No todo es simple

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Augusto PDV

Okay, les seré sincero... la pitufa no me molestaba, en lo absoluto.

De una u otra forma, nos iba a tocar juntos en ese estúpido proyecto de inglés. Es más, hasta la puedo encontrar atractiva, pero ¡vamos! Es complicado hacer contacto con una chica que es casi invisible.  Salí por la puerta para dirigirme a casa, debía recoger a Iris al pre-escolar y las chicas obsesionadas me impedían el paso. De alguna o otra manera, logré zafarme de toda la atención de más y caminé, corrí, hacia el otro lado de la calle.

Apoyé mis manos en las rodillas y noté que algo me faltaba... ¡mi mochila! Giré mi cabeza hacia todos los ángulos posibles y ví a una chica en cuclillas, mirando mis pertenencias, estaba casi seguro de quien se trataba: Astrid Aguilar, la que ponía cartitas empalagosas entre mis cuadernos.

A grandes zancadas me acerqué a ella, me miró y se levantó. 

-Lo siento, pero no pude resistirme, tenía que saber de quien era esta cosa de 'Capitán América' abandonada a media acera- sonrió y se encogió de hombros.

Me agaché y recogí mis cosas, al parecer no había tocado nada importante.

La ambarina seguía mirando fijamente mis movimientos, era aterrador, tomé uno de los cordones y me coloqué mis mochila en la espalda.

-No querida, no es 'esa cosa', es reciclar recuerdos- la dejé con la boca tocando el piso ante mis palabras frías y directas.

Llegué a la puerta del kinder de Iris y dije su nombre a la maestra que la llamaba. Pronto una cabecita roja caminó hacia mí.

-¿Todo bien?- pregunté.

-Hola hermano, que tal- se quitó la mochila y me la tendió, la tomé con gusto y le cogí la mano.

-Gracias maestra- sonreí.

-No hay problema, Gus- respondió.

Caminamos por un rato hasta llegar a casa, abrí la puerta puerta con mis llaves y suspiré, adoraba llegar a casa. La pequeña niña soltó mi mano y corrió escaleras arriba. Dejé el peso doble a un lado de la puerta ya cerrada y caminé a la cocina, abrí el refrigerador, saqué una coca- cola de su interior y lo volví a cerrar. 

-Hijo, te he dicho que esa es una mala costumbre- mamá apareció de repente y apagó la estufa.

-¿Qué costumbre?- traté de parecer desinteresado.

-Oh, chico Casanova, el comer chatarra después de la escuela no te favorece- sonó divertida.

-Vale, tú ganas- asentí entretenido, mamá rió y me indicó que me cambiara el uniforme.

Subí las escaleras y escuche unos ronquidos provenientes del cuarto pegado al de Iris, "será bruto". Mi hermano Javier iba a la universidad en las noches, estudiaba una ingeniería y siempre terminaba muy cansado. Cerré la puerta de su cuarto y entré al mío, que estaba justo al frente. Me quité la molesta camisa y la corbata que tenía ajustada al cuello, después los zapatos escolares y al final el pantalón. Abrí el clóset y descubrí dos camisas totalmente nuevas "perfecto". Caminé a la cómoda y saqué unas tijeras, corte el cuello, las mangas y parte de la bastilla. Me coloqué mi ahora mejorada camiseta de Nirvana, unos jeans negros algo ajustados y mis tenis Vans negros. 

Salí del cuarto rumbo a la cocina, me senté en una silla junto a la mesa y jugueteé con mi IPhone. 

-¿Pensando en alguien, cariño?- dijo mamá, sirviéndome un gran plato de ensalada.

-Tal vez- gruñí ante mi respuesta- mamá, creo que engordaré- reí.

Mamá se giró sobre sus talones, quedando frente a mí. 

-No, eres jóven y comes como cerdo- me miró de arriba a abajo- ademas, estás delgado.

Reí y me puse de pie para ir por un tenedor, lo tomé y de paso le dí una nalgada a mi madre, me senté nuevamente y comenzé a comer.

-Esa mano- mamá carcajeó- irrespetuso- pausó- cariño, necesito que vallas a la tienda, me quedé corta de salsa.

No, de salsa no. 

-Bien

-Hay cincuenta pesos en mi bolsa- revolvió con la cuchara algo que estaba cocinando- en el comedor, cielo.

Reí ante mis actos de deseperación buscando el monedero de mamá arriba de el microondas. 

-Vale.

Un día sin ti es simplemente injustoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora