Ahógame en tus lágrimas querida

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El atardecer traía consigo una brisa helada que nos atravesaba de una y mil maneras en aquel lugar.

Rodando cuesta abajo, recorriendo su mejilla caía una lágrima, brillante, cálida y por supuesto cruel. Mara ante mis ojos lucía preciosa, su mirada color ámbar clavada en mí, sus pestañas húmedas por aquellas incesantes lágrimas, el tenue rubor de su rostro... Todo en ella me cautivaba y a la par causaba que me estremeciera.

Le observé en silencio, dándole tiempo para organizar sus ideas. Sabía que necesitaba decirme algo importante. Mientras el viento agitaba su cobrizo cabello bajo aquel sombrero de lana blanco, la ansiedad se agolpaba en mi estomago.

Sentí miedo.

Limpió su rostro compungido con su antebrazo y trató de hablar.

—Ivette... —Su voz se entrecortaba con pequeños hipos pero más que causarme gracia, en aquella situación di un respingo al escucharle decir mi nombre. Levanté mis cejas pidiéndole que continuase. Había dejado de llorar pero seguía estremeciéndose. —Has estado junto a mí desde hace muchos años y yo... Creo que— dio un suave suspiro de dolor, al mismo tiempo que mi corazón se estrujaba—, me enamoré de ti.

Quedé pasmada durante unos segundos, había dicho lo que yo no me atreví a decir en tanto, acababa de pronunciar una de las frases con las que tanto había fantaseado. Habiendo tenido el coraje para decirlo, Mara se mantenía cabizbaja, esperando; esperándome.

« ¿Por qué Mara estaba sufriendo?»

Con suavidad toqué su mejilla con mi mano, estaba húmeda y fría. Levantó su rostro observándome con angustia.

« ¿Sus lágrimas traían mi nombre escrito?»

—Te amo.

Las palabras que más temía decir.

Al fin alcanzaban los oídos de Mara.

Sus ojos resplandecían con un brillo misterioso, aquel peso que sentía sobre mis hombros comenzaba a disiparse gradualmente. Me ofreció una sonrisa torcida, mientras sus ojos volvían a humedecerse. Sentía mi vista nublada, no sabía qué hacer. Tantos años de cobarde silencio no me dejaban actuar.

Con lentitud Mara se acercó a mí, abrazándome, le correspondí envolviéndola en mis brazos con mi corazón ardiendo. Se apartó y tomó mi rostro entre sus gruesos pero amables dedos y yo me dejé consentir por ellos, derramando lágrimas de gratitud y alivio. Me besó con dulzura con aquellos finos labios que creí nunca probaría y me sentí flotar, sentí todo, me sentí completa.

Aquel beso sabía a nuestras amargas lágrimas de temor.

Sin embargo nuestros cuerpos nos recordaban el anhelo, los suspiros mantenían en claro la larga espera y nuestras mentes en blanco nos aislaban en nuestro propio mundo.

Mis dedos acariciaban su cintura de manera atrevida, las breves interrupciones de aquellos besos incrementaban el deseo, sus brazos alrededor de mi nuca mientras tocaba con ternura mi castaño cabello evocaban sus cálidos sentimientos. El lugar y tiempo habían dejado de ser relevantes.

Si las lágrimas de Mara llevaban escrito mi nombre en ellas, éstas albergaban nuestros recuerdos juntas.

Si mi cobardía provocaba que Mara me llevase a fuego en su mente...

Con gusto me ahogaría en sus lágrimas.

Contigo todo es mejorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora