El Charro Negro

669 38 4
                                    

México (virreinato de Nueva España).

Guatemala (capitanía general o reino).

Honduras (provincia de Honduras).

El Salvador (provincia de San Salvador).

Entre México y Guatemala

Honduras amaba hacer viajes largos a pie, como los que su madre hacía antes de que su padre llegara desde el mar y cambiara todo.

"Es como un dios", habían dichos algunos de la gente de su mamá, entre asombrados y desconfiados de aquel hombre blanco. "Es una maldición... es tu padre", había dicho su Na' con dolor, las últimas palabras que escuchó decir a la que le había dado la vida. "Soy el Imperio Español, yo cuidaré de ti", había dicho él en un idioma que Honduras aún no terminaba de aprender.

El problema era que Honduras no sabía quién era él; no reconocía sus ojos negros en los de color esmeralda, no atisbaba su piel morena en la de color claro...

No veía nada de sí en el reino de España, ni si quiera en el carácter cambiante de aquel imperio. Su actitud lo confundía porque España siempre sonreía y disfrutaba de enseñarles a hablar su idioma, pero cuando se equivocaban demasiado o hacían una travesura... Ni si quiera las lágrimas de sus hijos evitaban los severos castigos. Ellos tenían que convertirse en unos buenos niños. Por eso a veces Honduras agradecía que el español no le pusiera tanta atención como a sus hijos favoritos, los mayores, los más grandes, los que eran el ejemplo a seguir de todas las provincias españolas en América: Perú y Nueva España.

Hoy justamente se dirigían a casa de Nueva España porque su p-a-d-r-e les había ordenado vivir con él. A Guatemala no le gustó la idea, el pequeño San Salvador sólo tenía curiosidad y Honduras, en cambio, no sabía qué pensar si sólo había visto una vez a Nueva España.

Guatemala, que no era tan joven para ser una niña ni tan mayor para ser una mujer madura, ajustó el nudo del rebozo que había amarrado alrededor de su cabeza, con el que cargaba a Salvador en su espalda y sujetó la mano de Honduras. A pesar de que era mucho más pequeña que las mujeres blancas, sus brazos eran más fuertes y su espalda más resistente porque podía llevar a sus hermanos, comida o leña sin ningún problema.

Su hermana mayor no dijo nada, pero sus ojos hablaban por ella: Estaba molesta; quizá porque su carreta se había descompuesto en el camino, quizá porque España no había enviado a alguien para escoltarlos, quizá porque ahora estaban caminando en la noche en busca de alguna posada o quizá porque no quería irse a vivir con Nueva España. Quizá era todo eso y más.

-Podríamos volver a casa -sugirió Honduras con su vocecita apagada.

-Papá se molestará -replicó ella.

Honduras miró a su alrededor; sólo veía montes con flora desértica, piedras y tierra seca, los coyotes aullaban cerca de ellos y el tecolote cantaba...

En su mente infantil suplicó que Nueva España o papá España sintieran sus presencias y vinieran por ellos.

- ¿Un... c-cuento? -pidió San Salvador lentamente porque aún era muy pequeño y apenas estaba aprendiendo español.

Guatemala sonrió con tranquilidad, lo hacía más a menudo desde que había adoptado la figura maternal que ya no tenían.

-Te voy a hablar de los antiguos relatos de mi madre -comentó con suavidad y un brillo en los ojos-, tu abuela. Una vez me contó que antes de que el hombre fuera capaz de valerse por sí mismo, los dioses del Xibalbá retaron a los gemelos divinos a un juego de pelota en sus dominios. Ellos descendieron a la tierra de los muertos...

Hecho en LatinoaméricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora