En primera persona

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Empezó como una historia de amor cualquiera, llena de ilusiones y aquella fusión menester de dejavú y tentación que toda buena historia necesita. Siempre hay fases en una historia de amor. Primero, cuando sientes que empieza. En el caso del amor, una buena metáfora sería así: Una vez que las campanas tocan y el pulso de tu corazón manifiesta adrenalina en frívolos y tormentosos espacios de silencio, sabes que ya no hay vuelta atrás y que solo vale mirar hacia adelante. Es curioso decirlo si partimos desde la premisa que nos hace ignorar cualquier rasgo de racionalidad y confunde nuestros sentidos inversamente a como deberíamos sentirnos; y es que, <<el amor>> será la mayor fuente de odio en el mundo por representar cálidamente la desfloración de nuestra psique y, grosso modo, la vulneración de nuestra propia integridad. Es ahí cuando esta historia toma el lado amargo, el cruce de dos entes que no supieron superar las vallas en un intento por combatir la pubertad. Dos tórtolos orientados por una fuerza indomable, en donde asumieron que el instinto los llevaría a algo y no fue, ni es así: el amor no trabaja así. El amor trabaja desde adentro, comprometiendo todas tus acciones a una misma razón. El amor es desnudar tus principios, exponer tus ideales y esperar a que sean averiados por la misma súbita maldición que empezó todo. Y es así cómo una historia que pudo llegar a ser un Cervantes o un Wilde, va perdiendo sentido a lo largo del tiempo y degenera la convicción de la relación así como es cierto que en verdad: todo se lo lleva el viento.
¡Sino, díganselo a quien sabe porque quien no sabe qué sabe!
Ahora parecemos desconocidos, como si ignorásemos el pasado y nuestra propia realización, como si no recordásemos el erotismo que en algún tiempo yació en el lazo de nuestras proyecciones mentales. La agonía de nuestro amor manifiesta, y a estas alturas, ya no sé quién es ella, ni cómo se llama, ni cómo se viste, ya no recuerdo el color de sus ojos marrones, ni que el morado es su color favorito, ya me olvidé del aroma sus manos y de su pecho afrodisiácamente húmedo al tacto con mi piel. Me he olvidado de la cantidad de azúcar que necesita su capuchino preferido, aquel que comprábamos en un café de Chacarilla, sobre el cual tenemos más historias que palabras fundidas. Olvide la cantidad de veces que me dijo lo mucho que me amaba y la cantidad de veces que me prometió que esto sería para siempre. Olvidé todos los lugares en los que hicimos el amor, cada uno con su propia historia y sentimientos despilfarrados a causa de la elevación de nuestra mente. Olvidé que mi vida era de ella y que mis noches no son las mismas si sé que no está conmigo. Ya no lo recuerdo. Nada. Todo se fue junto a los mensajes de buenas noches que, en nuestras últimas veladas de enamorados nunca llegaron. Todo se fue junto al rechazo de su padre, que siempre resintió nuestro amor con falsa aceptación. Todo se fue junto a mi propia decisión de no estar con ella. De ser yo, quien la haga reaccionar de un sueño que no tenía medios para seguir luchando, de un amor que requería de soledad para seguir a pie. Un impulso, sólo eso faltaba, alguien o algo que nos recuerde todo lo que habíamos vivido en este tiempo. La ayuda nunca llegó y el buque se hundió. Estaba escrito. Nosotros lo hicimos. Y no por falta de amor, sino, porque justamente sobró y no fuimos conscientes de lo que tuvimos, porque bien uno sabe que el que mucho abarca poco aprieta y el problema fue que apretamos lo que ni si quiera nos correspondía abarcar. Haber seguido con ella, aunque lo hubiera querido, no hubiera sido lo correcto; y, claro, tampoco es que yo sea de lo más correcto que digamos, pero sabía que ella merecía calma en su vida. Un poco de suspenso para apaciguar la conflictividad de sus veladas y librarse del mayor problema donde yo era el protagonista. Todos lo sabían, hasta nosotros mismos y, sin embargo, a dos semanas de haber terminado, ya me veía cayendo con ella en la misma resaca de amor que padecimos en nuestras pasadas "rupturas absolutamente definitivas", con el mismo ciclo, el mismo todo y lo sentía: mi capacidad de estupidez había rebalsado el vaso y yo sabía que si no hacía algo, iba a volver con ella al mismo precioso juego enfermizo. No valieron las palabras, ni los sentimientos en ese instante, solo quería terminar este capitulo en mi vida para que los dos por fin seamos libres. Así que terminó, nosotros mismo arrancamos el ligero hilo que aún nos unía por medio de palabras y pequeños cruces de miradas. Ella significó para mí todo lo que mis deseos englobaban y de esa manera, lo único que quise solo fue librarla de lo que ambos éramos presos. Ella me importó más que mí mismo, sacrifiqué todo por ella, pero irónicamente, nadie lo notaba a excepción de mí. Quería lo mejor para ella y nunca pude dárselo debido a mis impulsos. Espero lo haya sabido a estas alturas del juego. Tal vez nunca llegue a entender porqué nos fuimos desleales y por qué hablo de mí, como si fuera en realidad tan promiscuo y lujurioso. Nunca lo hará y debe ser a causa del contraste de personalidades que le he demostrado recientemente. Pero nunca fui así con ella, y ella lo sabe.Espero.

En primera persona.Where stories live. Discover now