Y entonces el frío se apoderó de tu cuerpo, un frío cálido y acogedor a la vez. No querías desprenderte de él. Te hablaba. Te hablaba en un idioma que tú no conocías, pero que a la vez entendías. Era agradable. Recuerdos cruzaban tu mente, melodías sonaban en ella, frases se repetían. No había ni luz ni oscuridad. Todo era tan… tranquilo.
Abrazar a esa persona fue el comienzo de una relación diferente, mágica. Podías sentir su cuerpo junto al tuyo. Parecía tan real que pensaste que tú eras el que estaba en su estado. No te preocupaba nada ni te molestaba nadie. Sentiste su aliento. Sus brazos. Sus manos y sus dedos enredándose en tu oscuro y ondulado cabello. Habías perdido la noción del tiempo. Esa sensación te dominaba completamente.
No sabías cuándo os volveríais a ver. Los dos teníais un largo viaje por delante. En un caso uno era un camino por descubrir, y en el otro se trataba de un sendero que recorrer, pero cuya longitud desconocías. Ambos anticipabais la alegría del reencuentro.
La tristeza invadía vuestros corazones. Os fundisteis en un último abrazo y viste como su cuerpo etéreo se esfumaba y atravesaba el tuyo hasta que no quedó ni rastro.
“Volveremos a vernos”, fueron las últimas palabras que le dirigiste cuando aún creíste notar su presencia junto a ti.
2014
