Soft

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Tan sólo el roce de sus guantes de látex tocando esa mano fue suficiente para aclarar todas las dudas que pudo haber tenido sobre el tema; al menos para su terca consciencia.

Era la primera vez que la tocaba, era lo más cercano a tocarla que había podido experimentar, como máximo la primera vez de muchas.

Si le preguntaran el por qué de su encanto después de probarlo, dejando de lado el hecho de que no llevaba conociendo a muchas chicas en sus escasos dieciocho años, la respuesta sería difícil de explicar para él, pero se resumía en cinco fáciles palabras: A él le gustaba Nejire.

Y el sólo tener su mano tan cerca, le hizo querer anhelar tocar más, olvidando el tartamudeo y los espasmos de nerviosismo que lo atacaban cada cinco segundos por tenerla tan próxima.

Se quedaba sin habla, y cuando ella sonreía era como si miles de fuegos artificiales de su color favorito estrellaran en el cielo, un cielo que de la nada se sentía real y perdía el equilibrio sintiendo que el suelo desaparecía para hacerlo flotar sin experiencia alguna.

Suave.

-¿Estás bien? - preguntó preocupada y asustada por el chico, había dejado de lado el proyecto de química que estaban haciendo juntos, justo en el momento crítico donde tenía que verter el líquido.

Éste asintió, dándose por vencido. Su mano de acercó a la femenina antes de que pudiera preguntar algo más, y una sonrisa se mostró en su rostro como una bandera blanca en medio de la guerra.

El líquido cayó en el tubo de ensayo y el líquido cambio de color a uno amarillento.

Todavía recuerda esa primera vez, puede sentir las mismas mariposas en el estómago y se siente como si estuviera a punto de vomitar, algo que le parece asqueroso, pero que se ha hecho un espacio en las sensaciones prioritarias de Tamaki.

La segunda vez que sintió mariposas en el estómago y no se pudo olvidar de eso por más de una semana, fue cuando le robó el primer beso, ella a él, cuando recién le había pedido un compromiso y ella aceptó gustosa.

La caricia más dulce que recuerda, la cual aclaró más dudas en su cabeza, cosas que en la actualidad tenía más que claras. Se preguntó a sí mísmo cómo se sentía, y su respuesta era: se sintió como besar a un bombón, literal y metaforicamente hablando. En una palabra: Suave.

Poco a poco su curiosidad fue creciendo, y si así se sentían sus labios, se preguntó, ¿Cómo sería tocar otra parte de ella?

Dentro del cuarto de la chica era un buen lugar para descubrirlo sin tener tanto riesgo de ser atrapados, más que por su madre, quien extrañamente salía de casa cada que él iba a hacer un trabajo.

Sin embargo, apenas eran adolescentes sin experiencia, por lo que lo más cercano a explorar, por el momento eran sus piernas, las cuales sin duda creía que eran perfectas en cuanto más las tocaba, mientras entrecerraba los ojos para ver la plácida expresión en su precioso rostro.

-Perdón - murmuró una vez percibido un espasmo en el cuerpo contrario, lamentando hacer algo que ella no quisiera.

-N-no te preocupes - susurró con las mejillas y orejas rojas.

Dejaron pasar aquella vez, y bastantes más, ambos con una expresión de lástima en el rostro. Pero los dos eran lo suficiente maduros para enfrentar una cosa: eran adolescentes y no debían dejarse llevar por el temible monstruo hormonal.

Sólo besos suaves, de malvavisco tibio con sabor a cereza cual postre divino y caricias sobre el cuerpo con manos de algodón, eran lo único que se necesitaba para mantenerse firmes en la dictadura de un amor puro y "pasajero".

No fue sino hasta el cumpleaños número diecinueve del chico cuando el regalo inesperado con moño de encaje incluído se hizo presente frente a él.

Una figura que le envidiaría cualquiera, con bien formadas curvas rodeandola y un par de cabellos largos ocultando algo en su parte delantera, casi sintió como si estuviera alucinando, algo que creería de no ser por tener los ojos vendados con una tela negra y estar sintiéndolo con sus propias manos siendo guiadas por unos dedos más delgados.

Esa vez fue la que siempre recordaría como una de las mejores experiencias vividas.

Repartía besos mariposa sobre su cuello, mientras que sus labios no podían parar de chocar con su piel que olía a lirios y llenaba el lugar con el aroma de su escencia. Sus manos recorrían su anatomía y se maravillan por la suavidad ya tocada muchas veces antes.

Se sentía tan jodidamente bien.

Y las groserías no iban con él, pero era como una tortura placentera y eso estaba mal, mal, malditamente mal, se sentía pecador cuando veía las expresiones de total satisfacción en el rostro de su amada y le gustaba, se sentía bien ser el que las provocara. Hundirse en su cuerpo se volvió en una de sus sensaciones favoritas, cuando ella no se detenía y le murmuraba que tampoco lo hiciera, porque quería más, y ambos querían más de esas suaves sensaciones.

Al dia siguiente se sintió satisfecho cuando ella le hizo notar las marcas de ligeros rasguños en su espalda, mientras que él hizo que ella se percatara de leves tonos rojizos en todo su cuerpo.

La siguiente vez que se sintió así de bien, fue en su esperada boda junto a ella, la mujer que le enseñó a nunca rendirse, aquella chica de largos cabellos que le había iluminado el camino con su sonrisa cuando él estuvo a punto de suicidarse a los dieciocho años.

Caminaba hacia el altar, y a su lado estaba su padre, quien le lanzaba una mirada especial, no era aterradora, sin embargo tampoco se podría describir como tranquilizadora. Con el tiempo, de alguna manera, de yerno a suegro, lograron entenderse sin palabras.

Si tuviera que describir todo lo que sentía a su lado, por más malo que fuese, sin duda sería: Suave, porque toda ella era suave, su cabello, su piel, sus labios, sus palabras, sus movimientos. Verla ahora en su largo vestido blanco le hizo saber que jamás estaría sólo, o al menos eso esperaba.

-... En la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza... - pronunció el hombre de canas en la cabeza.

-Acepto - dijo gustosa con una gran sonrisa en el rostro.

Y el siguiente beso fue igual que el primero, tan dulce y suave que la hizo volar por el cielo sin alas, y se sentía ridícula diciendolo de aquella manera, pero así lo sentía. Ella estaba dispuesta a no abandonarlo ni aunque le pagaran un millón de dólares.















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Hubiese querido escribir algo mucho mejor, pero mi falta de computadora e incapacidad para escribir en el celular me lo impiden uwu bai, besitos.

Soft [TamaNeji]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora