de esto, como lo sabes, con la diferencia de que si tú haces algo por fuera que me desagrade podré castigarte a la hora y el lugar donde me plazca. En pocas palabras, control absoluto sobre ti a todas horas, mujer.

-Eso es injusto. -Repliqué; ¿Me estás diciendo que tú puedes comportarte como se te venga en gana y yo tendré que cuidar cada detalle para no hacerte enfadar y complacerte? ¡Ni que fueras mi padre!
Hubo un silencio y el solo me miró. Detesto esta clase de silencio ya que logra ponerme aun más nerviosa.

-Yo pongo las reglas aquí y tú las aceptas porque no te queda de otra, querida.
Aparte, no vengas a disimular conmigo, ya miré lo suficiente y  sé cuánto te encanta que te trate como una niña.
Mientras decía eso iba acercándose, mi corazón empezó a palpitar muy rápido y fuerte, me puse roja, tenía vergüenza. Yo sabía que era cierto lo que me decía pero parte de mí aún no quería rebelarse ante alguien más. Menos él.

Suspiré. Le demostraría que no será tan fácil tenerme, aunque yo desease entregarme a él parte de mi orgullo seguía muy firme y todo lo que me había prometido de niña aún estaba ahí, transformado en remordimiento y burlándose de ver cómo permití que un hombre hiciera conmigo lo que quisiera.

-Está bien. Se hará lo que tú digas. -Sabia que esa era la oportunidad que había esperado toda mi vida y no permitiría que por mis miedos la perdiera; sinceramente yo no me imaginaba sobre las rodillas de otro hombre que no fuera él.
No puedo creer como el 50% de mí quería y el otro 50% no. Pero como bien dicen, era una oportunidad que no desaprovecharía.

«Siempre él. Como si fuera el punto medio de la historia, de mi vida, de mi mundo, me hace sentir tan miserable. Me humilla y pisotea hasta por los suelos y así logra subirme hacia la cima del cielo. Sin duda era él, siempre había sido él»

-Nos vemos después, Esther. En cuanto bajes alguien te dará las llaves de tu auto, cuídate.

Me paré lentamente porque mis nalgas ardían demasiado, él tenía demasiada fuerza. Y lo sabía. Al caminar deseaba no traer nada, mis bragas rozaban con mis nalgas y hacía que me ardieran mas. Me llevé las manos a mi trasero y empecé a sobármelo al paso qué caminaba lento y rengueando.

-Así te miras perfecta, querida. -No volteé pero escuché su risa burlesca, y poco después pude sentir que mis bragas se estaban humedeciendo mas.

-Señorita, tenga sus llaves. -La vos del portero me sacó de mis pensamientos. -Gracias -Le dije, sabía que lo difícil estaba por venir. Sentarme en el auto y manejar de regreso. 40 minutos sentada sin poder calmar el ardor de mis nalgas.

Pero valía la pena. Todo había valido la pena.

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