Cap 1

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¡SOY ENFERMERA, NO PUTA!

         Hola, soy Lola, tengo 27 años, aunque no me considero bonita, mi cuerpo lo cuido mucho, mis senos no son enormes pero creo que son proporcionados a mi cuerpo y por herencia materna tengo buenas caderas que mi esposo disfruta a diario; estoy felizmente casada pero lamentablemente no puedo tener hijos, soy estéril, aunque vengo de una familia sencilla logré graduarme de enfermera, yo era fiel, hasta que me sucedió el caso que les voy a relatar.

         Me encontraba desesperada en el hospital donde trabajo, queda al otro lado de la ciudad donde vivo, los turnos son espantosos y hay un doctor muy viejo que me acosa, la jefa de enfermeras, fue mi salvación:

JEFA: Mira, Lola, el marido de una conocida tuvo un accidente y quedó parapléjico, la esposa me requirió una enfermera y como sé que no estás contenta aquí, puedes renunciar e irte a trabajar con ella, además la paga es muy buena.

      

        Se lo agradecí y ese mismo día renuncié, por la noche se lo conté a mi esposo, se puso feliz, un poco más de dinero no le cae mal a nadie, al día siguiente, planché mi uniforme, tomé mi pequeña maleta y me dirigí a mi nuevo trabajo, la fachada de la casa era hermosa, se veía que era gente de dinero, me salió a abrir Doña Laura, una señora de unos 40 años, guapísima, me llevó a la enorme habitación donde yacía su esposo, estaba sedado, me contó que hacía un mes que había salido del hospital pero que ninguna enfermera aguantaba su mal carácter.

        Sufría una especie de paraplejía compleja, podía mover con dificultad las extremidades superiores, pero no las inferiores, usaba silla eléctrica de ruedas, me contó que la lesión también le afecto las cuerdas bucales porque aunque hablaba ella no le entendía nada.

        Trató de explicarme mis obligaciones, pero yo le dije que en el hospital donde trabajaba había tratado a pacientes similares, se quedó más tranquila y me contó que era abogada, que casi no se mantenías en la casa y que me dejaba a cargo… ah, me dijo, se llama Rolando pero le gusta que lo llamen Rolo.

        Inspeccioné la casa y me senté a esperar que despertara, cuando me estaba quedando dormida, oí unos balbuceos, me paré y me presenté, le dije que era la nueva enfermera, me vio de pies a cabeza, (si no fuera porque tenía la mitad de la cara torcida, se podría decir que era un hombre muy guapo), entre balbuceos, que de manera extraña sí entendí, procedí a hacerle sus ejercicios de rehabilitación para que sus músculos no se atrofiaran, me pidió que lo bañara, le pregunté si quería un baño de esponja o en la ducha, prefirió la ducha, con muchos esfuerzo lo cargué para llevarlo a la silla, no sé si fue intencional pero sentí una de sus manos en mi nalga derecha, no dije nada, eso me suele suceder en este trabajo y lo llevé a la ducha, a pesar de mi entrenamiento me costó mucho quitarle la pijama, este hombre debía medir como uno noventa, lo senté en la silla plástica, encendí la ducha y Don Rolo dibujó una pequeña sonrisa de satisfacción, lo enjaboné por todo el cuerpo, me pidió que lo enjabonara en medio de las nalgas, que las anteriores enfermeras no lo hacían y que el sentía que de no lavar esas zona le podían salir hemorroides.

        Lo incliné sobre mi hombro derecho y lavé a la perfección su zona anal, al volverlo a sentar vi que tenía una tremenda erección, se disculpó y le dije que no tuviera pena que era normal, pero para mí no lo era, tenía un pene inmenso, no pude evitar compararlo con el de mi esposo y francamente salía perdiendo por mucho, me pidió que le lavara esa zona, me enjaboné las manos con los guantes puestos y empecé por debajo de sus testículos, eso hizo que su pene creciera aún más, yo estaba muy nerviosa, a pesar de que había bañado diversidad de pacientes, Don Rolo me provocaba una pequeña sensación de humedad en mi vagina, nunca me había sucedido esto.

Enfermera, ¿o prostituta?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora