Sin patria

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*Los personajes de esta historia pertenecen a Hajime Isayama.


Me apoyo contra la barandilla de la escalera. Allí están todos, la promoción que más secretos ha descubierto en toda la historia del cuerpo de exploración. La promoción que escondía entre sus integrantes al enemigo. ¿Son realmente nuestros enemigos? No lo tengo tan claro.

Todavía me duele la cabeza al pensar en lo que hemos descubierto en el sótano de Eren. En la cantidad de nueva información de la que disponemos y en lo que ello conlleva.

Todo ha cambiado. Empezando por nuestra concepción del mundo que nos rodea. Menudos necios hemos sido al pensar que éramos lo que restaba de una raza al borde de la extinción. Somos una mierda, una pequeña parte de una raza que está lejos de ser borrada de la faz de la tierra. De no ser porque me desconcierta y me cabrea todo esto, me estaría riendo de nuestra estupidez.

¿Quién tiene razón? ¿Hay buenos y malos en este conflicto? ¿Existe un bien y mal?

Mi niñez me demostró que a menudo las líneas que dividen esos dos conceptos son demasiado difusas. Lo que puede ser bien para unos significa el mal para otros. Yo tuve que luchar, robar y matar para sobrevivir y labrarme una reputación en la ciudad subterránea. Cualquiera que analice mis actos del pasado me tachará de rufián, de oportunista, de criminal... Sin embargo, todo lo que hice fue por mi propio bien y el de aquellos que formaban parte de mi banda. ¿Malas personas? Algunos de ellos se jugaban el pellejo todos los días para sacar a su familia adelante, para intentar tener algo con lo que llenar las bocas de sus hijos, para reunir unas monedas que les permitieran a sus madres disfrutar de los rayos del sol durante unos minutos, para curar la enfermedad de un compañero... ¿Existen causas más nobles que esas? Sin embargo, éramos los malos, nuestros actos perjudicaban a otros y aumentaban el precio impuesto para nuestra captura y condena.

Ahora sigo matando, pero mis actos se consideran honorables. Al parecer sigo matando humanos, pero se me aclama como a un héroe...

Te observo entrar a la amplia sala que hay bajo mis pies y consigues cortar de golpe con mis negativos pensamientos. Siempre haces lo mismo, condenado muchacho.
Veo esa determinación en tus ojos verdes e intuyo lo que está pasando por tu cabeza en estos momentos. No me gusta, no me gusta nada.

Esa determinación te llevará a una muerte segura, insensato. Es el aspecto que más valoro de ti, tu excesivo coraje, pero al mismo tiempo lo temo porque se vuelve en tu contra la mayor parte del tiempo.

Te detienes a hablar con tu amigo Armin, aquel al que he depositado una pesada carga sobre sus hombros solo para satisfacer un deseo personal. La carga de un amigo, de un hombre que, a pesar de tener sus propias motivaciones, consiguió llevar a lo más alto a lo que queda de este ejército.

Ahora es como tú y no estoy seguro de haberlo salvado como querías. No, creo que lo hemos condenado, Eren. Pero esto funciona así, funcionamos así, a veces el corazón puede con nuestra lógica. Alégrate, Armin, podrás ver el mar después de todo, eso si conseguimos salir del agujero de mierda en el que nos hemos metido.

Continúas hablando con tu mejor amigo mientras doy un sorbo de mi té favorito. Ahora tenemos suministros de sobra, al menos hasta que los nuevos cadetes comiencen a llenar la enorme cantidad de habitaciones que han quedado vacías tras nuestra última expedición.

Observo tus labios mientras se mueven a gran velocidad, tu ceño ligeramente fruncido, el brillo colérico de tus ojos. Sé lo que esconden, ya he aprendido a leerlos, o quizás es porque parecen tener voz propia. Estás confuso, desorientado, agobiado. El muchacho que entró conmigo a ese sótano no es el mismo que ahora tengo a unos metros de distancia.

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