Me encontraba vistiendo mi traje más formal: saco, chaleco, camisa, corbata, pantalón; todo negro a excepción de la camisa que era blanca. El ambiente me resultaba extremadamente formal, todo se veía forzado, todos tan incomodos, yo lo estaba. El traje me hacía sentir distinto, como si fuera otra persona y a mi parecer todos se sentían así, todos querían aparentar ser personas elegantes y con clase, algunos probablemente lo eran, pero no la elegancia tan solo resaltaba su arrogancia y altanería. El jefe de papá invitó a mi familia a tan elegante evento nocturno, una simple cena de caridad, mis padres me dejaron muy claro que era importante que yo los acompañara, lo cual me parecía estúpido porque la gente que asistió era gente adulta y yo, por el momento, era el único joven. La gente rica tiende a hacerse notar de maneras muy estúpidas, incluidos mis padres, podía escuchar como trataban de opacarse entre ellos contando sus hazañas ostentosas, tratando de dejar en claro de quién era superior a quién. Pasé media hora escuchando las estúpidas conversaciones, observando, estudiando a las personas y el lugar, mientras más tiempo estaba ahí todo se hacía más ridículo y mi paciencia se empezaba a agotar.
Mientras analizaba la arquitectura de aquél ambiente en el que me encontraba me llamó la atención las columnas dóricas de la entrada principal, una cada lado, observaba con atención y de pronto todo se detuvo, las conversaciones cesaron, la música desapareció, los meseros se detuvieron, el ambiente se quedó en completo silencio, todo era perfecto, las columnas se agrandaron, brillaban, parecían hechas de marfil y por éstas apareció una princesa; su castaña cabellera reposaba sobre la rosada piel de su hombro, sus ojos negros resaltaban con los aretes y el reluciente colgante que llevaba en su cuello, la cadena del colgante parecía abrazar su cuello con extrema delicadeza, usaba un vestido rojo borgoña que colgaba hasta acariciar sus pies, tenía un escote asimétrico que resaltaba su escaso atrevimiento, los pliegues del vestido se movían coordinadamente con su caminar, sus tacos negros, de escasa altura, la hacían caminar en las nubes, con prisa y sensualidad; apresurada llegó a su mesa y se sentó, todo volvió a la normalidad. Las conversaciones ahora parecían interesantes, el decorado salón se veía elegante, yo me sentía elegante.
La contemplaba desde mi sitio, era hermosa, verdaderamente hermosa, no solo su vestimenta combinada, ella combinada con el ambiente y sentía que yo combinaba con ella.
Las horas pasaron, la comida llegó y desapareció, los artistas cantaron y alegraron la noche; el momento de bailar había llegado; esperé que pasara una canción, su papá la sacó a bailar; dejé que pasara la segunda canción, su mamá la sacó a bailar; para la tercera canción sus padres bailaban y ella estaba sentada observando con una tierna sonrisa, intentaba llamarla con la mirada y supongo que Dios estuvo de mi lado aquel día porque me miró, le sonreí y ella bajó la mirada con timidez y volvió a mirarme, retiré mi silla y decidido me acerqué; extendí mi mano izquierda y ella confió su tierna mano en la mía, se puso de pie y todo se detuvo otra vez, nos dirigimos a la pista de baile y sin retirar la mirada de sus cautivadores ojos la tomé por la cintura y comenzamos a bailar. Mientras bailábamos no podía dejar de pensar en sus perfectos labios que atraían a los míos, ambos estábamos nerviosos, dábamos pequeños suspiros y podía notar como su brazo temblaba; su brazo izquierdo se movió rodeando por completo mi espalda acercándome a ella, fue cuando me miro con una ternura que jamás había visto y su sonrisa me provocó una taquicardia sinusal, no esperé más y la besé.
Treinta años después me encuentro aquí, sentado en una mecedora escribiendo y contándole a la luna una historia que nunca sucedió por culpa de mi timidez y cobardía.
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Microcuentos
Short Story¿cuán largo debe ser un buen momento? ¿cuánto debe dura la felicidad? ¿cuán larga debe ser una historia?