Capítulo 20: La nueva alianza

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  Albert entró en la casa cuando aquellos indeseables se fueron. Tardó un par de horas en asimilar lo que había quedado de su amada Alison, la única mujer que lo había aceptado con su forma mejorada, que lo había esperado y entendido. Cuando comprendió que ya no podía hacer nada más por ella, la usó para su cena, que consistió en hígado crudo e intestinos cuarteados, como si de salchichas se tratase. La amaba, por eso disfrutó de casa sabroso y ensangrentado bocado. Por un sólo instante, se preguntó si su reciente acción haría que todo se estropease, pero luego se rió de su absurda e inútil idea. En los primeros días del Apocalipsis, pensó que todo era culpa suya, que los muertos se habían alzado por su obsesivo deseo de conseguir la inmortalidad en el ser humano. ¿Dejó Misha el proyecto por eso mismo, por que ya se les había ido de las manos con anterioridad? Si que es cierto que los primeros días fueron angustiosos, porque ni el mismo sabía como actuar ante su propia creación, corrió por calles oscuras, seguido de cerca por los furiosos ruidos que esos seres proferían. Ya no había marcha atrás, ya no necesitaba creer en Dios para levantarse todas las mañanas, ahora creía en sí mismo, un ser superior a todos los demás, un ser capaz de hablar, correr y sobretodo, que no caía ante ningún ataque. Sus compañeros lo abandonaron, tachándolo de loco, pero él había ganado y ellos perdido. Esa era su realidad.

Los alrededores de la casa se habían quedado desiertos, ese grupo de personas no gratas, dispuestas a no morir, se habían llevado detrás a todos los demás caminantes que él mismo había reunido allí. No pensaba dejarles llegar mucho más lejos, aquello ya se había convertido en un asunto más que personal. Eran hábiles, esquivaban con facilidad a los pocos zombies que los alcanzaban, aquello ya era como una auténtica persecución.

Cuando se hubo armado hasta los dientes, decidió dejar su hogar para salir en busca de los supervivientes. El camino resultó fácil, ya que podía caminar entre los muertos sin llamar la atención, podía empujarlos o abofetearlos si precisaba, ya que ellos nunca le atacarían de vuelta. Encontraba cómica aquella situación y comenzó a reír, para no parar en un buen rato.

Caminaba dejando atrás la ciudad, pensaba seguir, pero un numeroso grupo de caminantes llamó su atención. Ellos eran su creación, pero aún sentía curiosidad por su forma de comportamiento, quería conocerlos aún más. Los gritos llenaban los recovecos de las calles, contempló fascinado cómo un grupo de zombies acorralaban a un muchacho que estaba subido encima del capó de un coche, estaba vivo, porque los muertos no lloraban y tampoco se meaban encima. Pensó en intervenir, pero prefirió seguir formando parte del macabro público y se quedó observando como las criaturas agarraron al muchacho con fiereza y se daban un festín con su carne. Había hecho un buen trabajo creándolos así, porque devoraban todo a su paso, pero dejaban a las víctimas preparadas para que se pudiesen alzar, no los dejaban inválidos ni les arrancaban extremidades, simplemente, devoraban para saciar su sed de sangre demoníaca. Y así fue, se quedó el tiempo suficiente para ver como el joven muchacho se levantaba de nuevo y se unía a todos sus compañeros muertos, marchando a su ritmo, buscando a más personas a las que cazar.

El camino era largo y pesado, pero siempre encontraba cosas similares con las que distraerse. Cuando llegó a la carretera principal, se sorprendió de lo vacía que se encontraba, quizá los zombies se movían en masas mayores o siguieran otra trayectoria. Sólo vio docenas de coches abandonados, con algunos cadáveres dentro que fueron incapaces de protegerse de lo que se les venía encima, pobres almas malditas. Cada vez sentía como su ego crecía más y más, se sentía el dueño todopoderoso del mundo ahora que todo estaba casi muerto. Sus compañeros eran los malditos y aquello ya era el mismísimo infierno. Estaba tan sumido en sus oscuros pensamientos, que no oyó como una de las puertas del vehículo se abrió. Como estaba de espaldas, tuvo que girarse para ver como una sombra se cernía sobre él. Pero era una sombra débil, ya que tropezó varias veces con sus propios y torpes pies, al verlo, pensó que sería uno de esos zombies medio tontos, casi sin equilibrio. Pero cuando sus ojos se cruzaron con los del pobre individuo, pudo comprobar que era humano y sintió una pizca de compasión. Muy poca, porque en seguida se desvaneció, como las aguas de mayo.

-¡Alto ahí! -Albert levantó la mano, para que el chico dejase de avanzar. El chico no había contestado, ni si quiera había abierto la boca para hacer el intento.- ¿Es que estás sordo, o qué?- No tardó mucho en comprender lo que pasaba, cuando escuchó que el joven murmuraba de una forma extraña y carente de sentido, supo que no tenía lengua. Lo sabía, porque el mismo para divertirse, había arranco lenguas u otros miembros a los zombies que se habían acercado a su casa. Cada uno mata el tiempo como puede.

A medida que se iba acercando, pudo apreciar los rasgos hermosos del chico, su cabello era tan rubio que parecía el mismo sol y sus ojos verdosos llameaban, en busca de ayuda. De su garganta salían sonidos guturales, parecía que estuviese cantando una vieja canción de algún ritual. Tomó al joven por los hombros y lo zarandeó un poco, para comprobar si le habían hecho algo más. No tenía mordeduras, ni mas heridas, por lo tanto...¿quién habría sido capaz de cortarle la lengua y por qué? ¿Qué deseaban callar hasta ese punto? Su piel era cálida, como la había sido la de Alison, estaba tan acostumbrado a tener contacto con los no muertos, que se sintió aliviado. Tampoco pudo determinar su edad, aunque calculó que tendría entre dieciséis o diecinueve años. A juzgar por su expresión y el miedo que denotaban sus ojos, el chico había sufrido algún tipo de tortura o abuso.

-Yo soy el profesor Albert. ¿No tengo manera alguna de saber tu nombre?- El muchacho no respondió, pero lo observaba con una creciente curiosidad.

-Eaaaaaaaam.- Gimió, con gran esfuerzo. Al tragar saliva, hizo un gesto de dolor.

-¿Eam? -Albert chasqueó la lengua.- Te llamaré Stan. ¿Qué tal? -Al joven Stan le brillaban los ojos con alegría, estaba seguro de que había dado en el clavo.- Vale, Stan...pensaba dejarte aquí, ¿sabes? Tengo una cosa muy importante que hacer, pero al verte, he pensado que quizá yo solo no pueda con ello, me viene algo grande. Estoy seguro de que a ti te han hecho algo muy feo. ¿Me equivoco? Yo podría...mejorarte, es un proyecto algo escabroso, pero te prometo que luego te sentirás mucho mejor.- Como Stan ya no tenía nada más que perder y tenía el deseo de dejar de sentir ese llameante dolor, aceptó y asintió varias veces con la cabeza, con energía.- Creo que seremos grandes amigos, llámalo intuición.

Lo alejó de la caravana de coches y lo sentó junto las ruinas de un pequeño establecimiento, podría haber sido una gasolinera perfectamente o también una pequeña tienda a pie de calle. Abrió la pequeña mochila que había llevado todo ese tiempo y compartió con el joven Stan una de las agujas que el se había estado pinchando para ser como era ahora. Como no podía hablar, ni preguntarle que era lo que se proponía, actuaba de manera sumisa y se dejaba hacer de todo, confiando a ciegas en aquel doctor con cara de muerto. Lo que también le resultaba curioso, es que Stan no había reaccionado de manera extraña al ver su aspecto. ¿Por qué? Añoraba tener una buena conversación, pero pensó que sería mejor que el chico no pudiese pedir ayuda si la necesitaba.

Pasadas unas horas, Stan comenzó a sudar violentamente, estaba frío como un témpano de hielo y sus labios rosados se habían convertido en una fina línea blancuzca, abandonando cualquier atisbo de calor humano. Dejó de respirar, pues no lo necesitaba, ahora sus pulmones sólo albergaban un asentamiento de infecciones, al igual que su corazón, que se había detenido. Los gruñidos de deleite que profirió al abrir sus ahora ojos desprovistos de iris, fueron para Albert como si su bebé hubiese dicho "papá" por primera vez, algo que lo llenó de orgullo y satisfacción. Le puso una de sus manos en las mejillas, a su hijo y este se quedó mirándolo, expectante. Después se agazapó y enredó sus dedos, como si fuesen garras, frunció sus labios y comenzó a aullar.

-Eso es, hijo mío.- La voz de Albert no podía sonar más satisfactoria por el trabajo bien hecho. Ahora ya no sería el único ser superior, tendría un compañero, alguien que lo ayudase contra ese apestoso grupo de ingratos.- ¡Bienvenido seas! Ya no necesitas dormir, no necesitas descansar, pues tus piernas son ahora incansables.- Stan lo miró, con una torcida sonrisa, entendiendo todo lo que le había estado diciendo Su Padre. Los regueros de recuerdos que había tenido de su anterior vida se habían visto reemplazados por la nueva vida que ahora se le había encomendado, tenía una segunda oportunidad y no se dejaría avasallar por nada ni nadie. Por fin se habían acabado esas horribles pesadillas, ya no le dolía la lengua, no sentía dolor, ni tristeza. Sólo unas enormes ansias de matar y devorar.

Cuando se pusieron en pie para continuar su camino, una tormenta se apoderó del cielo y cayó sin compasión por el suelo terrenal. Stan miraba los relámpagos con admiración y sonreía cada vez que uno caía. Los truenos resonaban con fiereza, el cambio climático también estaba a su favor ahora. Ellos no sentían frío si su ropa se mojaba, no sentían. Sin embargo...los humanos tendrían que parar a descansar, a resguardar esos cálidos cuerpos en un lugar seguro. Eso les daría ventaja. Ellos no se resignarían a esperar hasta que escampase, aprovecharían para acortar camino y explorar todo el área, por si daban con los dichosos desertores. Le hizo gran ilusión al ver que Stan no se separaba de su lado y que lo seguía a todas partes.

Los supervivientes se dirigían al norte, de eso estaba seguro, no eran tan tontos. El norte de la ciudad era la parte más antigua, quizá la menos urbanizada. Por lo tanto...menos espectros, o eso pensaba. Allí las calles no estarían tan congestionadas, ni tan abarrotadas. Pero seguía siendo un viaje en el que ellos podían morir en cualquier momento, las amenazas no dejaban de interrumpir. Pensó que como ya no estaba solo, ahora debía hacerse cargo también de Stan, que era su responsabilidad ahora. Pero con uno solo, no sería suficiente, eso lo sabía bien. Necesitaría más secuaces para lo que se proponía, así que cada vez que se encontrase con una persona viva, se acercaría y la haría entrar en su ejército letal de personas infectadas.

Pasadas unas horas, ya había conseguido un grupo inferior a diez personas. Mujeres y hombres fuertes, dispuestos a cualquier cosa por un poco de ayuda o compasión. A varios le costó muy poco convencerlos, estaban en el límite de la cordura y harían cualquier cosa que él les pidiera, sin embargo...tuvo que usar la fuerza con los demás, era algo que le gustaba menos, era un método poco ortodoxo, pero la situación no dejaba más margen. También acogió a un niño árabe, que se convirtió en uno de sus favoritos, ya que mostraba una expresión de puro odio y salvajismo que lo fascinó desde que lo conoció. Ya tenía su ejército personal y estaba más que seguro de que ahora si que ganaría el próximo encuentro.





Mientras tanto, Daniel buscaba un refugio seguro bajo la lluvia. Estaban calados hasta los huesos y la ropa cada vez pesaba más, era como si estuviesen transportando un segundo cuerpo sobre ellos, bastante desagradable. Hacía rato que ya habían pasado por la abandonada caravana de coches y se acercaban a una red de casas rurales, en malas condiciones, pero más seguras que estar a la intemperie en una tormenta como esa. Se fijó en una casa, algo más escondida que las demás, pensó que toda su gente podría descansar ahí, al menos hasta que dejase de llover. Se asomó a una de las ventanas bajas, y al ver a un cadáver apoyado en ella, todo su cuerpo tembló. Estaba muerto, así que se recompuso del susto inicial y lo comprobó, empujándolo hacia uno de los lados, el cuerpo cayó como si estuviese hecho de paja, sin dar ni una sola complicación. Estudió el interior antes de poner un pie dentro, observando cada mueble, cada sombra, cada detalle. Después de un rato, dedujo que la habitación estaba vacía y que no serían emboscados por esas criaturas nada más entrar. ¿Cuánto tiempo llevaría vacía aquella casa? ¿Habría más muertos dentro? Si había uno, lo más probable es que no fuese el único, así que deberían andarse con muchísimo cuidado.

-Entraré yo primero, quiero asegurarme antes de meteros a todos aquí dentro.- Se asomó a la ventana, inclinándose hacia dentro.

-Yo también voy.- Le sorprendió escuchar la voz de Elliot.

-¿Tú? -No quería sonar incrédulo, pero no pudo evitarlo.

-Sí. ¿Es que acaso no me ves capaz? Alzó ambas cejas rubias.

-No he dicho eso. Pienso que puede ser peligroso.

-Deja de tratarme como si estuviese hecho de cristal, por favor. Puedo arreglármelas.

-Vale, vale, está bien. Pero no te separes de mi, yo iré primero. Los demás, podéis quedaros dentro de la habitación, así estaréis a salvo de la lluvia.- John iba a discutir la orden, pero tenía tanto frío y hacía rato que había dejado de sentir los dedos de los pies, así que se quedó callado. Ya lo cuestionaría en otro momento.

Daniel y Elliot abrieron la puerta con suavidad, escudriñando el interior del oscuro pasillo. Era estrecho y había un fuerte olor a humedad. Al ver una figura moverse al final, se quedaron quietos en el sitio, respirando lo más despacio posible. Era una anciana, con un chal sobre los hombros y un bonito recogido, con el pelo blanco cayéndole con suavidad sobre el rostro, si no fuese un monstruo, habrían sentido gran ternura por ella. Pero volvieron a la realidad cuando la mujer se paró en seco y vieron como su lengua hinchada y gris lamió los labios agrietados y abiertos. Dijo algo, pero no alcanzaron a oírla, incluso dudaron si estaba usando el mismo idioma que ellos.

La anciana se abalanzó sobre ellos, pero Elliot fue más rápido. Al crujir de un trueno le siguió un disparo y el contenido de la cabeza de la mujer quedó esparcido por todo el suelo y parte de las paredes. Los dos se aseguraron de que la habían eliminado del todo, luego la agarraron de los escuálidos tobillos y la dejaron apoyada contra una de las paredes, como si estuviese sumida en un profundo sueño.

A Elliot se le encogió el estómago después de haber acabado con ella.

-No son humanos...-Susurró, más que eso, parecía estar recordándoselo a sí mismo.- Esta es la única manera de sobrevivir, de que no nos maten...

-¿Estás bien? -Sintió la pesada mano de Daniel sobre sus delgados hombros.

-Sí, sí...es solo que...no me he acostumbrado del todo a hacer este tipo de cosas. Esa mujer podía haber sido la madre o la abuela de cualquiera.

-Lo siento.- Le susurró, con una pequeña sonrisa que detonó algo de calidez al chico.

Después, inspeccionaron las demás habitaciones, pero estaban vacías, por suerte. Elliot incluso había rezado para no tener que encontrarse con ninguno más. No sería un refugio continuo, porque estaba muy a la vista y tenía el presentimiento de que estaban siendo perseguidos desde la oscuridad.

-No creo que la tormenta dure mucho más.- Daniel abrió los armarios y cajones, sin que nada se le pasase por alto.- Creo que para protegernos de la tormenta y descansar un poco, está más que bien.

-No sé por qué....pero tengo un mal presentimiento. ¿Y si nos encuentran mientras estamos dormidos? ¿Y si encuentran la casa?- Un brillo temeroso cubrió los ojos de Elliot, dándole la impresión de que fuese a llorar de un momento a otro. Daniel lo cogió de la barbilla y lo obligó a mirarle a los ojos.

-Elliot, si hemos llegado hasta aquí...es por algo. Nadie nos podrá arrebatar esto que hemos conseguido, te lo prometo. Todos vamos a cuidar de todos, ahora somos una gran piña.- Sintió el impulso, así que abrazó al chico contra su pecho. Elliot temblaba y se aferró a él, aún estaba empapado, pero no le importó en absoluto.- Lo juro.

Cuando el joven se hubo calmado, volvieron a la habitación donde habían dejado a los demás y avisaron de que la casa ya era segura. Entre Bruce y Andy sacaron el cuerpo de la anciana al exterior, no era una decoración muy armoniosa dentro de la casa, así que se deshicieron de su cadáver hinchado. Seguía cayendo una gran tromba de agua, pero al menos ahora estaban secos y seguros.

Comieron hasta hartarse, gracias a las reservas que había en la casa. Casi todo era enlatado o estaba algo rancio, pero lo agradecieron con un fuerte entusiasmo. Misha fue el único que apenas probó bocado, parecía estar absorto en sus pensamientos, así que le dieron un poco de lado. Mya se acurrucó con Blair y Luna, que habían hecho muy buenas migas con la nueva integrante. Hablaban de su bebé y de lo bonito que podría ser madre, aunque ella estaba preocupada. ¿Traer un bebé a este mundo sería una buena idea? ¿Podría criarlo y ser una buena madre, mientras batallaba y cortaba cabezas? Esos pensamientos la abrumaban, pero ahora tenía a buenas personas a su lado. Y tenía a Andy, que era el primero en quien pensaba cuando se imaginaba un fin del Apocalipsis, una vida normal. Bruce, de vez en cuando, lanzaba a Blair alguna mirada furtiva, coqueto. Ella parecía una chica dura, pero estaba deseando conocerla más a fondo, no todos los días se encuentra uno con una chica hermosa a la que encandilar.

-¿Tú qué le estás lanzando miraditas a mi amiga? -Cuando giró la cabeza, se encontró de lleno con Luna, que lo miraba con los brazos cruzados y una actitud sobreprotectora.

-Que va, no sé de donde te has sacado eso. -Bruce bajó la cabeza, intimidado.

-Anda que no, si te ha faltado poco para comértela con los ojos.

-Baja la voz, que puede oírte.- Bruce le dio un toque con el brazo y Luna sonrió satisfecha. Poner nerviosos a los hombres constaba en sus hobbies favoritos. Bruce le caía bien y le recordaba a Damon Salvatore, también protegía a Blair y era bueno con ella, que era casi lo que más le importaba. Su amiga era un trozo de ella misma y si alguien se acercaba a ella con malas intenciones, se las vería con ella.

-¿Qué intenciones tienes?

-D-de momento ninguna, me parece guapa. ¿Es que tengo cara de violador de los bosques, o qué?

-No, sólo trato de protegerla de los capullos, que ya ha tenido que aguantar bastante. Los hombres sois así.

-No todos, chica.- Bruce alzó la cabeza, fingiendo estar herido por su comentario.- Pero si es cierto que hay mucho gilipollas suelto. Como John.

-Cuidadito, ¿eh? -Le dio un codazo.- Con John solo me meto yo. Y conmigo no es un capullo, así que vigila tu vocabulario.

-Vale, joder con la rubita.- Se quejó, agarrándose el brazo. -Pero tranquila, que no tengo malas intenciones con Blair, sólo me apetece conocerla más, que seamos amigos.

-Ya, claro, amigos...- Soltó una risita.- Pero te vigilaré.

Las gotas de lluvia eran como lágrimas del propio cielo, oscuras como la misma noche. La tormenta se estaba alejando poco a poco, pero la lluvia aún no cesaba cuando Albert y los suyos entraron en la zona. El agua los había empapado, y olían más a podrido, ellos mismos podían darse cuenta. Pero también olía a carne, carne viva y a miedo. Eso fue lo que hizo que se encontraran de bruces con el camino.

-Están aquí, puedo olerlos...-Musitó Albert, con una sonrisa de oreja a oreja.

-¿Qué haremos? -Preguntó Chris, un muchacho ex-militar, al que Albert había tenido que obligar minutos antes. Chris era de los que más se habían resistido, pero también era el más fuerte y con el que más contaba.

-¿Cogiste la gasolina y el mechero?

-Sí, Señor.- Era un chico fuerte, algo joven y de pelo corto, pero sus cicatrices dictaban sus duras experiencias.

-Bien, ahora que la tormenta está desapareciendo, les haremos salir como ratas. Estoy casi seguro de que están en una de estas casas, pero si nos ponemos a buscar, seguramente nos escucharán y volverán a huir. Así que he pensado, que podríamos bañar toda la zona con gasolina y prender fuego a todo esto, seguro que salen.

-Qué retorcido eres.- Musitó Chris, no muy seguro de si quería hacerlo. Es cierto que había sido Albert quien lo había salvado y quien lo había transformado en la criatura perfecta que ahora era, pero...no sabía si atacar a un grupo de personas inocentes, que sólo buscaban sobrevivir, era lo correcto. Algo dentro de él, le decía que no. Que estaba en el bando equivocado.

-Ellos me han obligado, joder. Les ofrecí lo mismo que os he ofrecido a vosotros, pero en vez de aceptarlo y obedecerme, se pusieron en mi contra, matando a la mujer que amaba y humillándome. Ya se me han escapado una vez, no pienso dejar que pase de nuevo. ¿Queda claro? Si no eres capaz de hacer lo que te mando, tal vez no seas tan bueno como pensaba y tenga que matarte. Te di la vida, no me supondría ningún problema arrebatártela.

-Lo haré, confía en mi.- El chico reanudó la marcha, maravillado por que la lluvia no hiciese ningún efecto en él.



Cuando el ejército contrario puso el pie en el campamento improvisado de Daniel y los suyos, ya había dejado de llover.  

El último bocado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora